Merkel y Tsipras dieron por acabada la cumbre sin acuerdo, pero la amenaza de Tusk los obligó a entenderse cuando faltaban 5 minutos para las siete de la mañana
19 jul 2015 . Actualizado a las 14:17 h.Europa estuvo «al borde de la catástrofe» la madrugada del pasado lunes, 13 de julio, según reconoció sin pelos en la lengua el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Mientras el continente dormía plácidamente, el símbolo por excelencia de la integración comunitaria, el euro, estaba más roto que unido.
Aquella mañana Atenas, pero también Berlín y las demás capitales de la Unión, se despertaron con los ojos puestos en Bruselas. Pero la capital belga seguía en vilo tras diecisiete extenuantes horas de negociaciones entre los líderes del euro, incapaces de alcanzar un acuerdo para alejar a Grecia del precipicio. El reloj anunciaba las siete de la mañana en el edificio del Consejo. Tusk aguantaba la respiración y trataba de convencer a puerta cerrada al primer ministro griego, Alexis Tsipras, y a la canciller alemana, Angela Merkel. Estaban irritados y fatigados, con la impresión de que ya habían cedido mucho más de lo que podían y pidieron un pausa que significaba el fin. La sensación de que esta vez Europa estaba a punto de romperse era real. «Me pareció que estábamos a punto de fracasar. Pensé que el grexit era lo más probable», admitió el polaco.
El desenlace se produjo a cinco minutos de que sonase la campana y abriesen los mercados, cuando les dijo que saldría a decir a los periodistas que habían naufragado en un pequeño charco de 2.500 millones de euros. Un apretón de manos. Tsipras se comprometió a sacar adelante un dolorosísimo paquete de reformas tutelado por la troika y Merkel, a abrir la billetera para negociar un tercer rescate. Según el polaco, ni Berlín salió «ganador» con el acuerdo ni Grecia ha sido «humillada». Como hacen tantos en Bruselas, afirma que el texto final no satisface a nadie pero que es el menor de los males.
No fue fácil llegar hasta ahí. Las últimas tres semanas se desarrollaron en medio de un clima de hostilidad y tensión que alcanzó cotas nunca vistas de beligerancia con motivo del referendo. La mejor muestra fue la reunión del Eurogrupo previo a la cita de los líderes. Los ministros de Finanzas trataban de buscar una solución, pero al menos diez de los 19 titulares apoyaban abiertamente el plan del alemán Schauble para suspender de forma temporal a Grecia del euro durante cinco años, que significa poner en duda por primera vez la «irreversibilidad» de la moneda única. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, se vio obligado a salir al paso pero no tuvo mucho éxito ya que Schauble y uno de sus escuderos más peleones, el ministro finlandés Alex Stubb, estaban convencidos de las bondades de su plan. El alemán incluso se encaró con el banquero italiano en un tono inapropiado. «¿Me tomas por imbécil?», le espetó. Incapaz de tomar las riendas y temiendo que la situación se le estaba yendo de las manos, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, suspendió la sesión.
El domingo por la mañana la retomó con el mismo resultado. Presionado, el holandés decidió incluir la posibilidad de abrir la puerta de salida en las recomendaciones a los líderes, quienes deberían decidir en última instancia qué hacer. «Nadie quería un grexit entre los jefes», reconoció Tusk dando a entender que Merkel no compartía la filosofía de su ministro y que, para ella, el grexit temporal era únicamente un instrumento de negociación. La eliminación del párrafo fue la única victoria que se le concedió a Tsipras.
Según la versión que dio el presidente del Consejo, la tarea de mediador que asumió a partir de ese momento fue vital para evitar que se consumara el descarrilamiento del euro. En un momento de la larga madrugada, cuenta, el primer ministro holandés, Mark Rutte, le hizo saber que había sido comisionado por cinco países pequeños cuyos nombres no ha revelado y que hizo valer su etiqueta de halcón de la austeridad, lo que le valió un rapapolvos de Matteo Renzi. «Es el más duro de todos», exclamó. La implacable ofensiva de los países del norte solo se detuvo cuando el presidente francés intervino para dejar claro a Merkel que el euro seguiría unido al alba. «Nada habría sido peor que humillar a Grecia esa noche. Grecia no pedía limosna sino solidaridad europea», aseguró Hollande.
La eurozona salvó los muebles, pero solo de momento. Está por ver si el Gobierno de Syriza resiste el rescate, si cumple con los compromisos y si Grecia es capaz de sobrevivir sin pedir más ayuda y sin quita de la deuda. De no hacerlo, Atenas podría estar más pronto que tarde llamando a las puertas de un cuarto rescate y de nuevo con un pie fuera del euro.
Un ganador y un perdedor en Bruselas
En la memoria no se conservan los nombres de aquellos líderes que desfallecen o abandonan el barco antes del final del trayecto. Sí de los que llegan en el momento oportuno, como el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Se apuntó el tanto de mediador en los minutos de descuento, adelantando por la derecha al presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker. Para abrillantar su papel, no dudó en arrojar luz sobre los entresijos de las negociaciones, con sus propias inquietudes y opiniones, algo novedoso en una cultura comunitaria dada al secretismo, y que contrasta aún más si se tiene en cuenta el papel deslucido de su predecesor, Van Rompuy.
Contrasta con el papel de Juncker, quien durante cinco agotadores meses tuvo que sufrir un mayor desgaste. Intentó acercar posturas entre Grecia, sus socios y acreedores. Temperó los ánimos de Berlín, apaciguó a quienes pedían la cabeza de Tsipras y trató de arrancar compromisos del Gobierno de Syriza. Sin éxito. La convocatoria del referendo griego le supo a traición, tiró la toalla y se retiró de la primera línea para abrazar una posición más dura en la sombra.
Tampoco ha logrado mantener intacta su imagen el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Es alemán, socialdemócrata y el máximo representante de la Eurocámara. Tres características difíciles de casar en la crisis griega. Sus ataques contra el Gobierno de Tsipras pusieron contra las cuerdas a la familia progresista, donde conviven diferentes sensibilidades.
La encarnizada batalla deja abiertas grandes heridas difíciles de cerrar. El proyecto europeo se tambaleó y sigue dando muestras de extrema fragilidad. La desconfianza y la rivalidad inflaman el ánimo al norte y sur de la Unión. «Temía más el contagio político o ideológico que el financiero», confesó Tusk.