Se cumplen estos días cinco años de un espejismo: la primavera egipcia. Hace cinco años parecía que Egipto despertaba al fin de un largo sueño de caudillos para enfilar un futuro en democracia. Cinco años después, sin embargo, el país está gobernado por un régimen militar más brutal que la dictablanda de Hosni Mubarak derrocada entonces. El propio Mubarak ha sido exonerado por el nuevo régimen de las acusaciones que pesaban sobre él. Como una visión en el desierto, la revolución egipcia se ha desvanecido.
Se podría argumentar que nunca existió, en realidad. El alborozo por la caída de Mubarak el 11 de febrero ocultó en parte el hecho crucial de que no era el pueblo sino el ejército el que tomaba el poder. Mediante este autogolpe el Estado profundo, la burocracia militar y policial que se había convertido en el corazón de piedra del régimen, se protegía a sí misma. Una sociedad civil mejor organizada, unos partidos y unos líderes más maduros hubiesen podido evitarlo ofreciendo una alternativa. Pero ahí estaba el otro problema de Egipto: sus políticos eran amateurs sin pegada como el científico Mohamed El Baradei, su sociedad civil un puñado de jóvenes cosmopolitas que confundían Internet con la realidad y sus partidos pequeños clubes atomizados. Con una excepción: los Hermanos Musulmanes. Inevitablemente, ganaron las elecciones en 2012.
Quizás no hubo revolución, pero lo que siguió sí fue una contrarrevolución de libro. Los Hermanos Musulmanes no eran especialmente radicales y se anduvieron con pies de plomo, pero a la democracia egipcia le faltaba un ingrediente esencial: el respeto por los resultados electorales. Impacientes, todas las demás facciones se coaligaron contra el Gobierno, cuya gestión ciertamente mediocre sirvió de justificación para lo que en pocos meses se convirtió en otro golpe de Estado. En 2013 la plaza de Tahrir volvió a llenarse de manifestantes como en 2011, pero esta vez para pedir la revocación de un presidente electo. Y de nuevo el ejército se ofreció para arbitrar el cambio. El resultado: de nuevo una autocracia militar, esta vez presidida por el general Al Sisi. La caza de los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes se desencadenó de inmediato, sellando con sangre la nueva alianza entre los jóvenes internautas, los laicos, los coptos, la burguesía urbana y el ejército.
¿Sería hoy Egipto un Estado Islámico en el caso de haber seguido siendo gobernado por los Hermanos Musulmanes, como quieren creer sus detractores? Nunca lo sabremos, como tampoco sabremos si, por el contrario, el ejemplo de un partido islamista ganando y perdiendo elecciones hubiese reforzado la democracia egipcia. Lo que está claro es que ahora va a pasar mucho tiempo hasta que se presente una nueva oportunidad de comprobarlo.