El líder serbobosnio Radovan Karadzic ha sido condenado por crímenes de guerra
25 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Radovan Karadzic continúa creyendo en la fallida idea de la Gran Serbia, que fracasó, cree, por la conspiración entre el Vaticano, Estados Unidos, Alemania y Austria. El psiquiatra se atribuye un «papel histórico» en la lucha de su pueblo contra los musulmanes, una civilización que considera retrógrada. Las más de 100.000 personas muertas o desplazadas por la guerra civil en Bosnia-Herzegovina (1992-1995) no fueron más que efectos colaterales en la cruzada para reunificar en un solo Estado a todos los serbios de la fragmentada Yugoslavia.
Karadzic formó junto con el general Ratko Mladic y el fallecido expresidente yugoslavo Slobodan Milosevic el triunvirato del nacionalismo radical del mayor pueblo del Estado multiétnico de Yugoslavia. Al final, Karadzic, que ambicionaba el poder por encima de todo, terminó enfrentado con sus dos aliados. El desprecio que el psiquiatra sentía hacia las democracias occidentales, a las que consideraba afeminadas, hizo que durante años jugara al gato y al ratón con los principales líderes mundiales. Permitió los saqueos de ayuda humanitaria, utilizó tropas de la ONU como escudos humanos y firmaba acuerdos de paz que rompía al día siguiente.
Nacido en Montenegro en unas condiciones muy humildes, su meteórica carrera política comenzó en 1992 como presidente del recién fundado Partido Democrático Serbio (SDS). Por las presiones del exterior, desapareció de la vida pública en 1996. Con su nueva identidad y documentos auténticos, emitidos por el servicio secreto serbio, nunca se esclareció este engaño, como tampoco por qué el 21 de julio del 2008 fue detenido.
Adicto al aplauso
Convencido de que el mismísimo Dios lo eligió como líder del «pueblo celestial» de los serbios de Bosnia, Karadzic interpretó el papel de su vida entre 1992 y 1996 como su presidente y comandante supremo de su Ejército. El obispo serbio ortodoxo Amfilohije califica de devoto cristiano al «gigante» serbio, el mismo que el TPI considera el mayor criminal de desde la Segunda Guerra Mundial.
Los psicólogos lo dibujan como un narcisista adicto «al aplauso», «extremadamente extrovertido». «No tener público supondría el suicidio psicológico», afirma el diagnóstico.