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El último suspiro del Tractor

INTERNACIONAL

FABRIZIO VILLA | AFP

Fallece en un hospital bajo custodia a los 83 años Bernardo Provenzano, legendario jefe de la mafia siciliana, tras dos años en coma y una vida de película

14 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuenta la leyenda que Luciano Liggio, uno de los grandes capos históricos de la mafia siciliana, despreciaba a Bernardo Provenzano, que era uno de sus colaboradores. Lo despreciaba, pero nunca lo tuvo muy lejos: «Dispara como Dios, pero tiene el cerebro de un pollo», le escucharon decir al viejo padrino. Pero Liggio no hizo la lectura adecuada porque Provenzano, que ya entonces se había ganado el sobrenombre de Binnu’ u Tratturi (Benito, el Tractor), supo disparar, pero también llevar discretamente uno de los negocios más sucios y sanguinarios de la historia. Era mucho más listo de lo que parecía entonces.

Ayer falleció en el hospital de San Paolo, en Milán, donde llevaba ya dos años en coma profundo. Provenzano padecía además un cáncer que le fue diagnosticado cuando estaba ya en prisión, después de décadas de clandestinidad durante las que le dio tiempo a manejar y reorientar la actividad criminal de la Cosa Nostra.

De Provenzano se han escrito muchas cosas, pero con seguridad se saben bastantes menos. Se sabe que nació en Corleone (Sicilia) en 1933, que participó en algunos asesinatos que le valieron su sugestivo apodo y que el perfil bajo y la discreción fueron siempre su obsesión. Cuando fue detenido, el 11 de abril del 2006, solo había de él una fotografía policial de 1959. Desde entonces, Provenzano se había sumergido en la clandestinidad con una eficacia absoluta. De hecho, la detención se produjo a pocos kilómetros de la casa de sus padres, en la cabaña de un pastor de ovejas donde el emperador del crimen vivía con un ascetismo sorprendente.

Durante años compartió con Totó Riina las riendas de la mafia. Se dice que Riina manejaba la parte militar mientras Provenzano gestionaba los negocios. Ambos se embarcaron en una guerra contra el Estado, que se cobró, entre otras muchas, las vidas de los jueces Falcone y Borsellino. 

Caída controlada

Cuando en 1993 cayó Riina, probablemente con el visto bueno de Provenzano, este se hizo con todo el control y lo que los conocedores del fenómeno de la mafia italiana califican como «la estrategia de inmersión». Provenzano redujo al máximo los niveles de violencia pública pero se metió de lleno en las licitaciones de los organismos, puso orden en el cobro del pizzo (la extorsión a los comerciantes) y se hizo con buena parte del tráfico de drogas.

Provenzano, que tenía dos hijos que consiguió mantener al margen de su vida criminal. No usaba ordenadores, ni teléfonos. Su forma de comunicación eran los célebres pizzini, unos papelitos escritos a máquina con los que gestionaba su formidable imperio criminal. Prácticamente nadie conocía su rostro, pero sus órdenes eran obedecidas con disciplina militar.

Se sabe también que Provenzano fue operado en Marsella de un tumor en la próstata un año antes de ser detenido. Nadie detectó su salida del país ni su regreso. Ni siquiera la solicitud de que la intervención quirúrgica fuera pagada por la Administración italiana, que finalmente la abonó.

Eso sí, desde su detención, el viejo mafioso ha sido tratado sin clemencia, sometido a múltiples interrogatorios tan intensos como infructuosos. Provenzano se ha llevado a la tumba las tenebrosas negociaciones con el Estado y una cantidad de secretos que probablemente harían temblar las bases de la República. En cualquier caso, no habrá ningún funeral público por U Tratturi. El Gobierno los ha prohibido. Y la alcaldesa de Corleone ha manifestado que la muerte de su paisano ha sido para el pueblo «una liberación».