Juncker y Tusk, un binomio roto

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

RADOVAN STOKLASA | Reuters

El luxemburgués se ha visto desautorizado por las opas hostiles del presidente del Consejo, al dictado de Europa del Este

26 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

José Manuel Durão Barroso y  Herman Van Rompuy pocas veces mostraron sus diferencias en público. El belga, expresidente del Consejo Europeo, fue un experto en remendar tensiones y diferencias detrás de los focos, tanto con el portugués como con los líderes europeos. Se curtió en la mejor cantera posible, Bélgica. La destreza adquirida en los largos años de negociaciones para mantener al país unido le sirvió para manejar la institución desde la sombra, sin necesidad de discursos elevados o maniobras agresivas. Claro que la falta de apetencia de Van Rompuy y la lentitud de la Comisión Barroso acabaron empujando a la UE hacia la deriva, acumulando crisis sin resolver que legaron a los nuevos capitanes del proyecto europeo. «¿Quién es usted? Nadie ha oído hablar de usted», le llegó a espetar en la Eurocámara el líder del UKIP, Nigel Farage, tratando de poner en evidencia su bajo perfil. «Tiene el carisma de un trapo mojado», añadió el euroescéptico británico. 

El terreno de juego ahora es mucho más hostil. El presidente del Consejo, Donald Tusk, y el líder de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, mantienen visiones contrapuestas en casi todos los frentes que encara la UE. Son dos personalidades muy distintas. El luxemburgués es un «perro viejo» de la política, un sabueso dentro del entramado institucional europeo y partidario de una mayor integración del bloque. El polaco, por el contrario, es un recién llegado a la «burbuja de Bruselas», receloso del papel de árbitro de la Comisión. Ha tenido que forjar su imagen con golpes de efecto. 

Su primer gol

El primer gol lo marcó durante la crisis griega. Tras más de medio año templando ánimos y tendiendo la mano, Juncker vio su autoridad cuestionada y su labor dilapidada cuando Tusk le arrebató los méritos del acuerdo que cerraron en el minuto de descuento la canciller Angela Merkel y Alexis Tsipras, en torno al tercer rescate heleno. Su firmeza en el conflicto entre Ucrania y Rusia también fue determinante para unir posturas y mantener las sanciones a Moscú.

Respaldado por Berlín, Tusk ha roto el tradicional status quo dentro del Consejo. ¿Quién recuerda la última vez que los países centroeuropeos y del este amenazaron con bloquear acuerdos? El aterrizaje del polaco ha insuflado resolución y atrevimiento a los Gobiernos de países como los cuatro de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa), que han encontrado en Tusk una vía de reclamar la repatriación de competencias, más poder y más influencia. La crisis de refugiados ha sido un punto y aparte. En una maniobra sin precedentes, intencionada y poco honesta, Tusk anunció de cara a una cumbre de líderes que no existía consenso sobre las cuotas de redistribución de refugiados y que la mejor vía para cumplir compromisos era la voluntariedad. Para Juncker, el mensaje tuvo el mismo efecto que el de un torpedo agujereando la base de flotación de su plan de cuotas obligatorias. En rueda de prensa el luxemburgués cedió la palabra «al jefe», quien despierta recelo y pocas simpatías en países como Italia, uno de los que más está sufriendo la falta de solidaridad de sus vecinos orientales.  

La opa hostil del Este ha fracturado a la UE y ensombrecido las expectativas de los países del sur, cuyas voces reclamando más flexibilidad con el Pacto de Estabilidad, han sido apagadas por el rodillo del Consejo. El brexit ha dejado fuera de juego a Juncker a quien llegaron a sugerir que dimitiese. Lejos quedan los años dorados de Bruselas, de la farragosa burocracia y los centenares de dosieres legislativos. El nuevo binomio institucional europeo ha borrado de un plumazo el historial para centrarse en lo más urgente y visible para los ciudadanos.