«Nada está acordado hasta que todo esté acordado» era la frase, repetida como una letanía, en cada una de las intervenciones y comunicados de la delegación del Gobierno en los cerca de cuatro años de complicadas conversaciones con las FARC. Y por fin el pasado 24 de agosto el presidente Juan Manuel Santos proclamó el esperado «todo está acordado», que se materializó en un texto de 297 páginas. Se cerraba así uno de los capítulos más oscuro, largo y doloroso de la historia colombiana. Hoy la paz con las FARC será un hecho, además de un gran paso para que también acaben las otras guerras con el ELN, los paramilitares y las bandas criminales. Llegar hasta este momento no ha sido nada fácil.
A grandes rasgos, la guerrilla se ha comprometido a dejar las armas y la violencia, devolver a los menores reclutados, ayudar en el desminado (Colombia es después de Afganistán el país con más minas antipersona), convertirse en un partido, dejar atrás la violencia, respetar el Estado de Derecho y transformarse en una fuerza política. El Estado, por su parte, ofreció otorgar garantías para que los exguerrilleros puedan aspirar al poder político desde las urnas. También para atender el principal reclamo de las FARC, emprender la reforma agraria y saldar la deuda histórica de la nación con el campo. Para ello se creará un fondo con 3 millones de hectáreas, apenas el 5,8 % de la superficie agropecuaria del país, con el que comenzar a combatir la desigualdad del sector rural. Con el fin de democratizar el acceso y uso adecuado de la tierra, se regularizará la propiedad rural de otros siete millones de hectáreas.
Igualmente se trabajará en la sustitución de cultivos de drogas, la precariedad de la democracia y la impunidad. El acuerdo requerirá hacer en el campo inversiones en vías de comunicación, energía, acueductos, escuelas, centros médicos y viviendas.
Los expertos admiten que la paz no será barata. «Para aplicar el proceso de posconflicto durante diez años se necesitarán unos 27.500 millones de euros. Es una cifra descomunal y obviamente no podrá ser asumida por un solo país, «habrá que ver cómo se reparte», precisó el experto suizo Julian Hottinger, que participó en las negociaciones. Sin embargo, es un hecho que mantener la guerra es todavía más caro. Según los expertos, mantener diariamente las tropas en el terreno con toda la logística que costaría 3.410.000 euros. Vivir en un país en paz es económica y socialmente mucho más ventajoso y barato que vivir en guerra.