Los libros de memorias aseguran que el espíritu de Abraham Lincoln habita en la Casa Blanca, en la que ahora podría encontrarse en cualquier momento con el matrimonio Trump
22 ene 2017 . Actualizado a las 09:05 h.Sabemos que en el número 1600 de la Avenida Pennsylvania -es decir en la Casa Blanca- habita el espíritu de Abraham Lincoln. Lo sabemos, entre otras cosas, porque Winston Churchill, pasando la noche allí como invitado, se lo encontró. La cosa, cuenta Churchill, fue así: estaba a punto de darse un baño caliente y tenía un cigarro en una mano y un vaso de whisky en la otra. Entonces se produjo la aparición, inconfundible por la barba sin bigote, la estatura y sombrero de copa. Aparte del puro y el whisky, Churchill no llevaba nada puesto, así que se limitó a decirle al fantasma: «Señor Presidente, me parece que me ha pillado usted en inferioridad de condiciones». Lincoln se limitó a sonreír y desapareció.
No fue el único caso. Según la señora Roosevelt, Fala, la mascota presidencial, ladraba de una manera inquietante en momentos en los que a ella misma le parecía sentir la presencia de Lincoln. Su secretaria incluso vio un día claramente al presidente mártir en el que había sido su dormitorio, sentado en el filo de la cama y poniéndose las botas. También lo vio la mujer del presidente Coolidge, en el Despacho Amarillo, mirando melancólicamente al horizonte. La hija de Truman no lo vio pero le oyó rascar la puerta del dormitorio una noche. Se apareció a Roosevelt, a la reina Guillermina de Holanda -que se desmayó al encontrárselo en su cuarto- y a varios empleados de la Casa Blanca. Todo esto está en los libros de memorias. La última aparición que consta fue en 1980, justo antes de que se mudasen allí los Reagan. Pero el viernes Trump se apropió de la Biblia que pertenecía a Lincoln para jurar el cargo y eso me parece suficiente para que su espíritu regrese a enfrentarse con el magnate.
Así que me imagino los primeros días de Donald y Melania en la Casa Blanca como un pequeño vodevil, un remedo de El fantasma de Canterville, en el que los Trump, como los Otis del cuento de Oscar Wilde, se ven acosados por un espectro pero no se dan por enterados. Donald se encontraría sobre la mesa del Despacho Oval las gafas que llevaba Lincoln el día que murió asesinado, y en la escalera aparecería una mancha de sangre. Pero al ver que la montura de las gafas es de oro sólido, Trump hace que les cambien los lentes y se las queda, mientras que Melania borra la sangre con un quitamanchas de marca blanca. Otro día se oiría una voz lastimera ululando con la mezcla de acento de Indiana y Kentucky en el que hablaba Lincoln. Pero Donald creería que es Melania haciendo Pilates.
Los sucesos extraños se irían haciendo más concretos en su mensaje. Pero nada. Hasta que el fantasma de Lincoln no tiene más remedio que aparecerse directamente a la pareja una noche para entregarles en mano un pasquín con su famoso discurso de Gettysburg en el que hablaba de la responsabilidad del gobernante frente a la historia. Y luego se esfuma.
Pasado el susto inicial, los Trump, incorporados en la cama, comentarían casualmente el extraño suceso. «¿Quién era ese?» preguntaría entonces Melania. «Me suena de una película… De esa película de Spielberg que vimos». «¿ET?». «Lo tengo en la punta de la lengua». «¿Y ese papel?». «Yo que sé, publicidad», respondería Donald. Y haciendo una bola con el pasquín lo tiraría a la papelera. Allí lo encontraría a la mañana siguiente una limpiadora mexicana, que lo despegaría para ver si era algo importante. Y al azar, en voz alta, leería esa frase que dice: «…y que el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra».