James Comey tendrá que liderar investigaciones sobre el propio presidente, sus conflictos de intereses y sus acusaciones de fraude electoral
25 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.James Comey tiene pocos amigos en política, pero cuenta con uno de los que más importan: Donald Trump, que ayer le ratificó como director del FBI, pese al clamor de quienes demandaban su inmediato relevo. El presidente ya le sacó los colores el domingo durante la recepción en la Casa Blanca para rendir homenaje a las fuerzas del orden. El grandullón ya destacaba en la fila, pero Trump lo señaló y le invitó a acercarse para darle unas palmadas en la espalda delante de todos, con un fuerte apretón de manos y un cumplido: «Se ha hecho más famoso que yo», bromeó.
A Comey se le veía visiblemente incómodo. Durante su carrera se había labrado una reputación de fiscal independiente al trabajar con los Gobiernos de George W. Bush y Barack Obama. Mostró principios al oponerse a los halcones de Dick Cheney que intentaban forzar la mano del fiscal general John Ashcroft, del que era adjunto, cuando quisieron que firmara desde el hospital los aspectos más conflictivos del programa de espionaje de la NSA. Todo eso se fue al garete cuando en julio del 2016 decidió convocar una conferencia de prensa para hacer público no solo el resultado de la investigación sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton sino su propia e innecesaria opinión, que resultó más dañina que la investigación en sí. Y si quedaban dudas de qué parte se había posicionado en estas elecciones, once días antes de que se celebrasen informó al Congreso de que estaba investigando nuevos emails que podrían reabrir la investigación.
En una semana se supo que no había nada nuevo en esos 650.000 correos electrónicos, la mayoría duplicados de los que ya habían sido investigados, pero el daño ya estaba hecho. Hillary Clinton dijo a sus donantes que la carta de Comey y los pirateos rusos le costaron las elecciones.
Coincidía con el exportavoz de Trump, Corey Levandowski, que recientemente calificó de «alucinante» la decisión de Comey en un discurso en la Universidad de Oxford y reconoció que eso le dio a su jefe «el impulso» necesario para ganar. La actual asesora de comunicación que le sustituyó en la campaña también tuiteó en su día que aquel era «un gran día en la campaña, que acaba de hacerse todavía mejor», escribió Kellyanne Conway. «El FBI está revisando nuevos emails de Clinton».
El único que dijo estar sorprendido con los efectos de su inusual decisión fue el propio Comey. Cuando hace dos semanas los diputados le preguntaron por la investigación que el FBI llevaba a cabo sobre las injerencias rusas en las elecciones, respondió sin azorarse: «Nunca comentaría sobre una investigación en curso en un foro como este». El legislador demócrata Jerrold Nadler se quedó sin habla, pero no pudo dejar de notar la «ironía» de su declaración y el «doble rasero» que aplicaba. Tras la audiencia, los demócratas salieron escandalizados pidiendo su dimisión.
Con seis años más por delante al frente del FBI, Comey tendrá que liderar investigaciones sobre el propio presidente, sus conflictos de intereses, sus acusaciones de fraude electoral, sus relaciones con Rusia y tantas otras cosas más que pueden empañar su Gobierno.