Venezuela, el final de una era, el principio del ni se sabe qué

INTERNACIONAL

Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, durante el acto de cierre de campaña para la elección de la Asamblea Constituyente
Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, durante el acto de cierre de campaña para la elección de la Asamblea Constituyente FEDERICO PARRA | AFP

Se han cumplido las previsiones más realistas: el conductor del metrobús no fue capaz o no le dejaron usar el freno en el último momento, siguió rumbo al precipicio, al grito de sálvese quien pueda

31 jul 2017 . Actualizado a las 22:50 h.

Lo ocurrido el pasado 30 de julio en Venezuela es una tragedia aún mayor que la de justo medio siglo antes, cuando un terremoto arrasó Caracas y se cobró más de 300 víctimas.

Con la eufemísticamente bautizada como Asamblea Nacional Constituyente, el pasado domingo quedó instaurada en el país una dictadura de nuevo cuño, que incluso deja en buen lugar a otras de infausto recuerdo para muchos venezolanos,  como las de Pérez Jiménez y Juan Vicente Gómez, que logró mantenerse más de 30 años en el poder y que, a costa del petróleo, se convirtió en el venezolano más rico de su época.

Aquellas fueron dictaduras militares puras y duras, a la vieja usanza, que nunca renegaron de su condición de tales e incluso, desde el punto de vista económico, dejaron un saldo más bien positivo. La actual, que desde que la inventara el difunto comandante, a finales del siglo pasado, se ha disfrazado de bolivariana, socialista y no sé cuántas cosas más, pasará a la historia como la que llevó a la ruina al país más rico del mundo en recursos naturales -no solo petróleo- hasta hundirlo en la miseria.

Una de las consecuencias más evidentes de la primera gran robolución mundial han sido la destrucción sistemática de una de las clases medias más boyantes de la región y, desde la devaluación del oro negro petrolero, el desabastecimiento de productos básicos -alimentos y medicamentos- que había que importar casi en su totalidad, porque otro de sus grandes logros ha sido la destrucción de la producción nacional, vía expropìaciones e incautaciones.

El grueso de la factura del desabastecimiento lo están pagado las clases populares, a las que en su día se ganó el chavismo dándole acceso a través de las famosas Misiones -una versión de los servicios sociales propios de cualquier democracia avanzada, que les cobraban en votos- a las migajas y sobras del obsceno festín de los boliburgueses y bolichicos.

¿Y ahora, qué?

Si el bravo pueblo al que alude el himno nacional sigue resistiendo como  en los últimos meses, si la comunidad internacional mantiene un mínimo  de coherencia, y no solo retórica, el régimen que pretende autolegitimarse con la pantomima del pasado domingo, debería tener los días contados, porque es insostenible desde todo punto de vista, salvo  el de Evo Morales, o el de sus pares norcoreanos.

Ni los chinos, ni los rusos, ni los nicaragüenses, ni tampoco los cubanos, sus tradicionales aliados de conveniencia, tienen algo que ganar como comparsas de este régimen y sí bastante que perder.

El que tiene más bazas que jugar en esta partida es el actual inquilino de la Casa Blanca. La principal: cumplir sus reiteradas advertencias de dejar de comprar crudo pesado venezolano para no seguir engordado los bolsillos de los actuales sátrapas. El prestigioso analista Moisés Naím y algunos líderes opositores opinan que esa medida sería tan ineficaz como el embargo comercial a Cuba y perjudicaría básicamente a la población civil. Otros piensan ese punto de vista olvida que Venezuela no es Cuba y que el régimen castrista logró sobrevivir, en buena medida, gracias a lo que le vendían por vía indirecta muchos empresarios norteamericanos.

También se echa de menos un poco más de coherencia por parte de gobiernos, como el español. No existe constancia de que haya ordenado una investigación sobre el origen de los patrimonios de los que disfrutan en España boliburgueses y bolichicos con nombres y apellidos.

Los uniformados

Aunque cada día que pasa generan menos expectativas positivas, no es descartable del todo que los mandos militares decentes -alguno aún queda- se impongan, por las buenas o por las malas, a sus colegas que se están forrando con la importación y distribución de las bolsas de comida.

Si además consiguen ponerle los grilletes a ese calvo apellidado Cabello, al que cada día se reafirma más como la piedra angular de toda esta barbarie, incluso podrían seguir haciendo gala de esa divisa del honor y el amor a la patria de la que tanto presumen.

Con este panorama, ¿qué puede ocurrir en el país en un futuro próximo? Lo que sus ciudadanos que aún siguen vivos quieran. Desgraciadamente no todos luchan con las mismas armas.