Los vecinos de Abu Dis, localidad sugerida por Arabia Saudí como nueva capital palestina, descartan esa opción
08 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.El esqueleto de lo que estaba llamado a ser un parlamento descansa a pocos metros del muro de separación que Israel comenzó a construir en 2004 y separa Abu Dis de Jerusalén como una enorme cicatriz de cemento. La decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital israelí ha sacudido Tierra Santa y el nombre de esta localidad de 30.000 habitantes, dividida entre territorio perteneciente a la ciudad y Cisjordania, vuelve a sonar en los medios. ¿El motivo? La filtración que fuentes diplomáticas realizaron a The New York Times sobre la propuesta del heredero saudí, Mohamed Bin Salman, al presidente Mahmud Abás de descartar Jerusalén Este como capital de un futuro Estado palestino y retomar la opción de Abu Dis.
«Es un antiguo plan de los israelíes, de los años noventa, que incluso nos propusieron renombrar el pueblo como Al Quds, pero nuestra única capital siempre será Jerusalén, la ciudad que tiene la llave para la paz en toda la región. Abu Dis no es más que la puerta a esa capital», señala el alcalde de la localidad, Abdala Bader, que piensa que «Trump completa el trabajo que inició Balfour hace 100 años, pero los palestinos no vamos a ser tan inocentes como entonces».
Dos retratos de Yaser Arafat y Mahmud Abás presiden un despacho por el que desfilan los vecinos para preguntar qué ocurrirá tras la decisión de Trump. El alcalde, de 68 años, pide paciencia y recurre a Alá para tranquilizar a la gente. Su discurso es una mezcla de melancolía y realismo. Pertenece a esa vieja guardia de dirigentes palestinos que han pasado por la etapa revolucionaria, la de la esperanza en la paz tras la firma de Oslo y que ahora son conscientes de que «estamos solos en esta lucha. Los países árabes no moverán un dedo porque sus líderes saben que, si nos apoyan, perderán sus sillones».
«Solo Erdogan se ha mostrado solidario de verdad, los demás son unos mentirosos», sentencia el alcalde, al que también le defrauda «el silencio de Europa y de la ONU». Un vecino entra en el despacho y, al escuchar el tema de conversación, anuncia que «si nos arrebatan Jerusalén estallará la tercera intifada, no vamos a quedarnos con los brazos cruzados». Palabras ante las que callan el resto de los presentes.
La calle central de Abu Dis está desierta. Imposible imaginar en este lugar una capital para un Estado árabe. En apenas unos minutos se llega desde el ayuntamiento hasta el muro. Desde las azoteas de los edificios próximos se divisa a lo lejos la inconfundible cúpula dorada del Domo de la Roca. «Estamos a solo dos kilómetros, pero yo no tengo permiso para ir a Jerusalén desde hace quince años. Los israelíes piensan que nos conformamos con una capital desde la que se pueda ver la Explanada de las Mezquitas, pero se equivocan», apunta con tristeza Abdul Salam Aiat, empleado de la municipalidad que se ofrece a guiar al periodista extranjero.
El sistema de permisos impuesto por las autoridades israelíes hace que para generaciones enteras de palestinos, cristianos y musulmanes sea más sencillo viajar al extranjero a través de Jordania, que poner un pie en la ciudad santa.