El líder ruso aprovecha el arraigo histórico de la religión para potenciar su figura en la sociedad y fomentar los valores conservadores en Rusia
19 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Un estruendo de campanadas anuncia la oración dominical en la catedral del Cristo Salvador de Moscú. Es día de elecciones, pero ello no impide que un centenar de personas haga cola para escuchar la liturgia en el monasterio ortodoxo más alto del mundo. Un grupo heterogéneo, formado por jóvenes, adultos y ancianos escucha de pie al sacerdote, en silencio. Tras la ceremonia, un puñado de personas aguarda su turno para confesarse y otro tanto abandona el edificio, puede que para votar a quien ha sido durante la última década el garante de los valores ortodoxos en Rusia: Vladimir Putin.
La afinidad entre el Kremlin y el Patriarcado no se debe tanto a las convicciones religiosas del presidente ruso como a su pragmatismo. De hecho, en sus dos primeras legislaturas (2000-2008), Putin mantuvo a raya las ambiciones de la Iglesia. Ahora aparece siempre acompañado de un sacerdote en sus actos oficiales y las citas espirituales han ganado espacio en sus discursos. Dos hechos, la llegada del nuevo patriarca Cirilo en el 2009 y la baja popularidad del otrora espía del KGB en el 2012 cambiaron el rumbo de unas relaciones entre Iglesia y Estado que no han parado de ir en aumento.
Putin reúne a su alrededor las señas de identidad rusas defendidas en 1833 por Serguéi Uvarov, ministro de Educación del zar Nicolás I: pravoslavie (ortodoxia), samoderzhavie (autocracia) y naródnost (nacionalismo). Esto contribuye a unificar a la sociedad rusa en torno a un compendio de valores conservadores compartidos, encargados de reforzar la autoridad y legitimidad del líder ruso.
Para José María Faraldo, experto en historia de Rusia, la estrategia de Putin pretende establecer una «ideología alternativa» en la primera experiencia del país como un Estado-nación. «Es una de las fórmulas que ha utilizado, como ha utilizado a los eurasianistas o alguna de las ideas de la Nueva Rusia como imperio», destaca.
Mayor conservadurismo
Fruto de esta convergencia, y aunque solo un 6 % de la sociedad se declara ortodoxa practicante, la opinión pública coincide cada vez más con la Iglesia. Una reciente encuesta del Centro Levada de Moscú concluye que un 68 % de los rusos se opone al sexo fuera del matrimonio, frente al 50 % del 1998. Lo mismo sucede con la tolerancia hacia la homosexualidad y el aborto, que la Iglesia pretende erradicar: un 83 y un 35 % de la población los rechaza, respectivamente.
Los favores cruzados también han sido múltiples en los seis últimos años: devoluciones de más de 6.000 propiedades expropiadas durante el comunismo, deducciones fiscales millonarias y apertura masiva de monasterios ortodoxos por todo el país. A cambio, la Iglesia ofrece su total apoyo al Gobierno. Ejemplo de ello fue su respaldo en el 2017 a una ley que despenalizaba de facto la violencia doméstica, considerado por la ortodoxia como un «derecho esencial» en un país donde el machismo mata a una mujer cada apenas cuarenta minutos. Con todo, la Iglesia ortodoxa cuenta con una agenda exterior propia. En Siria aparece como la «protectora de los cristianos y de las minorías», según señala Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano. «Desde la anexión de Crimea y sobre todo a raíz de la guerra en Siria, la Iglesia ortodoxa se nombra como el segundo ministerio de Exteriores en Rusia», afirma.
Desde el Kremlin se ve con recelo esta actitud, especialmente en lo que concierne a Ucrania, y varias voces apuntan como sucesor del actual patriarca a Tikhon Shevkunov, el presunto dukhovnik (confesor) de Putin. Un acercamiento que, de oficiarse, aumentaría aún más el peso de la ortodoxia en un Estado constitucionalmente laico y socialmente multirreligioso.