Más de un millón de manifestantes solo en Washington, secundados por marchas en otras 800 ciudades de EE.UU., exigen un mayor control de las armas de fuego
25 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Los cadáveres están fríos, los ánimos no. En las cinco semanas transcurridas desde que Nikolas Cruz abrió fuego contra sus compañeros del Instituto Marjory Stoneman Douglas de Parkland (Florida) el duelo se ha transformado en indignación. El clamor de cientos de miles de jóvenes que han hecho de la lucha por el control de armas la causa que da sentido a sus vidas ha sacudido la conciencia de EE.UU. Más de un millón de personas siguieron ayer los pasos de Martin Luther King en el Mall de Washington y de la Marcha de las Mujeres para lanzar un aviso al Congreso. «Os vemos», dice el lema de la Marcha por Nuestras Vidas. «Vemos que tenéis las manos ensangrentadas con dinero de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) que paga vuestras campañas. Ahora vosotros nos vais a ver a nosotros».
Ayer ya era tarde. Las 17 vidas que se perdieron en Parkland por San Valentín no volverán. Al menos 73 adolescentes han muerto desde entonces, según el archivo de Gun Violence. Más de 26.000 desde la matanza del Instituto Columbine en 1999. Casi 200.000 se han visto expuestos a un tiroteo en las aulas. Pocos lo tienen tan fresco como Tyra Hemans, de 17 años, que el mes pasado aún se refugiaba de los disparos bajo un puente cuando una compañera le dijo que había visto muerta en el suelo a su amiga del alma, Meadow Pollack. Le faltaban tres meses para terminar el instituto, ya había sido aceptada en la universidad.
Nunca antes la feroz urgencia del ahora que clamaba Luther King ha sido más imperiosa para Tyra. «Sé cómo se precipitó todo. En menos de diez minutos nuestras vidas habían cambiado para siempre. Nuestros amigos no volverán. Cada segundo cuenta». Son 96 víctimas de armas de fuego al día, casi 35.000 al año. Tyra no ha dormido esta noche, como tantas otras desde que la poseyó esta determinación colectiva del ya basta. El viernes, después de clase, se subió a un autobús en Parkland y se bajó en un hotel de Washington quince horas después, a las dos de la madrugada. No se acostó, sino que se puso a terminar las pancartas para las que ha estado recaudando fondos. Los 3.300 euros que ha recibido en pequeñas donaciones han llegado cargados de mensajes de admiración de quienes nunca imaginaron la fuerza que podía emanar de una generación a la que se creía perdida en los teléfonos móviles.
El intento de Obama
Los políticos se marcharon el viernes de vacaciones de Semana Santa. Donald Trump ha hecho el camino contrario al de los jóvenes y toma el sol en su mansión de Palm Beach. Los que se han subido a autobuses en cada esquina del país para acompañarles en esta histórica marcha, secundada en más de 800 ciudades, eran madres como Stacy Boge, que desde la masacre de Sandy Hook no se puede quitar de la cabeza la metralla estallando en los cuerpecitos de los niños. «Oí el testimonio del forense contando el impacto de las balas disparadas con rifles automáticos de asalto militar. No puedo creer que no hicieran nada después de eso, con todo lo que lo intentó Obama». Los niños de Sandy Hook eran demasiado pequeños para hablar, pero a los de Parkland nadie les puede parar.
La movilización ya ha tenido algunos frutos. La noche antes el Departamento de Justicia anunció su intención de ilegalizar los adaptadores de rifles conocidos como bump stocks. Y el legislador texano Henry Cuellar ha prometido retomar una propuesta bipartidista para universalizar el control de antecedentes psicológicos y penales. No es suficiente para ellos. Los jóvenes de Parkland quieren que, como en Florida, se aumente la edad legal para adquirir un arma a los 21 años, la misma a la que se les permite beber alcohol. Y lo más importante, que desaparezcan de la circulación los rifles automáticos. «Quiero vivir mi futuro. No estar siempre asustada por si alguien saca un arma. Este es nuestro momento, es nuestra generación la que decidirá en qué sociedad queremos vivir. Lo reclamaremos y votaremos por ello, como sé que habría hecho Meadow si fuera ella la que hubiera sobrevivido», promete Tyra.
«Es nuestra generación la que decidirá en qué sociedad queremos vivir», afirman