Las autoridades han decidido blindar la zona hotelera para que la seguridad de los turistas no se vea afectada
01 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Su apodo es el Aretes. Era conocido como un vendedor de drogas en su barrio, la región 103 de Cancún, y había sobrevivido a alguna que otra balacera. Pero esta vez iban a por su vida de verdad. La muerte lo alcanzó finalmente en la lluviosa mañana del 26 de junio después de recibir varios disparos.
Su cuerpo yacía inmóvil junto a un vehículo, entre las paredes descorchadas por la humedad de las viviendas circundantes. Varias bolsas de droga le rodeaban. Los vecinos, curiosos, miraban. A pocos les extrañaba la tétrica escena. La violencia que azota México está comenzando a ser tristemente habitual incluso en el paraíso turístico que es Cancún.
«Hemos optado por no salir a la calle», dice a La Voz una de las vecinas, ocultando su identidad, por miedo a represalias. En los suburbios de Cancún impera una ley: ver, oír y callar. «Antes este era un barrio popular. Sacábamos las sillas a la calle para tomar el fresco. Organizábamos incluso fiestas comunitarias. Todo eso se acabó. Ahora caminar por aquí supone poner en riesgo la vida».
Cancún superó en la segunda semana de junio los 226 homicidios registrados en todo 2017. La ciudad caribeña, que recibió seis millones de turistas el pasado año, se ha convertido en un foco de violencia que afecta también a ciudadanos ajenos a las disputas entre mafias.
En el Hospital General de Cancún ya es común recibir cuatro o cinco heridos de bala a la semana. En una de las camas de su sala de urgencias descansa José Luis Sansores. Es una de las víctimas colaterales de la delincuencia. Recibió dos disparos, en brazo y rodilla, al tratar de ayudar a un amigo que se había encontrado inmerso en una discusión verbal.
«Recuerdo cómo se parqueó un carro junto a nosotros. Se escucharon las detonaciones. ¡Pa, pa, pa! Y ya, me caigo al suelo. En ese momento mi vida pasó por mis ojos», rememora el joven, con el cuerpo todavía magullado y sus extremidades vendadas. Cree que para sobrevivir hay que cambiar el modo de vida. «En Cancún ya hay gente muy mala. Hay que tratar de no salir tarde. Estar siempre atento a lo que sucede alrededor», se lamenta.
Quienes conocen la ciudad creen que en el municipio costeño se está llevando a cabo una guerra por el control de la plaza entre distintos grupos de narcos. El botín es suculento: los dólares y euros de los turistas que cada año llegan a las playas de Cancún. Parte de los viajeros consumen drogas, y alguien se las tiene que suministrar.
Curiosamente, la llegada de extranjeros parece no haberse visto afectada por el aumento de una violencia que muy rara vez se reproduce en las zonas frecuentadas por turistas. «Lo que las autoridades han hecho es blindar la zona hotelera. Dentro de los hoteles se han fortalecido los mecanismos para que el viajero lo encuentre todo dentro de su hotel. Eso impide que el ciudadano que viene de turismo quede expuesto a los barrios y a las colonias», explica la criminóloga Mónica Franco.
A su juicio, una de las causas del aumento de la inseguridad es la llegada de ciudadanos de otras partes de México. «Este es una ciudad que atrae a muchísima población migrante. Vienen de estados donde hay más pobreza, desigualdad y violencia como Chiapas o Tabasco. Esa es la población que está habitando el cordón periférico»,
La violencia se ha convertido en un tema central de la campaña electoral, pero un elevado porcentaje de mexicanos cree que ningún candidato ha propuesto medidas que vayan a lograr acabar con la inseguridad. 2017 fue el año más violento de la historia del país, con más de 25.000 asesinatos. Un flagelo que ha terminado por llegar a paraísos como Cancún.
JOSÉ ANTONIO MEADE, ASPIRANTE DEL PRI
La pesada mochila de la corrupción
José Antonio Meade (Ciudad de México, 1969) es, sin lugar a dudas, un candidato de sobra preparado para ser presidente de México. Economista y abogado, ha sido hasta cinco veces ministro tanto con el panista Felipe Calderón como con el priista Enrique Peña Nieto. Nadie duda de su valía, pero tiene una losa sobre él. Ha sido postulado a la presidencia por el oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), a pesar de que no milita en la formación, y esa es una carga demasiado grande.
La histórica agrupación mexicana se ha convertido en los últimos años en sinónimo de corrupción para buena parte de los mexicanos. Casos como el del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, que afronta cargos por corrupción y delincuencia organizada, han hundido al PRI. No le va mejor al todavía presidente federal, Enrique Peña Nieto, que cuenta con un rechazo de entre el 80 y el 85 %, una pesada losa sobre la candidatura de Meade.
Pero no es solo el desprestigio ajeno el que impide remontar al candidato. Muchos le consideran, al haber sido secretario de Hacienda entre septiembre del 2016 y noviembre del 2017, el autor intelectual del polémico «gasolinazo», un cambio en la política energética que acabó suponiendo un agudo incremento del precio del combustible.
Meade propone un aumento salarial para las Fuerzas Armadas, impulsar una fiscalía general autónoma, mantener la «guerra» contra el narco y crear una nueva agencia de investigación especializada en secuestro y trata.
Es tercero en las encuestas y son muy pocos los que creen que vaya a remontar en las elecciones de este domingo.