En julio del 2016 el entonces portavoz del Congreso, Paul Ryan, tranquilizaba en la convención del Partido Republicano en Cleveland a los empresarios y diplomáticos de todo el mundo, escandalizados con las promesas electorales de Donald Trump. Una vez que ganase, les aseguraba Ryan, no tendría necesidad de mantenerlas. Y si lo intentaba, se encontraría con el muro del Congreso. El Ejecutivo tiene menos poder del que la gente cree, insistía. Para eso estaba él y el grueso del partido.
Dos años después Ryan ha dimitido como portavoz del Congreso y ni se presenta a la reelección de su escaño por Wisconsin, un estado que no había votado republicano desde Reagan, hasta que llegó Trump. Al ver cumplido el sueño de la mayoría republicana en casa y ambas cámaras, el pragmático político de 48 años que se presentó a las elecciones con Mitt Romney se hincó de rodillas y prometió trabajar con el nuevo líder. Fue en vano, porque para Trump no hay resquicios, solo leales sin fisuras o enemigos del pueblo.
Todo el que ha intentado mantener su independencia dentro del partido ha perecido bajo su lengua afilada y el hachazo de su Twitter. La semana pasada Trump mandó callar a Ryan por esa vía cuando supo que se había declarado contrario a utilizar la vía ejecutiva para eliminar la ciudadanía a los hijos de inmigrantes. «Lo que tiene que hacer es dedicarse a mantener la mayoría [en el Congreso] en vez de dar sus opiniones sobre algo de lo que no sabe nada», le fustigó. Ryan no contestó.
Al igual que él, otros han preferido retirarse de la contienda, como el senador de Arizona Jeff Flake, para quien «uno siempre puede encontrar otro trabajo pero no otra alma». El ruego que hizo a sus correligionarios de sacrificar sus carreras si era necesario para salvar al país tuvo poco eco, pero todos han descubierto que en la era Trump no queda espacio para navegar entre dos aguas. Los que no se han convertido al trumpismo fueron expulsados en las primarias. Batallas libradas por las bases, a las que el comandante en jefe dirigió, sin mucho ruido pero con mano firme, para poder concentrarse en estas elecciones de las que saldrán sus verdaderos leales.
Quienes emergen hoy de las urnas no son «del Partido Republicano de vuestros padres», recordó el expresidente Joe Biden en la América Profunda. El propio Reagan hubiera sido desterrado de su partido, como los Bush están condenados al ostracismo mientras dure el reinado de Trump.