Difumina el recuerdo de su antecesor y atribuye a su padre el mérito de las reformas que hicieron de China un gigante
16 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Grupos de escolares, de empresas, de agrupaciones del Partido Comunista, de jubilados y público en general hacen cola diariamente para ver en el Museo Nacional de Pekín la exposición que conmemora el 40.º aniversario del inicio del ciclo de reformas que transformaron China. Sala tras sala se advierte la imagen del actual presidente, Xi Jinping, que a pesar de llevar menos de seis años en el cargo deja en la penumbra la figura de Deng Xiaoping, el dirigente que en diciembre de 1978 cerró la sucesión de Mao lanzando la audaz apertura económica que transformó lo que no era entonces más que un país agrario y pobre en el gigante político y económico que es hoy.
Los escolares, que siempre han vivido en la China moderna, repasan los más de cuatro decenios de milagro chino. Pueden ver imágenes de una China en blanco y negro que no conocen, como un Shanghái sin su famoso skyline, y fotografías de los viejos líderes. También pueden ver que los paneles de información destacando los logros del Partido Comunista los atribuyen a la omnipresente figura de Xi, cuya presidencia se está caracterizando por concentrar un poder absoluto sobre partido y gobierno. Este año se incorporó su pensamiento a la Constitución, equiparándolo al de Mao, y se eliminó el límite de mandatos, modificación que le abre la puerta a perpetuarse.
Es un estilo que representa una ruptura con las enseñanzas de Deng, que impuso una dirección colegiada con la que quería que hubiera una contraposición de poderes que evitara volver a cometer los errores del maoísmo, como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural. Una ruptura que la celebración de los 40 años de reformas ha vuelto a hacer explícita.
Aunque en los controlados medios chinos se obvia el tema, la prensa internacional no deja de reparar en los intentos de Xi de apropiarse el legado de Deng a través de la reivindicación de la figura de su padre, Xi Zhongxun, en lo que parece una prueba más de que la rivalidad entre estas dos poderosas familias de la élite comunista no se extinguió. Exposiciones y discursos destacan el papel de Xi Zhongxun como delegado en la provincia sureña de Guangdong, donde se empezaron a implementar las reformas y conocida al cabo del tiempo como la «fábrica del mundo».
El enfado del hijo de Deng
Depurado por Deng a finales de los ochenta y fallecido en el ostracismo en el 2002, se presenta al padre de Xi como impulsor del desarrollo de la región y de la atracción de inversión extranjera. Una defensa con la que el actual presidente difumina la figura de Deng e intenta vincular su apellido a un momento crucial de la historia de China.
Un discurso pronunciado en octubre por el hijo mayor de Deng, Deng Pufang, se entendió como un toque de atención ante lo que está pasando. En él defendió el legado de su padre y pidió un retorno al espíritu de las reformas para solucionar los problemas internos de China y mantener unas relaciones exteriores estables. Era un llamamiento a centrarse en los problemas reales de China, donde las reformas políticas han retrocedido y se ha vuelto a un modelo inspirado en el maoísmo de un líder fuerte sin controles. El éxito de los 40 años de reforma es incuestionable. China se ha industrializado y se ha convertirlo en la segunda economía mundial. En el camino, y a pesar de las grandes diferencias sociales, 800 millones de chinos han salido de la pobreza. Es la base de la legitimidad con la que el Partido Comunista se hace perdonar su autoritarismo y, por lo que se ve, Xi no quiere compartirla.