¿Es Uruguay un país sin indígenas?

Héctor Estepa
Héctor Estepa MONTEVIDEO

INTERNACIONAL

Conacha ( Consejo de la Nación Charrúa)

De la gran matanza de Salsipuedes sobrevivieron 300 charrúas

01 jul 2019 . Actualizado a las 07:20 h.

El arroyo Salsipuedes Grande es hoy un pequeño curso de agua rodeado de verdes praderas. Un bucólico paraje que hace casi dos siglos fue el escenario de una brutal matanza. Fructuoso Rivera, primer presidente de la República Oriental de Uruguay, lanzó el 11 de abril de 1831 a un ejército formado por terratenientes y soldados contra los últimos remanentes del pueblo charrúa, muy diezmado durante las colonizaciones española y portuguesa. En el arroyo perecieron la mayoría de los hombres indígenas en edad de combatir. La historia oficial del país sudamericano era hasta ahora categórica: ese había sido el fin de los charrúas. El recuerdo de los indígenas había quedado disminuido en el imaginario colectivo a leyendas sobre valerosos nativos o a un sinónimo para referirse al uruguayo.

Pero, desde hace tres décadas, han aparecido diversos grupos que cuestionan esa visión. «Los 300 supervivientes de esta masacre y las sucesivas fueron trasladados desde Salsipuedes a la capital. En el camino se hizo el famoso ‘‘reparto’’ de chinas, mujeres charrúas, y de jóvenes, a los dueños de los terrenos, quienes los querían como esclavos», comenta a La Voz de Galicia Mónica Michelena, asesora -sin remuneración- en Asuntos Indígenas de la Unidad Étnico Racial del Ministerio de Relaciones Exteriores uruguayo.

«Esa separación hizo que la lengua charrúa muriese, y gran parte de la cultura también. Fue un etnocidio, pero no un exterminio porque las costumbres se preservaron y se transmitieron de generación en generación, de forma oculta», señala la asesora.

Michelena se considera charrúa y fue una de las fundadoras, en el 2005, del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha), una organización que reúne a una decena de asociaciones indígenas. Destaca que durante siglo y medio los descendientes de aquellos indígenas vivieron escondidos por miedo. «Sabemos que somos charrúas por memoria oral. Nuestros abuelos y abuelas nos transmitieron esa identidad. Muchas veces nos han hecho dudar si realmente nuestros ancestros fueron charrúas o tal vez minuanes o guaraníes, como dicen los académicos. Pero nosotros recibimos la palabra charrúa de ellos y por eso le damos continuidad a esa identidad, por respeto a quienes nos la han legado», expone Michelena.

Su visión de la historia contrasta con la de parte de los antropólogos uruguayos. «En las misiones Jesuitas convivieron guaraníes, tapes, charrúas, guenoas, yaros, bohanes y otros grupos. Entonces es sumamente difícil precisar el origen específico de un individuo y la tradición oral es de muy relativa validez después de dos siglos. Por un tema de imaginario colectivo y por preferencias ideológicas muchos han optado por decirse descendientes de charrúas, pero las pruebas para demostrar tal origen son muy débiles científicamente», comenta el historiador Óscar Padrón, autor de Sangre indígena en Uruguay, el primer libro que señaló que muchos uruguayos tienen sangre de los pueblos originarios.

«Cuando un sector de estos descendientes tomó un sesgo exclusivamente charruísta, casi de forma fundamentalista, despreciando a la evidencia de la etnohistoria y la antropología física, ya no los acompañé pues percibí que entraban en un terreno donde la verdad y la evidencia ya no importaba», añade Padrón, que dirige los museos del departamento de Durazno, incluido uno dedicado a Rivera.

Pero en Conacha están decididos a luchar por sus derechos. No se consideran descendientes, sino un grupo étnico. Entre sus objetivos está que el Estado uruguayo reconozca como genocidio a la matanza de Salsipuedes y que los charrúa sean constitucionalmente identificados como pueblo pre-existente y existente en la actualidad. Pero quizás su reivindicación más importante es que el país ratifique el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre los derechos de los Pueblos Indígenas. Uruguay y las Guayanas son los únicos países de Sudamérica que no han ratificado ese convenio. El gobierno del izquierdista Tabaré Vázquez no parece dispuesto a cambiar de política. Tampoco la oposición de derecha. «Tienen miedo a que haya reclamaciones de tierras. No quieren admitir la devolución territorial ni la consulta previa, libre e informada ante cualquier proyecto que nos perjudique, como estipula el convenio», expone Michelena.