Una mujer vive encerrada con sus tres hijos en una iglesia de EE.UU. desde hace más de un año para no ser deportada
19 ene 2020 . Actualizado a las 14:44 h.Desde que accedió el 10 de diciembre del 2018 al recinto de la iglesia de Cedar Lane, a las afueras de Washington, Rosa Gutiérrez López no ha vuelto a pisar la calle. Son ya más de trece meses de cautiverio para evitar ser deportada a El Salvador, donde nació hace 41 años, y todavía no vislumbra la salida del túnel. «Cuando una persona está bien entregada a las cosas de Dios, psicológicamente puede estar bien», se arranca sonriente y confiada. Lo pasó mal los primeros meses porque no tenía con ella a sus tres hijos: María Salomé, de 12 años, Juan Pablo, de 10, y John Sebastián, de 7, que tiene síndrome de Down. «Pero ya no tengo por qué desesperarme», respira. Desde el verano pasado viven con ella en la iglesia.
El día que entró, Rosa debía salir del país. Se cumplía el plazo que le había impuesto Inmigración para abandonar Estados Unidos, adonde llegó en el 2005 después de un penoso viaje de más de dos meses en el que atravesó Guatemala y México. De tanto caminar, «se me cayeron las uñas». Obligada a descansar, encontró refugio en casa de una familia de una pequeña población mexicana de Chiapas. «Le brindaron su apoyo a una desconocida», recuerda con emoción la salvadoreña. Después, continuó el trayecto. «Me tiré al río y caminé». Mojada y con lodo en las piernas, pisaba ya suelo estadounidense.
«Me fui a buscar a los de Inmigración, porque yo me iba a entregar» para solicitar asilo. Tras probar ante los agentes que era quien decía ser, la dejaron marchar. Antes, le hicieron firmar un papel que fue, sin ella saberlo, el principio del posible final de su sueño americano. Estaba en inglés y ella no entendía el idioma.
Jasmin Tohidi, abogada de Rosa, explica que ese documento «abre el proceso de deportación». Informa de la situación legal del inmigrante y contiene la fecha en la que ha de presentarse ante el juez. Como no entendió una sola palabra, su clienta no se presentó y el juez emitió una orden de deportación. Ocho años después, en un control rutinario de tráfico, un policía le informó de que existía esa orden. Solicitó un aplazamiento de la deportación y se lo concedieron «debido a la condición médica de su hijo pequeño», explica Tohidi. «Pero lo que el Gobierno te da, el Gobierno te lo quita», añade. En el 2018 le denegaron la renovación del aplazamiento. Y Rosa se refugió en la iglesia.
En 24 horas
Los miembros de esta congregación de corte humanista votaron en el 2017 convertirse en un «santuario» para inmigrantes. «Pasamos el 2018 preparando un apartamento con el que poder ofrecer un alojamiento digno», explica la reverenda Katie Romano Griffith. Cuando conocieron el caso de Rosa, «tomamos la decisión en 24 horas». Desde entonces, esta mujer salvadoreña, «madre increíble, mujer devota y de gran coraje», según la describe Romano, se refugia allí. Los agentes del ICE, o de la migra (como se conoce popularmente a los temidos funcionarios de Inmigración), podrían entrar en cualquier momento. No hay ley que se lo impida. Sin embargo, desde el 2011 existe un memorando interno que califica como «espacios sensibles» a hospitales, iglesias o colegios. Por el momento, quedan a resguardo de las redadas.
«Un grillete en el tobillo»
«Todo ha sido bien bonito, a pesar de que una está aquí sin poder salir», comparte Rosa, que pasa su tiempo en la iglesia estudiando inglés, cantando en el coro, meditando o haciendo yoga además de, por supuesto, criando a sus hijos. Lo único que parece irritarla es el grillete electrónico que tiene abrazado a su tobillo y con el que Inmigración podía localizarla. «Esto sí me desespera», confiesa. Ya no funciona porque no tiene batería, pero legalmente no se lo puede retirar.
Rosa Gutiérrez tenía sus motivos para huir de El Salvador. Cuenta que en su pueblo la perseguían dos hombres: «Uno de ellos estaba obsesionado conmigo», dice. Ella trató de explicarle en repetidas ocasiones que no estaba «buscando novio», pero él insistió en que sería suya «a las buenas o a las malas»: «Hasta que un día me enseñó un machete», recuerda. «Mira qué te va a tocar», la amenazó. Decidió huir. Las pandillas habían matado ya a tres miembros de su familia.
«Podrían pasar años»
La abogada de Rosa está intentando que se reabra su caso para poder solicitar el asilo, pero «hay una enorme acumulación» de peticiones y podrían pasar meses o años hasta que un juez decida. Al hermano de Gutiérrez y a su esposa les concedieron asilo hace más de un año, por lo que Tohidi no ve motivos para que a ella se lo denieguen. Pero si es así, a Rosa se le agotarán las opciones. Sus hijos, que son estadounidenses, podrían quedarse en el país con un tutor legal. En su relato no hay un padre con el que contar.
Cuando regularice su situación —porque para Rosa no existe otra opción—, quiere dedicarse a «ayudar a la comunidad migrante». Son malos tiempos con Donald Trump en la Casa Blanca, que los tacha de criminales. Pero ella no deja de rezar por él. «Le pido a Dios que abra su mente y su corazón», comparte. «Su familia también inmigró desde Europa».
El sueño de Rosa: cocinar para el famoso chef asturiano José Andrés
Antes de refugiarse en Cedar Lane, Rosa cocinaba en un restaurante. Ahora cocina para la congregación, donde dan fe de sus habilidades gastronómicas. Entre las paredes de esta iglesia confiesa que tiene un sueño: conocer y cocinar para el famoso chef español José Andrés. El asturiano, que es ciudadano estadounidense, tiene varios restaurantes en Washington, además de una oenegé, World Central Kitchen, con la que alimenta a inmigrantes y a personas afectadas por desastres naturales. «Al salir de aquí, yo quiero trabajar con él» y cocinar «para la gente inmigrante». Una de sus especialidades es el pan con pollo, que cocina con pepino, rábano, tomate, remolacha, berro... También, las pupusas, que rellena de calabacín para que sus hijos no arruguen el ceño. Les hace creer que son de espinacas. Trucos de madre.