La verdadera historia de la remodelación del Gabinete de Boris Johnson en Gran Bretaña no es la sorprendente salida del canciller (ministro de Hacienda) Sajid Javid ni los problemas que esto pueda suponer para Johnson. Sobre todo, porque ni es una salida sorprendente ni supone ningún problema para Johnson. El equipo de Javid filtraba a la prensa chismes sobre el Gobierno como parte de la guerra que el ministro mantenía con el «hombre fuerte» del equipo de Johnson, su asesor especial Dominic Cummings. Cummings, simplemente, le ha demostrado al ministro saliente que lo de «hombre fuerte» no es una broma. Por otra parte, se avecina la negociación del brexit -la de verdad, la que definirá las relaciones comerciales entre Gran Bretaña y la UE en el futuro- y Johnson, comprensiblemente, quiere lealtad absoluta en el área económica.
Lo importante de esta remodelación es otra cosa menos visible: supone el arranque de un experimento en la forma de Gobierno que veremos lo que da de sí, y que podríamos denominar «nueva tecnocracia». Desde hace más de cien años, Gran Bretaña es ya un país especialmente tecnocrático, pero al modo tradicional, en el que los civil servants (funcionarios) matizan y condicionan mucho las decisiones de los cargos políticos. Cummings aspira a romper el espíritu de cuerpo de estos funcionarios llenando la cúpula de la Administración de lo que él mismo llama «tipos raros con habilidades extrañas» -como él mismo, que es bastante raro y ha demostrado tener habilidades poco comunes-. No hace mucho, tomó la iniciativa insólita de publicar en su página personal de Internet un llamamiento detallando el tipo de especialistas que necesita.
La lista es tan precisa como extravagante, y apunta a un estilo de gestión basado en el análisis de bases de datos y el uso de algoritmos para la toma de decisiones. Las empresas hace tiempo que han incorporado estas técnicas, y también muchos organismos públicos; pero Cummings quiere llevar este método al centro neurálgico del Gobierno. En el fondo, se trata de una traslación al día a día de la política de las tácticas de choque que empleó el propio Cummings en sus campañas electorales, y certifica el ascenso, que también se está produciendo en otros países, del gurú electoral como consejero áulico, por delante de los analistas políticos tradicionales que se escogían por su experiencia o su intuición. Cummings, de hecho, dice que «más o menos en un año» espera poder dejarlo todo, una vez que haya creado un sistema de toma de decisiones que «funcione solo».
Como en política es difícil inventar algo nuevo, incluso de esto se puede encontrar un precedente: la utopía de aquel secretario de Defensa norteamericano, Robert McNamara, que pretendía confiar la gestión de la guerra de Vietnam a los ordenadores. La utopía de Cummings es mucho más ambiciosa y los medios de los que dispone son exponencialmente más sofisticados. Pero es inevitable recordar que aquel experimento de McNamara resultó un completo desastre.
El mundo entre líneas