Bruselas, capital de la inestabilidad

L. P. REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Nacionalistas flamencos de extrema derecha se manifiestan contra el nuevo Gobierno belga presidido por De Croo
Nacionalistas flamencos de extrema derecha se manifiestan contra el nuevo Gobierno belga presidido por De Croo DPA | Europa Press

Bélgica designa al fin primer ministro tras sumar 650 días sin Gobierno

11 oct 2020 . Actualizado a las 13:14 h.

Bélgica, ese pequeño país de algo más de once millones de habitantes en el que se encuentran nada menos que las sedes de la Unión Europea y la OTAN, batió esta semana su propio récord en una disciplina en la que no tiene rival en el escenario internacional: 650 días sin Gobierno. La anterior plusmarca, también belga, se remonta a los años 2010 y 2011, cuando permaneció 541 días sin un Ejecutivo al frente.

La inestabilidad política de Bélgica contradice todas las recomendaciones que desde su propia capital, Bruselas, transmite la UE a sus Estados miembros para que tras los comicios se formen cuanto antes Gobiernos estables y los presupuestos se aprueben cada ejercicio en tiempo y forma.

Cuando cae un primer ministro belga -algo que sucede con cierta frecuencia-, se opta por la fórmula de instalar en el poder de forma interina a otro dirigente, en lugar de recurrir, como, por ejemplo, ha sucedido en España en los últimos años, a una repetición electoral -en Bélgica no se recuerda una desde 1831-. Y, mientras van pasando los meses con este consejo de ministros provisional, se desarrollan las complejas negociaciones a múltiples bandas para formar Gobierno.

Esta semana concluyó el mandato de la primera ministra en funciones Sophie Wilmès (del Movimiento Reformador) y tomó el relevo, ya con plenas atribuciones, el liberal flamenco Alexander De Croo. Se trata del primer Gobierno estable desde que, en diciembre del 2018, dimitió como primer ministro Charles Michel (actual presidente del Consejo Europeo), tras la abrupta salida del gabinete de los nacionalistas flamencos de N-VA por su oposición frontal a la firma de un acuerdo internacional sobre la acogida de migrantes.

El propio Michel tuvo que continuar en funciones hasta ser reemplazado, en octubre del 2019, por Wilmès. Sus mandatos interinos no son ni mucho menos una excepción: desde 1999 hasta el 2020 solo tres dirigentes han conseguido formar ejecutivos duraderos en Bruselas: el liberal flamenco Guy Verhofstadt (que gobernó entre 1999 y el 2007), el socialista Elio di Rupo (2011-2014) y el propio Charles Michel (2014-2019).

Durante esas dos décadas, tuvieron que hacerse cargo del Gobierno de forma interina el cristianodemócrata flamenco Yves Leterme en dos ocasiones, el también cristianodemócrata Herman Van Rompuy y los ya mencionados reformistas Charles Michel y Sophie Wilmès.

Factores de tensión

Dos son los principales factores que generan inestabilidad política en Bélgica. El primero es la grave fractura territorial. El país se divide en tres comunidades lingüísticas con fuerte poso cultural: flamenca, francófona y germanohablante; una división que se traslada a tres zonas administrativas que no coinciden exactamente con estas comunidades: Flandes (de habla flamenca), la Región Valona (francófona) y Bruselas, donde conviven -no sin problemas- los dos idiomas. Las tensiones entre estos tres países dentro de un mismo país han aumentado en los últimos años, con el notable auge de un nacionalismo flamenco cada vez más escorado a posiciones de extrema derecha.

Entra aquí en juego el segundo factor que favorece la inestabilidad. Esta fragmentación territorial se reproduce en la atomización del Parlamento belga, donde diez formaciones políticas se reparten 150 escaños, haciendo imposible la formación de mayorías sólidas sin recurrir a coaliciones contra natura.

La alianza de siete partidos que permitirá gobernar a De Croo incluye a liberales, socialistas, ecologistas y cristianodemócratas (aunando siglas flamencas y valonas). Y deja fuera precisamente a las dos listas más votadas en las urnas en mayo del 2019: los nacionalistas flamencos de N-VA y los ultranacionalistas de Vlaams Belang (Interés Flamenco), herederos del xenófobo Bloque Flamenco, dos formaciones que han polarizado la política belga hasta convertir la simple formación de Gobierno en un puzle irresoluble.