Cornel West: «No podemos dar por seguro que la transición de poder en EE.UU. vaya a ser pacífica»

Caroline Conejero NUEVA YORK / COLPISA

INTERNACIONAL

Gage Skidmore / Wikimedia

«No soy fan de Biden, pero es el mayor obstáculo frente al neofascismo», asegura el filósofo

20 oct 2020 . Actualizado a las 17:08 h.

Demócrata radical y socialista, según su propia definición, y con un intenso historial activista y académico, Cornel West (Tulsa, 1953) es uno de los intelectuales más consultados por la izquierda estadounidense y ha sido designado como el cuarto pensador más grande de la era poscovid-19, según la revista política The American Prospect. Ha ocupado cátedras y becas en las universidades de Harvard, Princeton, Yale y Pepperdine, así como en el Seminario de Unión Teológica y la Universidad de París. En 1985 fue encarcelado tras manifestarse contra el apartheid sudafricano.

West es un icono cultural. Realiza podcast, ha grabado discos de hip hop -una de sus pasiones es investigar el vínculo de este género con el activismo político- e incluso apareció en dos películas de la serie Matrix, en un papel irónico que rendía homenaje a su dimensión en la cultura y política americana interpretando al Consejero West.

-Una de las polémicas de la campaña es el proceso de confirmación de la jueza Amy Coney Barret al Tribunal Supremo en vísperas de las elecciones.

-Es parte de ese fuerte movimiento de conservadurismo judicial en los círculos legales que ha sido sumamente exitoso en poner a sus candidatos en los niveles más altos de la judicatura en EE.UU. Un movimiento que ha dominado gran parte de las facultades de Derecho, donde el pensamiento conservador jurídico se ha impuesto.

-¿Esta nominación podría poner en riesgo derechos constitucionales como muchos temen?

-La historia del Supremo apenas ha sido amiga de la gente pobre, de los trabajadores. Ha habido momentos maravillosos, claro, de avance de los derechos civiles para los afroamericanos. Derechos para las mujeres, los gais... Pero son momentos muy ‘anormales', muy poco corrientes en la historia del Supremo. Cualquiera que quiera ver la Constitución como una fuerza de progreso de la vida norteamericana no mira al sitio adecuado.

-¿El nombramiento supondrá un impacto en las elecciones?

-Absolutamente. El ‘voto péndulo' va a ser el de las mujeres blancas. Cerca de un 50 % votaron por Trump en el 2016 y en estas elecciones está disminuyendo. Una mujer conservadora en el Supremo con determinadas convicciones sobre el aborto, el matrimonio gay, la salud pública... tendrá un impacto entre las mujeres blancas en Pensilvania, Ohio y Wisconsin. Florida también, aunque es más difícil de decir. Pero esos tres podrían ser los Estados decisivos en términos de empujar a Biden a la línea final.

-¿Qué le parece el demócrata?

-La energía del Partido Demócrata está en el movimiento progresista, y el movimiento progresista necesita apoyar a Biden para llevarlo hasta la línea final. Lo veo como parte de una coalición antifascista. No soy particularmente fan de Biden, o de Kamala Harris, pero estoy apoyando activamente los esfuerzos para que la gente les vote porque son el mayor obstáculo en la marcha de EE.UU. hacia el neofascismo.

-¿Le preocupa la dimensión que está adquiriendo el neofascismo?

-La coalición antifascista se está movilizando en las calles para asegurarse de que Trump pierde estas elecciones. Y no se sabe qué sucederá. Se puede poner bien feo, podría haber una huelga general, un levantamiento civil, no lo sabemos.

-Pandemia, recesión, supremacismo... Son unas elecciones muy complejas, con múltiples crisis y factores muy graves nunca vistos.

-No creo que estas elecciones estén definidas solamente por las crisis. En términos de crisis podrían compararse a las de 1860. En aquel momento había pobreza, una guerra inminente (la guerra civil) y cuatro millones de seres humanos en estado de esclavitud. Había milicias regionales, que se unieron y declararon ilegítimo al Gobierno federal y establecieron la Confederación. Hoy estamos ante una catástrofe ecológica, una catástrofe nuclear, la desigualdad económica y la pobreza, y una disfuncionalidad del liderazgo ante las diferentes crisis que estamos sufriendo.

-¿Cuál es la diferencia?

-La gran diferencia, por supuesto, es que estas elecciones tienen el telón de fondo del declive espiritual y moral del imperio de EE.UU., sumido en un proceso de derrumbe, con un despliegue militar en exceso a través del mundo y un presupuesto en Defensa superior a 700.000 millones que se lleva muchos recursos. La situación de ahora tiene también consecuencias para el resto del planeta porque EE.UU., la potencia que rige el mundo, entra en colapso mientras el represivo imperio de China se expande agresivamente. No tengo claro qué alternativa nos queda cuando hablamos del teatro internacional.

-EE.UU. siempre ha alardeado de un sistema democrático robusto. Es difícil creer la situación de vulnerabilidad en la está, al borde del autoritarismo.

-Estamos ante el ocaso del excepcionalismo estadounidense, esta noción de la sociedad de EE.UU., que trasciende las leyes de la Historia, de no haber padecido élites corruptas, ni conocido posibilidades fascistas o regímenes represivos. Un país donde las elecciones no se alteran. Pero ahora, la mirada desde el otro lado de la línea electoral nos daría una imagen de EE.UU. similar a la de cualquier otro experimento social fallido. Y esto derrota las expectativas de mucha gente de que EE.UU. nunca podría llegar tan bajo.

-¿Qué sucedería si una presidencia de Biden no brindara las reformas que necesita el país?

-El primer paso es asegurarse de que Trump no socava las elecciones democráticas. Y se puede poner en plan fascista sobre este asunto, con el apoyo de la derecha. A partir de ahí, y si Biden gana, los progresistas deberán movilizarse de forma masiva para poner en marcha las reformas de una Administración con lazos próximos a Wall Street, al Ejército y al Pentágono, y entre las élites corporativas. Al menos, Biden no es un fascista, esa es la línea divisoria. Y por eso apoyarle se hace tan importante ahora. Otra incógnita es que nadie sabe si esta va a ser una transición de poder pacífica, no podemos darlo por seguro. Acabamos de tener una conferencia en Naciones Unidas sobre el envío de observadores internacionales para asegurar que tendremos una elección libre y limpia.

-¿Piensa que la violencia sería inevitable?

-Si sufrimos una movilización de la milicia de extrema derecha en el país, tendrían que enviar tropas internacionales para evitar que los norteamericanos se maten entre ellos. Ese es el punto bajo en el que nos encontramos en Estados Unidos ahora mismo. Estoy seguro de que muchos de nuestros nombres están en las listas de esas milicias de supremacistas blancos. Créame. Bajo un presidente que se negó a condenar a los supremacistas armados en Michigan muchos vamos a tener que acostumbrarnos a la idea de tener que enfrentar la cárcel o ser clausurados.

«El triunfo de Trump fue fruto del desengaño con Obama»

-¿La campaña demócrata está desaprovechando la fuerza del movimiento progresista?

-Esa es la pregunta que nos hacemos. Pero ahora mismo estamos en medio de una batalla y hay que ganar. Si Biden y Harris no van al ala progresista, los progresistas tendremos que ir por nosotros mismos. Yo estoy comprometido en movilizar el voto.

-¿Cómo?

-He estado participando en las comunidades. Y con el hip hop (desde la Cátedra de Estudios Afroamericanos y la Universidad es uno de los grandes intelectuales de este género y su capacidad de agitación política) trato de llegar a los jóvenes y activarles en la participación democrática, grupos que la gente de Biden no está movilizando.

-Usted ha sido muy crítico con la Administración de Barack Obama, a la que responsabiliza por perpetuar las políticas neoliberales de Clinton y gran parte del «establishment» y habernos llevado a la actual situación.

-La situación de los afroamericanos se extiende a la creación de este país, siempre ha sido diferente porque se nos ha tratado así. Y eso no cambia porque alguien sea presidente. El régimen de encarcelamiento masivo, la segregación, la discriminación económica... Vimos como (Obama) no aprovechó la oportunidad de hacer reformas. Tienes un presidente negro, un fiscal general negro y un director de Seguridad Nacional negro. Y todo pasa a ser un profundo desengaño. Así, la incapacidad de aquella Administración de solventar las necesidades básicas de la clase trabajadora empujó a muchos a buscar otra alternativa de voto en el 2016. La victoria de Trump fue en gran parte la ebullición de toda esa frustración.