
De los resultados de las elecciones holandesas se pueden extraer algunas conclusiones generales. La primera es una constatación: la gestión del coronavirus tiene un bajo coste para los Gobiernos, incluso cuando la percepción general es que ha sido mala. Este era el caso en los Países Bajos, y, sin embargo, el primer ministro Mark Rutte (del VVD, centro-derecha) no ha pagado ningún precio por ello. La impresión es que ha predominado el voto por la estabilidad, y Rutte se ha beneficiado del hecho de llevar ya una década en el poder. De hecho, el partido de la coalición gubernamental más castigado en las urnas ha sido el CDA (Llamada Cristiano Demócrata, derecha moderada), que fue el que provocó las elecciones anticipadas al denunciar un escándalo de discriminación racial en las ayudas públicas. La denuncia ha pasado, pues, factura al denunciante. Otros dos fenómenos interesantes no son tan generalizables al resto de Europa: la izquierda tradicional (socialistas y ecosocialistas) se ha hundido todavía más (o se han quedado igual, como los laboristas), transfiriendo en general su voto al D66, que representa una izquierda más «cultural» y menos económica; la extrema derecha, por su parte, crece, pero al mismo tiempo se fragmenta, víctima de la lógica del populismo: cuando se defienden ideas radicales, es fácil que entren en contradicción unas con otras. Así, el populista antiinmigración Geert Wilders ha perdido peso frente al populista antivacunas Thierry Baudet.
Vistas desde Bruselas, estas elecciones no han resultado tan mal. Rutte obstaculiza las transferencias de fondos a los países del sur de Europa, pero no es un euroescéptico, y de hecho fue él quien cerró el paso a los euroescépticos de verdad en las elecciones del 2017. En realidad, cumple con el papel poco lucido de «tacaño» y reticente en la Unión Europea, lo que permite a Alemania adoptar una actitud más generosa, sabiendo que los Países Bajos vendrán luego con las rebajas. En todo caso, Rutte tendrá que ser más europeísta en esta legislatura, porque la caída de los cristianodemócratas y el ascenso de D66 (más pro-Bruselas) probablemente llevará a que la cartera de Finanzas pase de los primeros a los segundos. Y en Holanda, que ve la UE sobre todo como un mercado, Finanzas es el ministerio que negocia con Europa. Es posible incluso que a Rutte no le llegue con repetir su coalición actual y tenga que incorporar al estancado Partido Laborista, lo que inclinaría todavía más su Gobierno hacia la cooperación con los planes de Bruselas; pero siempre con un límite claro: en los Países Bajos, la causa de los países del sur de Europa no es popular. Todos los líderes de los partidos saben que el electorado reclama un mayor control en lo que se refiere a los fondos de solidaridad dentro de la UE. Las elecciones pueden haber dejado un parlamento extraordinariamente fragmentado, pero, en esa cuestión, el consenso es muy transversal.