Esta de Kazajistán podría ser la primera de las revueltas que veremos a lo largo de este año en distintos lugares del mundo a causa de la inflación, si bien en este caso el aumento de precios tiene una explicación en parte local. El Gobierno de Kassym-Jomart Tokayev liberalizó recientemente el precio de los combustibles en un mal momento, con lo que la gasolina pasó a costar el doble en pocos días. Como casi siempre en Kazajistán, el descontento se ha manifestado primero en la provincia de Mangystau, donde se encuentra buena parte de la riqueza minera, pero donde el nivel de vida es considerablemente más bajo que en la capital. De ahí se ha extendido a todo el país, al principio de forma pacífica, luego de forma decididamente violenta. La presencia de grupos armados enfrentándose a la policía en Almaty, una ciudad casi en la frontera con el conflictivo Kirguistán, deja abierta la posibilidad incluso de que se haya sumado, quizá, algún elemento islamista, aunque esto sería algo muy inusual para Kazajistán. El presidente Tokayev, en todo caso, lo ha utilizado como excusa para reclamar la intervención de la alianza militar que forma con otros países exsoviéticos y que controla Rusia. Si sumamos a esto una cierta pasividad policial y el cese fulminante de varios altos cargos de la seguridad kazaja, cabe sospechar que Tokayev no controla totalmente sus fuerzas. Aun así, su estrategia para sobrevivir parece clara: distanciarse lo más posible del hombre fuerte que le puso a él en el poder, el antiguo dictador Nursultan Nazarbayev, con la esperanza de que la ira de los manifestantes se dirija hacia él (al parecer, Nazarbayev ha huido al extranjero).
Para Rusia, la crisis no podía llegar en un momento más inoportuno, y probablemente le obligará a aflojar la presión que estaba acumulando sobre Ucrania. Pero Kazajistán es demasiado importante para Moscú. Su gas es indispensable para compensar sus problemas de producción, y allí se encuentra incluso una parte importante de su programa espacial. Cierto que Putin se arriesga a agitar un sentimiento antirruso que podría volverse contra la comunidad kazaja de etnia rusa (cerca de un 20 por ciento de la población). Llevando esta hipótesis al límite, Kazajistán podría acabar convirtiéndose en una nueva Ucrania, en este caso con un secesionismo ruso en el norte del país. Lógicamente, el cálculo de Putin es que la situación se normalizará antes de que suceda algo así.
También en Pekín estarán observando esta crisis con atención. Un 5 por ciento del gas que consume China procede de Kazajistán y, sobre todo, se trata de un país estratégico en la Nueva Ruta de la Seda. Precisamente Tokayev es muy próximo a los chinos (incluso habla mandarín) y su posible caída sería un revés para ellos. Pero también el resto del mundo estará muy pendiente estos días de Kazajistán, que, a parte de su peso en la producción de hidrocarburos, es el mayor exportador mundial de uranio, una materia prima esencial en la producción de energía nuclear, y cuyo precio ya ha comenzado a aumentar a causa de esta crisis.