El curso de los acontecimientos nos confirmó que la huida había sido buena solución: la noche del día 12 y el día 13 la ciudad de san Nicolás fue golpeada severamente por misiles
11 mar 2022 . Actualizado a las 12:23 h.El plan de Putin, además de la vertiente militar, incluye el desastre humanitario, provocado por olas de refugiados que corren del este, del centro y del sur al oeste, a la zona más alejada de las tropas rusas. Para ilustrar cómo funciona el mecanismo de esta tecnología sádica propongo mi testimonio sobre nuestra huida a Leópolis, la ciudad del león.
Por la tarde del día 12 en la ciudad de san Nicolás la atmósfera grave se intensificó hasta un punto extremo. El temor a bombardeos masivos y la amenaza de ser capturados por los orcos se hicieron insoportables. Una hora y media antes del inicio de toque de queda recibí la noticia de que el tráfico por el puente en dirección a Odesa estaba permitido: la trampa se abrió por un rato. En diez minutos, lo que nos llevó meter las cosas en el maletero del coche, nosotros (mi esposa y yo, mi hijo con su novia) ya estábamos volando por la carretera con destino a Leópolis. Detrás habíamos dejado nuestras casas, 35 años de vida en Mykolaiv, donde nacieron y crecieron nuestros hijos, la universidad en la que llevo trabajando 25 años y la facultad creada por mí mismo y mis colegas de la nada. Nos hicimos refugiados. El curso de los acontecimientos nos confirmó que la huida había sido buena solución porque por la noche del mismo día 12 y el día 13 la ciudad de san Nicolás fue golpeada severamente por misiles y atacada por tanques rusos.
La distancia entre Mykolaiv y Leópolis por la ruta más corta es de 800 kilómetros, pero la dirección hacia Kiev estaba bloqueada y, como resultado, el trayecto resultó ser de más de 1.000 kilómetros en total. Las carreteras principales estaban llenas de miles y miles de coches de otros refugiados (la prensa informa que somos 2 millones) que estaban arrasando gasolineras y se encontraban atrapados en atascos de varias decenas de kilómetros. Un día de viaje en condiciones normales podía convertirse en tres días. La gente fatigada buscaba sitios para dormir y comer, y todos aquellos lugares estaban llenos. Los conductores estaban haciendo todo lo posible para controlar sus emociones y no chocar con los coches de otros refugiados. Conducir en tales condiciones es una práctica arriesgada: nosotros vimos algunos accidentes.
Para evitar atascos decidimos ir por carreteras locales. Ante nuestros ojos pasaban imágenes de vida pacífica, muy distinta de la que habíamos dejado en el sur. Allí paisajes de ciudades y pueblecitos bombardeados hacen recordar la famosa metáfora de la gaviota abandonada en la cuneta, que simboliza a una mujer raptada, torturada y destrozada. Así se imaginaban Ucrania los poetas del pasado. ¿Cuántas veces la historia se repetirá con el mismo imaginario horrible? A las 6 de la tarde llegamos a la ciudad de Kamenets-Podolski donde mi colega nos dio de comer borsch (sopa de remolacha ucraniana) y nos llevó a un piso con camas para cada uno de nosotros. ¡Qué lujo! El día 14 por la mañana llegamos a Leópolis.
Anteriores entregas
8 de marzo: Las últimas horas en la ciudad de san Nicolás
7 de marzo: Protegidos por san Nicolás
6 de marzo: La ciudad de san Nicolás
5 de marzo: Ucrania: dos referencias literarias
4 de marzo: Por qué ha fracasado la guerra relámpago
3 de marzo: Ucrania resiste y vive
2 de marzo: Mis peores temores
1 de marzo: El columpio de esperanzas y temores
28 de febrero: Tanques en Mykolaiv
27 de febrero: Rezad por Kiev
24 de febrero: «¡Feliz cumple, profesor!» (Sé que puede ser el último de mi vida)