Nika Iglesias, de Santiago: «Intento que mi hermana me envíe desde Ucrania a mi sobrino de 9 años, pero es imposible»

O. P. SANTIAGO / LA VOZ

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Nika, en el centro, es hija adoptiva de Enrique Iglesias, que tiene en acogida también a Anastasia
Nika, en el centro, es hija adoptiva de Enrique Iglesias, que tiene en acogida también a Anastasia PACO RODRÍGUEZ

Originaria de Dnipro y adoptada por una familia compostelana hace 14 años, señala que su calendario vital se paró el 24 de febrero

11 mar 2022 . Actualizado a las 12:28 h.

La voz de Nika Iglesias parece a punto de quebrarse permanentemente. Pero resiste sin hacerlo toda la conversación. Y ello pese a que su calendario vital se ha parado el 24 de febrero, cuando las bombas rusas empezaron a caer sobre su país, Ucrania, la tierra en la que continúa viviendo su familia biológica. Ella, de 24 años, vive desde los 10 en Santiago con su familia adoptiva, en la que se integra también desde hace cuatro años Anastasia, ucraniana de 17, en acogida mientras estudia. «Con tanta familia allí, es difícil hablar de la guerra, cuando intentas que ellos salgan y obtienes un ´no´ porque no quieren dejar su país, su casa, su vida, sus hombres ... Eso te hace tener una impotencia y unas ganas de llorar que no puedes ni parar. Vivo en un estrés constante, que no logro controlar. Ves en las noticias las calles llenas de muertos. Eso no puede verlo un niño, que es el más vulnerable en la guerra. Llevo dos semanas intentando que se venga mi hermana mayor con mi sobrino de 9 años. O que al menos me lo mande a él, pero es imposible».

Nika tiene allá a toda su familia biológica: su abuela, dos hermanas y dos hermanos, su padre biológico, primos. Por eso es impensable seguir con su vida normal en Santiago. Ha dejado de lado sus estudios para ayudar a su padre, Enrique Iglesias, a clasificar el material que recogen en el instituto Fontiñas para enviar a Ucrania: «Tu cabeza te juega malas pasadas. Estás todo el día en un momento de estrés y de agobio que hasta te irritas tú sola. Yo estoy muy agradecida a la gente que te dice que te comprende, pero no es verdad: nadie está en mi cabeza ni en mi corazón, nadie tiene toda esa familia allá. Es muy complicado entender a una persona con tantos parientes en una guerra que no han querido». Su abuela, delicada de salud e imposibilitada para caminar, no puede dejar Ucrania; los hombres fueron movilizados; y sus hermanas no quieren dejar atrás sus vidas. Además, el miedo las atenaza: una de ellas vive en un pueblo, a las afueras de Dnipro, por lo que tendría que caminar un largo tramo hasta la ciudad, en el que teme morir en un bombardeo o ataque ruso. «Ella me dice que está bien, pero su cara por videollamada la delata. Están aterrorizados: no piensan más que en la posibilidad de que los maten si salen». De uno de sus hermanos, que tiene dos hijos, hace dos semanas que no sabe nada, y vive desesperada por la imposibilidad de contactar con él y con los niños. Nika lamenta que sus familiares no se vayan mientras aún puedan hacerlo. Porque ella considera que la guerra se prolongará: por más que los rusos conquisten el país, los ucranianos no acatarán el gobierno impuesto, y se vivirá una guerrilla continua, asegura.

Nika ha visionado cámaras que emiten en directo desde su país: «Cuando oyes el sonido de la alarma te entra un disgusto en el cuerpo impresionante. Tiene que ser horrible lo que sienten ellos, porque es oírla y entrar en tensión total». Relata la importancia de su ciudad, Dnipro: «En la Segunda Guerra Mundial se fabricaban aviones y armas. Por eso temo tanto que lleguen allí los bombardeos y los rusos, con todas las barbaridades que están cometiendo. Son más que crímenes de guerra». Esta misma mañana, sus peores presagios se cumplieron, y Dnipro sufrió tres ataques aéreos rusos: entre ellos, a un jardín de infancia. Contactó con su hermana, que la intentó tranquilizar señalando que «retumbaron los cristales, pero no sufrieron daños. Yo le dije que se vengan ya, porque esto no va a parar, pero tampoco quiere dejar a su marido solo».

Para Nika Iglesias, la guerra no fue una sorpresa, ya que pensaba que si a Putin se le cruzaban los cables era capaz de hacerlo «y su cabeza se ha vuelto más que loca». Ella, que tiene el ruso como idioma materno y ni siquiera sabe hablar ucraniano, no culpa de la guerra al pueblo ruso, pero sí de la elección de Putin como presidente, y también a quienes pese al horror que ha desatado siguen apoyándolo: «¿Pero cómo voy a culpar a los rusos que están ayudándonos, a los que están protestando, a los que dicen no a la guerra? Están ayudando a mi país». Un país que considera que vive en guerra desde que se independizó: «Nunca ha sido libre, nunca fue respetado por los rusos ni por los demás países. Antes no se conocía Ucrania, era un país pequeñito, con muchísima corrupción. El Maidán del 2014 fue para sacarse ese peso, para ganar una libertad de expresión, de elección, de todo ... Lo han conseguido, pero después de ocho años de pelear, de morir 14.000 personas en el Maidán, viene este hombre y mata más: no hay por dónde cogerlo», lamenta.

El padre de Nika, Enrique Iglesias, es el presidente del colectivo Nenos de Ucraína e Galicia, que trae a niños de la zona de Chernóbil a pasar el verano y vacaciones navideñas con familias gallegas. En el actual contexto de guerra, la asociación trabaja para que esos niños puedan salir del país, también con sus madres, y venir a Galicia. Además, recogen ayuda humanitaria en el IES Fontiñas, en colaboración con AGA-Ucraína. Iglesias adoptó hace 14 años a Nika, y desde hace cuatro tiene en acogida a Anastasia, que cursa estudios de administrativo.