La UE se resiste a cambiar las reglas del mercado para abaratar los precios de la energía

Cristina Porteiro
c. porteiro REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Luis Tejido

Empresas y familias seguirán pagando facturas infladas por el coste del gas

11 mar 2022 . Actualizado a las 08:45 h.

Cumbre en Versalles (Francia), territorio con una larga tradición intervencionista que tanto aborrecen las autoridades comunitarias cuando se trata de regular el mercado de la electricidad. La primera jornada de la reunión informal de los líderes de la Unión Europea (UE) terminó ayer como se esperaba: con unidad en las formas, pero sin acuerdo en el fondo.

A medida que pasan los días y suben los precios, hoy desorbitados, aumenta la tensión política en las cancillerías. Falta cohesión en la letra pequeña de los acuerdos. Ahí es donde el bloque ha vuelto a cortocircuitar. Y lo ha hecho en dos sentidos: en el grado de dureza de las sanciones energéticas a Rusia y en la respuesta a la crisis de precios que están sufriendo las empresas y las familias.

No habrá embargo de petróleo a Rusia, como el que anunció Estados Unidos. Eso se encargó de dejarlo bien claro el canciller alemán, Olaf Scholz, a su llegada: «Tenemos que estar seguros de que el impacto sobre nosotros, en Europa, es el mínimo posible», deslizó, temeroso de tener que buscar una alternativa a Rusia, que le suministra el 30 % del crudo que consume.

En el lado opuesto se han plantado países como Letonia, que le compran el 20 %: «Con las sanciones deberíamos ir mucho más rápido y mucho más allá. Expulsar del Swift [sistema internacional de comunicación de pagos] a todos los bancos. Deberíamos tomar la decisión de parar las importaciones energéticas de Rusia [...] Si no es ahora, ¿cuándo?», lamentó el primer ministro letón, Arturs Krisjanis Karins.

No es esta la única costura abierta en la UE. Hay otra que afecta de lleno al bolsillo de los ciudadanos y las cuentas de las empresas: qué hacer con el mercado eléctrico europeo, roto por los precios desorbitados que está alcanzando el gas. Su cotización está inflando artificialmente los costes energéticos de todo el tejido productivo. Por eso el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, insistió ayer en la plegaria que lleva diez meses agitando: hay que cambiar el sistema de fijación de precios, la única medida que la Comisión Europea excluyó esta semana de su plan de choque. «Lo que no puede ser de recibo es que un 20 % de la producción de esa electricidad, que es el gas, esté contaminando todo el precio de la electricidad cuando nosotros deberíamos tener uno más barato», se quejó a su llegada a la cumbre, antes de pedir que se actualice el sistema para «arreglar de una vez por todas una disfunción que está mermando el bienestar de los ciudadanos y está socavando la competitividad de la industria y la economía española y europea».

La Comisión Europea y algunos países no están dispuestos a llegar tan lejos, a pesar del goteo de cierres y parones empresariales y de las dificultades de los hogares para poder pagar las facturas. Ni siquiera hay consenso para lanzar eurobonos energéticos para repartir el coste de la crisis. La medida más ambiciosa que están debatiendo es la de poner un tope al precio que puede marcar el gas en el mercado, sin desacoplarlo del sistema.

Precios injustificados

¿Por qué algunas facturas energéticas se han triplicado? La culpa es del sistema por el que se fijan los precios de la electricidad en el mercado mayorista de la UE —donde las empresas generadoras ofertan y las comercializadoras compran la energía que nos suministran—. Ese bazar se abastece con la electricidad que generan fuentes como la nuclear, las renovables, el carbón o el gas natural. Pero hay una peculiaridad: la última en entrar a abastecer el mercado es la que marca el precio a pagar.

Primero se oferta la energía renovable —las plantas generan cuando hay recurso y no pueden almacenar la producción— y luego la nuclear —las plantas no pueden parar de producir por razones técnicas—. Estos recursos no son suficientes y las empresas generadoras tienen que recurrir a tecnologías más costosas. Es el caso de las plantas de ciclo combinado, que utilizan gas. Como es la última en entrar, es la que marca el precio, inflando el coste de la hidráulica o la eólica, cuando apenas se utilizó en el 22 % de la energía total generada en España en el mes de enero. Ganan las grandes empresas generadoras, pierden muchas comercializadoras que cerraron contratos con clientes a largo plazo con tarifas más bajas y pierden los consumidores, que están recibiendo en sus casas facturas astronómicas para mantener este sistema marginalista de precios que supuestamente debería incentivar el desarrollo de renovables, pero está generando un efecto perverso: que a las generadoras les interese limitar la oferta de renovables para entrar con el gas y así inflar los precios.

Reticencias

¿Por qué tantas reticencias a cambiar este modelo? Hay quien apunta al miedo del Ejecutivo comunitario a enfrentarse a las grandes compañías energéticas, que están haciendo pingües beneficios. Aunque habría también otra razón menos evidente: la aversión a cambiar las reglas de juego sin previo aviso porque podría generar inseguridad jurídica: «Muchas empresas se sentirían afectadas porque se les cambian las reglas de un mercado donde estaban percibiendo unos beneficios extraordinarios y podrían tratar de judicializar la decisión, como ocurrió en otoño en España», sostiene el experto en mercados energéticos, José María Yusta.