«Explotó un globo de cumpleaños y ellos temblaron, se asustaron muchísimo»: la vida en Caldas de Reis tras huir de la guerra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

INTERNACIONAL

Un momento del viaje del convoy que trajo hasta Caldas de Reis a 18 refugiados ucranianos.
Un momento del viaje del convoy que trajo hasta Caldas de Reis a 18 refugiados ucranianos. Cedida

18 ucranianos llegaron este fin de semana a la villa termal. Sin hablar español ni inglés, mostraron su agradecimiento con sonrisas. Pero niños y mayores enseguida evidenciaron también las cicatrices psicológicas que les ha dejado la invasión rusa

14 mar 2022 . Actualizado a las 14:36 h.

Bastó un simple globo. Solo hizo falta que un inofensivo juguete de cumpleaños de colorines explotase, para que Ana Pastoriza, vecina de Caldas de Reis, entendiese de golpe y sin necesidad de más explicaciones el horror que supone la guerra de Ucrania y las cicatrices que le deja a quienes la viven en primera persona. Ella acaba de acoger en su casa, en la que vive con sus dos hijos, a cinco refugiados ucranianos. Son una abuela, una mujer de mediana edad y sus tres hijos, un bebé de año y medio, otro crío de 3 y uno más de 7. Llegaron el sábado, de madrugada. Les recibieron con abrazos para sustituir a las palabras con la que no pueden comunicarse, porque ellos solo hablan ucraniano y Ana no domina ese idioma. Ella se quedó perpleja al ver cómo los críos, a los pocos minutos de llegar, hacían buenas migas con sus dos hijos, e incluso no querían separarse ni para dormir. «Los ves sonreír a todos juntos y te quedas alucinada», señala Ana con emoción. 

Ayer, todos participaron en el cumpleaños de uno de los hijos de Ana. Comieron lacón, churrasco y los niños recién llegados jugaron y sonrieron, con esas sonrisas capaces de apagar cualquier pena. Pero esa alegría se paralizó con un simple juguete, se diluyó en los segundos en los que tarda en explotar un globo: «Mi hijo estaba de cumple, explotó un globo y ellos se asustaron muchísimo. Y pasó lo mismo cuando la puerta del garaje dio un pequeño golpe. Se nota que vienen del infierno y que tienen muchísimo miedo. No sé lo que vivieron ni les voy a preguntar, contarán lo que ellos quieran contar, pero se nota que vivieron un infierno», indica Ana, que luego añade: «No son monos de feria, esto es algo muy serio, no quiero que tengan que contar nada que no quieran, quiero acogerles lo mejor que pueda». 

Ana, en realidad, es solo una pieza importante del puzle solidario que se construyó en Caldas y Cuntis estos días. Todo empezó con Mónica Gándara, de Cuntis. Tras estallar la guerra en Ucrania, Mónica tenía claro que quería ayudar. Pero le faltaba resolver cómo hacerlo. «Al principio, no sabíamos qué podíamos hacer. Pero luego unos conocidos que tenía en Ávila me dijeron que se iban a ir con furgonetas a Polonia para llevar ayuda y traer a los refugiados que quisieran venirse», cuenta Mónica. 

Había plazas para 19 personas. Y fueron 18 las que finalmente se subieron a esas furgonetas. Mientras esos voluntarios amigos de Mónica hacían el viaje, en Caldas y Cuntis se tejía a contrarreloj la red para acoger a estas personas. Cuatro familias, una de ellas la de Ana, se ofrecieron a acoger a los refugiados, bien en sus casas bien en viviendas que tenían vacías. De esta manera, el sábado por la noche las 18 personas fueron distribuidas en hogares de Caldas, Vilagarcía, Meis y Vigo

Antes de que conociesen a sus familias de acogidas, tanto Mónica Gándara como el alcalde de Caldas, Juan Manuel Rey, se desplazaron a Santiago para el recibimiento. Ahí se produjeron unas de esas imágenes que hablan por sí solas: desconocidos que se abrazan para tapar el horror que deja la guerra. Dice Mónica que, pese no poder comunicarse verbalmente con ellos, no tardaron ni cinco minutos en sentir su agradecimiento. «Vienen del peor momento de sus vidas, de perderlo todo y aún así te dan las gracias por poder estar aquí», cuenta esta mujer. 

Tanto Mónica como Ana y los alcaldes de Caldas de Reis y Cuntis son muy conscientes de todo el trabajo que tienen por delante. Aunque cuatro familias acogieron a estas 18 personas, el objetivo es que en cuanto puedan cuenten con viviendas «donde puedan recuperar un poco de su vida y de su independencia». Así, los concellos tratarán de ayudar a estas voluntarias para acondicionar dos casas que cedieron los vecinos en Carracedo (Caldas) y Cuntis, donde se espera alojar en breve a estas personas. Solventar el asunto de la vivienda es primordial, pero también proporcionarles alimentos, ropa y todo lo que puedan necesitar.

Han constituido una asociación llamada Galiaxuda, con la que están tratando de juntar fondos y material para los recién llegados. Se necesita ropa (de personas mayores, de hombre, de niños y adolescentes), alimentos e incluso muebles y electrodomésticos para las casas que les van a habilitar. Tienen varios puntos de recogida en Caldas y Cuntis, como la cervecería 5 Jotas y el Xantar de Pili. «Todo lo que se done será bien recibido», decía esta mañana Mónica Gándara. En realidad, no lo decía. Lo susurraba. Porque Mónica se ha quedado sin voz. Su afonía parece una metáfora. Porque este fin de semana a ella y a todos los que colaboraron con su causa les tocó comunicarse sin voz, sin la facilidad que dan las palabras. En ocasiones se amarraron al traductor o a un intérprete. Pero la mayoría del tiempo se comunicaron con abrazos o con ojos emocionados. Y lograron arrancar algunas sonrisas a quienes durante varios días, en furgoneta y desde Varsovia, vivieron el viaje más difícil de sus vidas.