Las huellas de los crímenes de guerra en Trostianets, otra ciudad arrasada por el Ejército ruso

Gabriela Consuegra
Gabriela Consuegra REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

STRINGER | REUTERS

En la localidad hay «pruebas de ejecuciones sumarias, torturas y saqueos». El alcalde asegura que más de 50 civiles fueron asesinados, aunque espera que no se contabilicen cientos

05 abr 2022 . Actualizado a las 21:45 h.

El Ejército ruso retrocede, pero deja su huella más atroz sobre Ucrania. Ese rastro de sangre, cuerpos y horror que denuncian las autoridades de Kiev, y que confirman los periodistas del mundo a través del testimonio de aquellos que sobrevivieron. Primero fue Bucha, la ciudad que estremeció a Europa, pero ya se comienza a hablar de Irpín, de Motitzyn y de las pequeñas ciudades que resistieron alrededor de Kiev. A esto se suma ahora la ciudad de Trostianets, donde, según un extenso reportaje de The Guardian, hay «pruebas de ejecuciones sumarias, torturas y saqueos».

Trostianets era un pueblo tranquilo a 20 millas de la frontera entre Rusia y Ucrania. El 24 de febrero la invasión que ordenó el presidente ruso Vladimir Putin dinamitó la vida que conocían hasta el momento sus 20.000 habitantes. Los tanques entraron durante las primeras horas de esta guerra que ya suma más de 40 días. Sin embargo, la contraofensiva que encontraron fue feroz. Desde entonces, comenzó el pulso entre la violencia y la resistencia, el germen de tantas masacres.

Más de un mes después, Ucrania ha recuperado el control del lugar, sí, pero ¿cuál ha sido el precio? Los periodistas de The Guardian acudieron a la localidad para descubrirlo y también para reconstruir lo que había pasado en esa región durante los días que sufrió la ocupación rusa. «Al ver a un periodista, cada vez más personas se acercaban y gritaban unos voces sobre otras. “Destrozaron mi casa”. “Me robaron todo, hasta mi ropa interior”. “Mataron a un tipo en mi calle”. “Los hijos de puta robaron mi computadora portátil y mi loción para después del afeitado”. Una sinfonía de historias, algunas personales, otras de segunda mano, todas horribles», recogen.

De acuerdo con la información que proporcionan, el alcalde de la ciudad, Yuriy Bova, aseguró que era demasiado pronto para hacer una estimación fiable de cuántos civiles habían sido asesinados por los rusos. Pero «definitivamente más de 50, aunque probablemente no cientos», señaló. Durante el tiempo que permanecieron en el lugar, los periodistas de The Guardian afirmaron haber encontrado pruebas de ejecuciones sumarias, torturas y saqueos sistemáticos. Tal y como ocurre en Bucha, llevará tiempo catalogar lo que ha sucedido, pero estas son las huellas de los crímenes de guerra que el mundo juzgará mañana. 

Según la información del medio británico, las tropas rusas se desplegaron por la ciudad y ocuparon varios edificios: la sede de la agencia forestal, la estación de tren y una fábrica de chocolate. El general superior instaló su oficina en «la sala 23 del edificio de la administración local, donde solían sentarse los contadores del consejo». Sus hombres vivían un piso más abajo, «y es posible que algunos también hayan muerto allí, a juzgar por los uniformes rusos ensangrentados que cubrían el suelo».

Los saqueos de los soldados rusos

Cuando abandonaron la ciudad, de acuerdo con los testimonios que recogieron en el lugar, lo hicieron en un convoy de tanques, con camiones llenos del botín que resultó de sus saqueos y numerosos vehículos robados que habían pintado con Z, el símbolo de su fuerza invasora.

Daria Sasina, una de las ucranianas que compartió su testimonio con The Guardian, tenía un salón de belleza que fue saqueado por soldados rusos. Cuando volvió a su local, el día después de que los rusos se fueran, descubrió que habían robado «miles de dólares en costosos tintes para el cabello, champús y esmaltes de uñas, los secadores de pelo, todo el equipo de corte, un sofá, las sillas, varias bombillas y el arte en las paredes». En algún lugar de Rusia, algunas mujeres recibirán de regalo esos productos de belleza de alta gama que Sasina no sabe cómo va a reponer. «Todo lo que trabajé para construir ha sido destruido», dijo. Lo único que le dejaron los soldados a cambio, según el medio, fueron mechones de cabello rapado en el suelo y montones de heces en una tienda vecina. 

Esto se suma a otras denuncias similares, ya que desde el inicio de la guerra se han compartido imágenes y vídeos que muestran a soldados rusos saqueando en las ciudades que ocupaban. Al principio era comida en los supermercados, argumentando falta de víveres, y combustible para sus tanques. Luego, los servicios de seguridad de Ucrania denunciaron que robaban artículos de todo tipo en las tiendas, pero también en las viviendas, para enviar el botín a sus casas. Incluso llegaron a compartir una conversación telefónica (supuestamente interceptada) entre un militar y su mujer en la que esta especificaba que quería «un vestido, zapatillas y un ordenador portátil». 

La periodista bielorrusa Hanna Liubakova divulgó a través de su cuenta de Twitter que «cada vez hay más informes sobre soldados rusos que intentan vender en Bielorrusia lo que saquearon en Ucrania». Además, compartió imágenes y vídeos de estos militares en un servicio de mensajería con «lavadoras, frigoríficos, joyas, juguetes para niños, cosméticos y más». «El vídeo muestra a los soldados enviando paquetes a Rusia», afirmó Liubakova, que aclaró que ella misma había visto las grabaciones.

La ruptura con Rusia

En Trostianets mucha gente habla ruso, o eso dicen. No había preocupaciones geopolíticas. Rusia no era solo un país vecino, era un hermano. Muchos ciudadanos tienen familiares o amigos al otro lado de la frontera. 

Además de los ucranianos, los únicos que sabrán la verdad de lo que sucedió en Trostianets y en tantas otras ciudades serán los soldados rusos que lograron salir con vida. Sin embargo, ellos regresan a un país donde la propaganda estatal se refiere a la guerra en Ucrania como una misión heroica para salvar al pueblo vecino de las garras de los radicales y de los neonazis.

El reportaje de The Guardian también cuenta la historia de Nadezhda Bakran, de 73 años, una enfermera que se escondió en el sótano del hospital en el que trabaja junto con sus pacientes. Mientras tanto, un tanque ruso disparaba al azar contra el edificio, que ahora está vacío y destrozado. El bloque de apartamentos en el que vivía también fue reducido a un cenizas.

Pero cuando llamó a su mejor amiga en Moscú para contarle la tragedia que había vivido, solo escuchó burlas al otro lado del teléfono. «Traté de explicárselo, pero no me cree. Ella cree en su televisión. Le dije: "Tu gente está destruyendo mi pueblo". Ella dijo: "Vosotros mismos provocasteis esta guerra... Éramos amigas, lo que teníamos era incluso más cercano que una simple amistad, y ella no me cree», aseguró la mujer.

Y tal vez esta sea la parte más desconcertante de esta guerra y de todas las guerras, que se pueda mirar para otro lado, queriendo o sin querer.