Los seis vecinos de Ordes con pasaporte ucraniano

Olimpio Pelayo Arca Camba
o. p. arca SANTIAGO / LA VOZ

INTERNACIONAL

La familia Gómez Caseiro, con los tres refugiados de Ucrania a los que acoge hace semanas (a la derecha)
La familia Gómez Caseiro, con los tres refugiados de Ucrania a los que acoge hace semanas (a la derecha)

Dos familias del municipio acogen desde las últimas semanas a dos madres con sus cuatro hijos que dejaron atrás la guerra

12 abr 2022 . Actualizado a las 22:31 h.

Ordes acaba de ganar seis habitantes en su padrón municipal. Todos ellos coinciden en que su pasaporte es ucraniano. Son refugiados a quienes acogen desde hace semanas dos familias del municipio: en cada uno de los casos, se trata de una madre con sus dos hijos, que han encontrado en Ordes una tierra que los recibe con los brazos abiertos.

 

La familia Gómez Caseiro, en Mercurín, es una de ellas. Eran cuatro en casa, y ahora son ocho: «Vivimos habitualmente mi marido, mi hija Nuria (12 años), mi hijo Tomás (10) y yo. Desde el 20 de marzo acogemos a Valeria (43) y a sus hijos Katia (19) y Artem (9), y como hasta después de Semana Santa también está con nosotros mi madre, pues somos ocho. No nos aburrimos», dice Vania Caseiro. Hubo que redistribuir espacios, pero están contentos de «aportar un granito de arena» a los damnificados por la invasión rusa de Ucrania. Después de estudiar cómo podían ayudar, a través de Aga-Ucraína acogieron a esta familia de una localidad situada 30 kilómetros al sur de Kiev. Valeria, ingeniera química, dejó en su ciudad a su marido, que se quedó cuidando a su madre y que además por estar en edad de ser movilizado no habría podido salir de Ucrania; Katia continúa estudiando Veterinaria desde Mercurín, con clases on-line: «Las profesoras las imparten siempre, pero si es con profesores a veces no las tiene, porque están en el frente o ayudando en otras tareas», explica Vania. El pequeño Artem, de 9 años, hizo buenas migas con Tomás, de 10: «Él empezó a ir a clases al colegio Castelao de Ordes hace un par de semanas. Está muy contento, y cada día vuelve a casa con palabras nuevas en castellano, que me reproduce a mí para saber si las dice bien. Pero la primera que aprendió fue con Tomás: fue 'colchoneta', cuando mi hijo le preguntó si quería jugar al fútbol, que eso entendía bien qué era, o a la colchoneta», que es como Tomás llama a su cama elástica. Katia se conecta a clases de castellano de la UNED, y visualiza muchos vídeos para hacerse con el idioma. La madre, Valeria, utiliza el inglés como lengua franca para comunicarse con Vania, y cuando falla alguna palabra, «el traductor de Google va genial».

Vania Caseiro señala que las dos mujeres ponen «todo de su parte para intentar encontrar un trabajo lo antes posible mientras están aquí, para no depender tanto de nosotros, porque son muy agradecidas e intentan molestar lo mínimo». Mientras tanto, los Gómez Caseiro pueden saborear la gastronomía ucraniana que prepara Valeria, «como el borsch, una sopa de remolacha que queda toda roja, o un plato similar a los ravioli. Una comida muy rica, la verdad», señala Vania. Son momentos divertidos, como las anécdotas idiomáticas: «Cuando fui con ellas a Extranjería a Santiago para hacer el NIE, llegamos con tiempo y visitamos la catedral. Y ellas repetían 'vodka, vodka'. A mí me sorprendió eso del vodka ya por la mañana, así que pregunté extrañada a Katia si querían beber vodka, y empezaron las dos a reír antes antes de aclarar la confusión. Pedían 'fodka', que les hiciese fotos». Otras veces, se olvidan de la barrera idiomática que los separa y se dirigen en ucraniano a sus anfitriones. Unos y otros han creado onomatopeyas para referirse a sus respectivos idiomas: «Ellos nos dicen que al hablar nosotros hacemos 'susususu', y a nosotros el ucraniano nos suena como 'asbrozniek'».

Son momentos divertidos de una convivencia que a todos resulta satisfactoria. Están luego los otros, los de bajón de quienes no se olvidan de que su hogar está en guerra: el llanto por el marido que no está, o las protestas de Katia por una invasión que destrozó su vida de estudios en la universidad, que compatibilizaba con prácticas en una clínica veterinaria y su trabajo como monitora de stretching. Es entonces tiempo de ofrecerse a compartir el dolor, o de si ellas lo prefieren, respetar la intimidad que les da la amplia habitación (con baño y vestidor) que les han dejado a los tres.Caseiro explica que se comprometieron con Aga Ucraína a recibir a la familia un mínimo de seis meses, pero añade que no ponen límites a un acogimiento que todos desearían que se acabase cuanto antes, porque significaría que la invasión rusa finalizó. Vania Caseiro destaca todas las facilidades y el asesoramiento que les brindó el Concello de Ordes para tramitar la documentación de los refugiados.

Los Noya Veiras con sus hijas gemelas Martina y Valeria, junto a Olha, Melania y Severyn (en el centro de la imagen)
Los Noya Veiras con sus hijas gemelas Martina y Valeria, junto a Olha, Melania y Severyn (en el centro de la imagen)

Los refugiados acogidos en Mercurín tienen parientes en Ordes. Están con la familia Noya Veiras. Vanessa Veiras contactó con Aga-Ucraína a principios de marzo, cuando la avalancha de ofrecimientos para acoger refugiados era grande. En el colegio de sus hijas, las gemelas Martina y Valeria, habló con Vania Caseiro, y fue Valeria quien le dijo que conocía a mucha gente cercana, incluso familiares, interesados en salir de Ucrania, «e que se eu daba o ok, chegarían á miña casa como fora. O domingo 27 de marzo, aos poucos días, chegaron á Coruña a través da asociación» Aga-Ucraína. Así llegaron a su casa Olha (34 años), que es prima del marido de Valeria, y sus hijos Severyn (12) y Melania (10). Ellos son de Truskavets, cerca de la frontera con Polonia, lejos de la invasión por tierra pero con constantes sirenas antiaéreas sonando, que les obligaban a buscar refugio en búnkers y garajes: «Os primeiros días en Ordes cando pitaban os coches, ou había un ruido moi forte, a Olha aínda lle daba medo no momento, porque recordaba aquela situación». Los dos hijos están ya escolarizados, en el colegio Castelao al igual que Artem, y cada día entienden mejor el idioma: «Esfórzanse moitísimo. Fan a convivencia superfácil, son xente encantadora», comenta Vanessa. Ya en el viaje lo habían demostrado, por lo que le comentan a ella quienes les acompañaron: «Cando paraban en estacións de servizo e lles dicían que colleran cousas, ninguén quería coller nada, e o pouco que compraban intentaban pagalo eles. A asociación [Aga-Ucraína] non lles deixaba, e pagaban cantidades ridículas para a cantidade de xente que viña ... Son de non querer nada, aínda que o necesiten» para causar los mínimos trastornos y gastos a quienes los ayudan. Los Noya Veiras iniciaron los trámites con Servizos Sociais para recabar alguna ayuda pública para los refugiados, una situación en la que Olha jamás pensó encontrarse. Y lucha desde el primer día para que no sea así: «Chegou un domingo e o luns xa mandou un currículo a Inditex, porque ela domina o inglés perfectamente, xa que traballaba nun hotel de cinco estrelas; xa se anotou a un curso de castelán na UNED que empeza o día 18, e a outro na Cruz Roxa. Está cos cascos postos co móbil e as aplicacións para aprender o idioma canto antes. Oxalá toda a xente que vén de fóra fixera o mesmo por integrarse e intentar traballar».

Vanessa Veiras destacó que Ordes se ha volcado con la familia llegada de Ucrania: desde atención gratuita en la peluquería a no cobrarles las fotos para los trámites administrativos españoles, el material escolar, zapatos, de todo ... Amén de otros ofrecimientos particulares para intentar que nada les falte: «Foi unha acollida boísima. Son xente moi agradecida: non se levantan da mesa sen darche as grazas, polo almorzo, pola merenda ... por todo grazas. E emociónanse, porque como me di ela, nunca necesitou nada así. Eu creo que debían ter un nivel de vida por riba do noso. E de repente, víronse sen nada». Olha dejó en Ucrania a su madre, un hermano y al padre de sus hijos, que es militar. La familia de refugiados utiliza el apartamento del bajo cubierta de la vivienda, lo que les permite una mayor independencia, aunque comparten la vida familiar con los Noya Veiras.

Las dos familias viajan cada domingo al mediodía de Ordes a María Pita, en A Coruña, donde se encuentran con otros compatriotas que como ellos piden el final de la guerra que les permita regresar a sus casas. Es el mayor deseo de todos: «Non pensan en estar aquí máis de seis meses. O seu obxectivo é reconstruir o seu país, vivir e traballar alí, e que Ucrania volva ser o que era», concluye Vanessa Veiras.