Después de 22 años al frente de la capital de Sicilia, el político del Partido Demócrata cede el testigo a un regidor de derechas
18 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Algunos alcaldes consiguen convertirse en el símbolo de su ciudad. Es el caso de Rudolph Giuliani para Nueva York o de Sadiq Khan para Londres. En Palermo, la capital de Sicilia, ù sinnàcu (el alcalde, en el dialecto local) es para todos Leoluca Orlando, que la ha gobernado durante veintidós años: de 1985 a 1990, de 1993 al 2001, y desde el 2012 hasta hace unos días.
En las municipales del pasado domingo, la alcaldía de esta ciudad de unos 630.000 habitantes se la llevó el candidato de derechas Roberto Lagalla. Pero según muchos, Lagalla pudo ganar solo porque la ley italiana no permitió a Orlando presentarse a un tercer mandato consecutivo.
Católico devoto, como muchos en Sicilia, abogado, exponente destacado del Partido Demócrata en la isla, Orlando tiene las virtudes y los defectos típicos de la burguesía culta palermitana. Fue profesor en la Universidad de Palermo, y en sus discursos abundan las citas eruditas, muchas de intelectuales alemanes: de joven estudió en Heidelberg, templo de la cultura jurídica alemana, y habla alemán.
Nacido en 1947, su larga carrera política le llevó como diputado a Roma, y como eurodiputado a Estrasburgo. Pero el centro de su mundo siempre ha sido su ciudad natal, Palermo, hacia la que siente amor, como ha afirmado en varias entrevistas.
Es fácil enamorarse de la ciudad siciliana, con su espléndida arquitectura, su excelente gastronomía, su patrimonio cultural milenario y multiétnico (fenicios, romanos, árabes y españoles dejaron aquí sus huellas). Hoy en día, Palermo es una de las ciudades más visitadas del sur de Italia; y esto se debe también a la recuperación del sector inmobiliario y a las iniciativas culturales puestas en marcha por las administraciones de Orlando.
Pero cuando ù sinnàcu fue elegido alcalde por primera vez, en 1985, Palermo llevaba años presa de una feroz guerra de mafias, y de su largo rastro de muertes. No solo de mafiosos, sino también de policías, periodistas, políticos y magistrados; entre ellos, el diputado comunista Pio La Torre, el general Carlo Alberto dalla Chiesa y el presidente de Sicilia Piersanti Mattarella (hermano del actual presidente de la República Italiana).
En primera línea
Orlando estuvo en primera línea en los años 80 y 90, cuando la mafia llegó a matar a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Luchó por restablecer la cultura de la legalidad en Palermo, arriesgándose personalmente. Salía a menudo en la televisión, y se convirtió en un símbolo del sur que no se resignaba al poder desenfrenado de la mafia. En 1991, fundó un partido político, La Rete, al que intelectuales importantes apoyaron con entusiasmo.
Algunos en Palermo critican a este político, quizá demasiado carismático e intervencionista. Algunos le acusan de ser autoritario, otros le apodan emir (haciendo alusión a la dominación árabe de Sicilia). Pero en las últimas elecciones a las que pudo presentarse, en el 2012, Orlando obtuvo más del 70 % de los votos.
Tras sus veintidós años en la alcaldía, la mafia no ha sido derrotada en Palermo, pero sí está en apuros. Muchos la desprecian, los jóvenes que no emigran al norte o al extranjero participan en asociaciones y actividades antimafia, y cada vez más comerciantes se niegan a pagar il pizzo, «la protección». Y en parte, esto se debe a Orlando.