Es comprensible la preocupación que existe por las amenazas nucleares que de vez en cuando profiere el Kremlin, pero lo cierto es que el peligro más inminente de esta clase no está en esa retórica, sino en Zaporiyia, la ciudad ucraniana que alberga la mayor central nuclear de Europa (una de las mayores del mundo). Rusos y ucranianos luchan desde hace meses por el control de esta zona, y la posibilidad de que algún proyectil acabe alcanzando la central nuclear es pequeña pero no remota. El resultado sería una catástrofe que afectaría a toda Europa.
Se entiende el interés ruso por Zaporiyia. Se trata de un punto estratégico clave en la gran curva que traza el río Dniéper, que organiza todo el centro y sur de Ucrania. Históricamente, siempre ha sido la llave de paso entre el norte y el sur del país. Este era el bastión de los cosacos zaporogos, donde empezaba lo que hace siglos se llamaban «los campos salvajes», una denominación que, desgraciadamente, sería igualmente apropiada hoy en día, porque esta región, entonces incontrolable y violenta, es ahora, precisamente, el escenario de la guerra. Pero la clave actual de Zaporiyia es, por supuesto, esa gigantesca central nuclear que proporciona la quinta parte de la energía eléctrica que consume Ucrania. Para Rusia, mantener su control supone privar a Ucrania de un bien estratégico en tiempo de guerra y, en un futuro, la posibilidad de suministrar electricidad a los territorios ucranianos que Moscú aspira a anexionarse. Los rusos no quieren repetir la experiencia de Crimea, cuya conquista se hizo sin pensar en los problemas logísticos que iba a suponer la separación brusca de Ucrania: en concreto, el suministro de agua. De hecho, restablecer ese suministro de agua era uno de los objetivos de la invasión rusa. Cabría también añadir a todo esto que Zaporiyia es también un lugar simbólico de la extinta URSS. Incluso antes de la construcción de la central nuclear, su gran empresa hidroeléctrica fue uno de los iconos de los planes quinquenales de Stalin. Para Rusia, este conflicto es, a nivel consciente, una guerra de expansión territorial, pero tiene también un elemento subconsciente de nostalgia.
De este modo, la central nuclear de Zaporiyia se ha convertido en un microcosmos de toda la guerra. Como sucede con las repúblicas rebeldes del Dombás, Rusia ha anunciado que la considera de su propiedad, aunque en realidad no tiene el control del área en la que se encuentra, y el avance del Ejército ucraniano en el sector de Jersón, un poco más al suroeste, amenaza sus posiciones en Zaporiyia. Es por lo que vemos que estos días los rusos lanzan misiles sobre la ciudad, en manos de los ucranianos. Con esto, Moscú pretende intimidar a Ucrania y a Europa con el peligro de un accidente en la central. Y, al igual que no podemos estar seguros de que las amenazas nucleares sean, como parece, un farol, tampoco hay ninguna garantía de que un error de calculo no provoque lo que nadie desea.