Sus abogados denuncian un empeoramiento de su salud. Su figura volvió a la palestra después de que un documental sobre él ganara un Óscar con duras críticas de Kiev
04 ago 2023 . Actualizado a las 17:10 h.Desde su encarcelamiento, Alexéi Navalni perdió presencia mediática hasta que un documental sobre su vida se llevó un Óscar. Ahora, cuando se sospecha de otro envenenamiento en prisión, su figura es más discutida que nunca. De hecho, al terminar la gala hollywoodiense, muchos sintieron ese desconcierto que se produce al ver que, lo que era buena voluntad, acabó con una reprimenda. Dar un premio al documental Navalni, de Daniel Roher, era un apoyo a la oposición rusa y, así, en contra de Putin, dictaba la lógica.
Pero poco después, Mijailo Podolyak, consejero de Volodimir Zelenski, tachaba de hipócrita a la Academia de Hollywood por premiar esta película y por no permitir al presidente ucraniano intervenir en la gala, como sí lo había hecho en otros festivales. «Si los Óscar son ajenos a la política, ¿cómo entendemos el documental Navalni, que rebosa política interna rusa? ¿Por qué hablan de humanismo y justicia si son ajenos al contexto de guerra en Ucrania y al genocidio de ucranianos?», preguntaba en Twitter.
Unas preguntas con muchas connotaciones. La primera, incómoda de rebatir, es esa sensación de que cualquier asunto debe ser juzgado desde el prisma de Kiev, que, en un mundo tan preocupado por las ofensas, se proclama como el gran ofendido. Esto enlaza directamente con la segunda: ¿La condición de víctima otorga la de santo?
Aunque no es lo que se proponía Podolyak, ese es el enfoque con que debemos aproximarnos al documental y su protagonista. Para un Occidente que piensa en términos binarios, Navalni, como némesis de Putin, supone algo positivo. Como Ucrania. Pero el historial del opositor deja, como mínimo, lugar a dudas. De hecho, el defecto de este notable documental es no profundizar en los coqueteos (o enamoramientos) del abogado con el ultranacionalismo y la extrema derecha. Documentales como Srok (2014), nos llevan a su auge político en las manifestaciones de 2012, con una fuerte retórica antiinmigrante, común a otros opositores. Por no hablar de su ambigua posición sobre la anexión de Crimea.
He ahí la principal crítica de los ucranianos a la cinta de Roher: al insinuar que no todos los rusos son malos y dar a entender que el problema es Putin, omite que el verdadero enemigo es la visión imperialista que padecen tanto el poder como algunos «opositores». Dar cabida a este tipo de visiones, bajo la doctrina de Kiev, significa seguir jugando en el marco retórico de su rival, al que, por cierto, ya no llaman Rusia sino Moscovia.
Así, Ucrania extrae que el documental es propaganda rusa y critica el galardón que, sin embargo, reclamaba para su propia propaganda: «Una vez más, vemos la prueba de que la propaganda rusa funciona muy bien y sabe cómo impulsar pseudohéroes (…). Tenemos mucho que hacer», dijo Azad Safárov, codirector del también nominado documental Una casa hecha de astillas, sobre un orfanato en el Donbás.
Aunque la crítica al imperialismo esté justificada, ¿debe tenerse en cuenta para premiar una película en un festival, para más inri, estadounidense? En ese sentido, un productor de la gala, Will Packer, mucho más acostumbrado a la corrección política que Podolyak, explicó que el de Europa Oriental es un conflicto demasiado «blanco» y que otras nacionalidades en guerra no gozaban de la misma atención. Hilo del que es fácil seguir tirando si aplicamos una lógica tan alejada de lo cinematográfico.
Con este debate, Ucrania debe pensar si, compartiendo la condición de víctima de Putin con Navanli, se merece más que él la de mártir. Y la Academia debe plantearse si le compensa tener en cuenta más sensibilidades que las artísticas para repartir sus premios.
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