Perderlo todo entre los escombros de una aldea cercana al epicentro del terremoto de Marruecos: «Cuando dejé de oír a mi hija, solo quería morir»
INTERNACIONAL
Varios pueblos siguen aislados en la provincia de Al Hauz debido al derrumbe de sus carreteras, lo que obstaculiza que los habitantes accedan a la atención médica y a la ayuda básica
11 sep 2023 . Actualizado a las 11:48 h.Amina Ait Abdulá cenaba con su marido y su hija de 11 años cuando escucharon un ruido raro. Una gran brecha fue recorriendo las paredes del salón y, en un momento, todo de hundió. Su marido murió en el acto, pero su hija no. La escuchó llamarla hasta que su voz calló. En las aldeas cercanas al epicentro del terremoto que sacudió Marruecos el pasado viernes, las historias se repiten. Más de la mitad de los 2.122 muertos registrados por el momento fueron en esas localidades de la provincia de Al Hauz, en el sur de Marrakech.
El pueblo de Amina, Targa, estaba en una zona inaccesible hasta el domingo. La carretera de montaña que la une con Marrakech se bloqueó con montones de piedras desprendidas de las laderas e hicieron falta 13 horas de trabajo para abrir paso. Caída la noche, la carretera reabierta es un reguero de vehículos particulares, ambulancias y camiones de diferentes cuerpos de seguridad que se turnan para ir cruzando los tramos más estrechos, de un carril, abiertos gracias a la labor de los militares.
En ese tiempo de aislamiento, en Targa los vecinos desescombraron lo que pudieron, como pudieron, y consiguieron sacar a Amina del hueco en el que había quedado encerrada, sin ganas ya de vivir. Ella lo cuenta casi dos días después rodeada de mujeres, cubierta con una manta y recostada en la esquina de una tienda hecha de palos, alfombras y asientos fabricados con paquetes de paja forrados. Sus ojos, perdidos. «Estaba llena escombros y, cuando dejé de oír a mi hija, no quería quitármelos, solo morir. Me decía: no tengo nada, cómo voy a vivir sin ellos».
Pero sus dos hijos, que viven en Marrakech, no perdieron la esperanza y siguieron llamando al móvil. Hasta que ella lo cogió y, alertados, unos hombres del pueblo la llamaron desde fuera. Al escuchar sus voces, se zafó de las rocas que la aplastaban hasta el pecho, del cable de electricidad que le rodeaba el cuello y consiguió salir por el techo derrumbado. Nada más salir, se desmayó y es incapaz de recordar cuánto tiempo pasó hasta ese momento.
Amina recuerda ahora a su niña Meriem, que no quería separarse nunca de ella. Se negó a ir a un colegio interno para no despegarse de su lado, estuvo 15 días llorando hasta que consiguió quedarse en casa. «Ahora se ha ido y me ha dejado», dice con un hilo de voz. En los escombros de las 80 casas de Targa se quedaron 20 personas. Los vecinos encontraron 17 cuerpos, sus tumbas recién excavadas son ahora testigo de ello. Tres personas, explican, siguen sepultadas.
Junto a Amina están Fátima, de 30 años, y su hermana. Comparten pena con el resto de mujeres. Ellas, que viven en Marrakech, han perdido a su madre. «Nací y crecí aquí hasta los 10 años. Vivíamos las tres en Marrakech, pero poco antes del terremoto mi madre se vino aquí para recoger nueces, es la temporada», recuerda. «Le cayó la casa encima, murió sola. Pasó toda la noche bajo los escombros y la sacaron al día siguiente».
Para Fátima, el pueblo «no tiene futuro» y la ayuda es ahora vital. Hay pequeños que se han quedado huérfanos de padre o madre, apunta. «Los niños están mentalmente destrozados». Aunque comparten tienda, té y pan en improvisadas cocinas al aire libre, la compañía no es suficiente. «No hemos conseguido tranquilizarnos unos a otros», dice Fátima, y mira a su alrededor.
«Se me ha muerto mi madre y todavía era joven. Esta mujer —dice señalando a Amina— ha perdido a su marido, a su hija, yo he perdido también a mi primo y a las mujeres de dos de mis primos. Es una catástrofe en mayúsculas».
Aldeas aisladas tras 48 horas
Varias aldeas siguen aisladas en la noche de este domingo en la zona cercana del epicentro del terremoto de Marruecos debido al derrumbe de sus carreteras, lo que obstaculiza que los habitantes accedan a la atención médica y a la ayuda básica. Es el caso, por ejemplo, de 17 aldeas montañosas de la comarca de Imgdal, a unos 77 kilómetros al sur de Marrakech y unos 50 kilómetros del epicentro del terremoto.
Una veintena de sus habitantes tuvieron que cruzar una distancia de 13 kilómetros entre las montañas áridas andando hasta la carretera principal, donde este domingo se concentraron para denunciar su situación cerca del poblado de Imidel, donde está el cruce que lleva a sus casas. Se trata de aldeas como Anamir, Tiguirst, Taghzut y Taurirt, que según estos vecinos se encuentran totalmente aisladas. En esta última población una mujer dio a luz al aire libre sin posibilidad de trasladarla a un hospital, explicó Omar Ait Said, procedente de Taurirt: «Dio a luz en la calle encima de un trozo de plástico».
Ait Said denunció que los habitantes de las aldeas aisladas no pudieron trasladar a los heridos del terremoto para ser atendidos por un médico y citó el caso de su padre, que sufrió heridas en la cabeza pero no pudo trasladarlo a un punto sanitario. Explicó que en Taurirt murieron cuatro personas y fueron rescatadas de debajo de los escombros por sus vecinos que los enterraron después.
Su única reivindicación, añadió, es que las autoridades abran la carretera para permitir que los habitantes reciban la ayuda. «Los responsables locales que tienen que encontrar una solución han cerrado sus teléfonos, pero antes de hacerlo nos prometieron enviar una excavadora, pero seguimos esperando. Estamos olvidados, es como si no existiéramos en el mapa y no como si no hubiéramos sufrido daños ni pérdidas», añadió.
Al lado de los aldeanos, en el cruce de la carretera esperaba una furgoneta con mantas y alimentos, que no pudo seguir su camino hasta sus poblados debido a la interrupción de la vía. Uno de los aldeanos es Rachid Ait Mbarek, procedente de Anamir donde viven dos centenares de habitantes. Reclamó que las autoridades abran la carretera y les den tiendas de campaña. «La ayuda que nos trae la gente la llevamos encima de nuestros hombros», precisó.
La vía principales que une estas aldeas con Marrakech también resultó cortada por los derrumbes de piedras de las laderas. Tras trece horas de trabajo, los militares marroquíes consiguieron abrirla este domingo, y ya está llegando ayuda a los otros pueblos muy afectadas como Talat N'Yaaqoub donde aun siguen sacando cuerpos de los escombros. Los tramos de esta carretera son de un solo sentido e impiden una circulación fluida.
Según pudo constatar Efe, la carretera sigue sufriendo derrumbes, lo que causa cortes esporádicos que afectan a la actividad de los equipos médicos y de rescate.