La catastrófica proliferación en Colombia de los 4 hipopótamos de Pablo Escobar: son ya más de 180 y suponen un desastre ecológico
INTERNACIONAL
El narcotraficante trajo tres hembras y un macho, y se estima que, de no tomarse medidas, podría llegar a haber 1.500 ejemplares en el año 2040. Los esfuerzos del Gobierno por controlar su agresiva población todavía no han tenido efecto
13 ago 2024 . Actualizado a las 23:03 h.La del narcotraficante Pablo Escobar fue una vida de caprichos e ideas excéntricas. Entre ellas, hacer en su Hacienda Nápoles una pista de aterrizaje, una plaza de toros, un parque temático y hasta un zoológico de animales exóticos. ¿Por qué no? La vasta finca privada de miles de hectáreas daba para eso y más. Y, allá por los años 80, se puso manos a la obra. Consiguió para su zoo todo tipo de animales: cebras, jirafas, elefantes... y cuatro hipopótamos. Solo cuatro. Parecen pocos, pero fueron más que suficientes para acabar provocando, con el paso del tiempo, una gran catástrofe ecológica en Colombia que llevó a declararlos especie invasora en el país. Han prosperado hasta sumar ya entre 181 y 215 ejemplares y se estima que, en el 2040 podrían llegar a ser 1.600. Y, de momento, no han encontrado ninguna solución.
El origen del problema, aparte de por la peregrina idea del narcotraficante de crear el zoológico, vino tras la muerte de Pablo Escobar en un tiroteo en 1993. Llegó el momento de buscarles cobijo a todos los animales que había traído con el solo fin de entretener a sus invitados. Muchos de los ejemplares habían muerto, y los que sobrevivieron se repartieron con normalidad a diferentes zoológicos o santuarios animales.
El problema llegó cuando les tocó el turno a los hipopótamos, las tres hembras y el enorme macho llamado Pepe. A diferencia del resto de especies supervivientes, el traslado de estos grandes mamíferos era demasiado costosa y complicada. Así que el Gobierno decidió dejarlos a su suerte. Y, para sorpresa de las autoridades, la fortuna estaba del lado de estas bestias herbívoras.
A priori, las condiciones del ecosistema colombiano no son las propias de los hipopótamos. Y eso es cierto. Son muchísimo mejores. En el país sudamericano, los hipopótamos no tienen depredadores, ni tampoco rivales por los recursos. Y, a diferencia de su África natal, con abundantes sequías que garantizan el control de la especie, en el río Magdalena por el que se expandieron hay agua para dar y regalar. Y así, esos cuatro ejemplares que habían escapado de la finca de Pablo Escobar acabaron prosperando, comiendo y reproduciéndose de forma alarmante hasta llegar a los más de 180 hipopótamos, descendientes todos ellos de esa manada original y divididos, al menos, en siete grupos de población identificados que deambulan por Colombia.
Y la cosa no se queda ahí. Las proyecciones son más inquietantes aún. En el 2040 se estima que, de no encontrar alguna solución, su población puede llegar a los 1.600 ejemplares. Porque, según explican en un estudio publicado en Nature, los hipopótamos pueden reproducirse a lo largo de 50 años, casi hasta el final de su vida. Y, encima, tienen una muy baja mortalidad.
Buenas noticias para los hipopótamos, muy malas para el Gobierno colombiano. Pero, ¿por qué exactamente? Sobre todo, por los múltiples efectos negativos que tiene esta especie para el ecosistema autóctono. Los detallaron en un informe el Instituto Alexander von Humboldt y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional.
Los hipopótamos comen; y vaya si lo hacen. Unos 50 kilogramos de plantas al día nada menos. Eso ya puede dar buena cuenta del impacto que tienen en la flora local el centenar de especies desperdigadas por la geografía colombiana. Pero la fauna también sufre. Porque el comer tiene una consecuencia notoria: defecar. Y con sus heces, esta especie semiacuática está cambiando la composición del agua de los ríos y provocando también la proliferación de algas, que les quitan oxígeno a los peces, lo que afecta ya de forma palpable a la industria pesquera.
Y a todas esas necesidades biológicas inevitables se suma el comportamiento propio de los hipopótamos. Por una parte, por su acción transformadora del paisaje, ya que crean canales y pisotean la vegetación. Pero, sobre todo, por su extrema territorialidad, que les lleva a tener un comportamiento agresivo con seres humanos, sobre todo pescadores y niños, y con otros animales domésticos, como las vacas o los caballos. Los carteles en las zonas habituales así lo advierten: «Señor visitante, el hipopótamo es el mamífero más peligroso del mundo y el lago es su territorio. No lo invada». Ya ha habido un accidente de tráfico con un ejemplar, y un ganadero sufrió la rotura de la cadera y de varias costillas tras un ataque de un hipopótamo.
El informe alerta ya de los posibles efectos catastróficos e irreversibles que puede tener su proliferación para la biodiversidad, pero también para las comunidades locales.
Las posibles soluciones
Las soluciones no son fáciles. La caza está descartada. En el 2009, un grupo donde participaban soldados colombianos mató a uno de un disparo; y se trataba nada menos que del hipopótamo Pepe. Las fotografías del cadáver recorrieron el mundo entero, provocando una gran condena mundial. La consecuencia: un juez de Medellín suspendió su caza categóricamente.
Así que la solución que han tomado es la de esterilizarlos. Tarea nada fácil. Para ello, la idea inicial era capturarlos, anestesiarlos, llevarlos en helicóptero y operarlos. Pero con el carácter poco dócil que tienen estos animales y sus toneladas de peso —pueden llegar hasta tres—, se trata de una labor muy peligrosa y costosa. Y a veces inviable. Lo consiguieron con uno, y el helicóptero militar estuvo a punto de estrellarse por el peso del animal.
Así que, finalmente, la otra opción posible era la de que los veterinarios les hicieran la cirugía de esterilización in situ tras anestesiarlos —tiene un coste de unos 10.000 dólares por ejemplar— y contando que no haya ningún otro ejemplar cerca que dificulte la operación. Pero tampoco es fácil. Desde el impacto del dardo de anestesia, el hipopótamo sigue vagando durante un buen rato, y en muchas ocasiones desaparece durante la persecución, haciendo que toda la planificación haya sido en balde.
La castración química a través de dardos tampoco tuvo éxito. Necesita de dos dosis y, aunque la primera puede ser sencilla de conseguir, rastrear a ese mismo animal para aplicarle la segunda dos meses después es tarea prácticamente imposible.
Aún así, la esterilización y castración es una solución a largo plazo, ya que, aunque ya se lo han hecho a seis ejemplares —lo consiguieron a través de trampas que los llevaron a un corral—, el impacto todavía no es visible. Calculan que habría que conseguir hacérselo al menos al 70 % de las hembras. Y para eso aún queda.
El plan final
Por todo ello, a finales del año pasado, el ministro de Medioambiente de Colombia anunció el plan final para reducir drásticamente la población de hipopótamos, en tres fases: esterilización, relocalización y, en un último caso, lo que dio en llamar «eutanasia ética».
Todo comienza con la esterilización de 40 hipopótamos cada año y, además, trasladar a 70 ejemplares a dos santuarios, uno en México y otro en la India, con un coste total de 3,5 millones de euros.