Alemania confirma la condena a una exsecretaria de 99 años de un campo nazi por «complicidad» en 10.505 crímenes
INTERNACIONAL
Irmgard Furchner trabajó durante casi dos años en el campo de concentración de Stutthof, en Polonia, y no fue requerida por la justicia hasta varias décadas después, cuando se encontraba ya en una residencia de Berlín
21 ago 2024 . Actualizado a las 12:25 h.El Tribunal Supremo alemán desestimó este martes las alegaciones presentadas por los abogados de Irmgard Furchner, de 99 años, condenada a dos años de libertad vigilada por «complicidad» en la muerte de 10.505 confinados en el campo de concentración nazi de Stutthof. Ella tenía por entonces 18 años, de modo que se le aplica una pena ajustada al régimen para menores de edad. No había cargos contra la nonagenaria por su implicación directa en esas muertes, sino por su trabajo como secretaria en aquella instalación ubicada en la región polaca de Gdansk.
«El asesinato no prescribe», recordó la sentencia. Y los cargos de complicidad en los crímenes del nazismo se consideran vigentes. La condena es más bien simbólica, puesto que no implica el ingreso en prisión de la procesada. Aunque hubiera recibido una pena mayor, tampoco se habría ejecutado debido a su avanzada edad.
La decisión del Supremo alemán pone fin a un juicio que se inició en el 2021, cuando la Fiscalía de Itzehoe presentó acusación formal por complicidad en las muertes de esos más de 10.500 presos confinados en Stutthof en el periodo en que Furchner trabajó allí como secretaria. Es decir, entre junio del 1943 y abril del 1945. Llegó a ese puesto con 18 años y anteriormente había estado empleada en una sucursal bancaria. Para sus abogados, su labor en el campo nazi era «neutral», puesto que consistía en las tareas propias de una secretaria, correspondencia y actas incluidas. La justicia de Itzehoe, como ahora el Supremo, rechazó la «neutralidad» de tal cometido y la considera parte del aparato nazi.
Una vida tranquila Stutthof era un campo de concentración, no de exterminio como Auschwitz, relativamente pequeño. Desde su construcción en el 1939 a su cierre, en el 1945, tuvo unos 110.000 presos, de los cuales 65.000 murieron, principalmente por las pésimas condiciones de vida, enfermedades, hacinamiento o hambre.
Furchner llevó una vida más o menos tranquila tras el caída del nazismo. Se casó en la posguerra con un exoficial del campo. Se la requirió como testigo para quien había sido su jefe en Stutthof, el comandante Paul Werner Hoppe, condenado a ocho años de cárcel. Tras su jubilación se retiró a una residencia para mayores del extrarradio de Hamburgo. Allí finalmente le alcanzó la acusación formal de la Fiscalía de Itzehoe, amparada en el cargo «complicidad», una vía inexistente durante décadas, hasta que se creó ese precedente jurídico a raíz del juicio contra el ucraniano John Demjanjuk, sentenciado en el 2011 en Alemania por su implicación en la muerte de 28.000 presos de Sobibor, asimismo en la Polonia ocupada.
Demjanjuk había sido guarda «voluntario» en Sobibor, emigró tras el fin de la II Guerra Mundial a Estados Unidos y ahí fue reconocido como víctima del nazismo. La justicia alemana reclamó su extradición y, tras agotar todos los recursos contra esta, acabó juzgado en Múnich y condenado a cinco años de cárcel. Nunca admitió su culpa y asistió al proceso en silencio, desde su silla de ruedas o en camilla. Murió en el 2012 en una residencia para la tercera edad.
Su caso abrió la vía a otros juicios tardíos similares, principalmente contra alemanes que habían rehecho su vida sin mayores problemas tras la capitulación del Tercer Reich. Entre ellos, el de Oskar Gröning, llamado el contable de Auschwitz, ya que su trabajo consistió en registrar la incautación de bienes, equipaje y dinero de quienes llegaban deportados al que fue el mayor campo de exterminio nazi. Gröning sí reconoció su culpa y pidió perdón en su juicio. Fue condenado a cuatro años de cárcel, aunque no llegó a ingresar en prisión.
Debate sobre la justicia tardía Teóricamente, el de Furchner podría ser el último proceso de estas características. Hay tres abiertos, pero es dudoso que no acaben, como otros, sobreseídos por falta de testigos o por la situación del acusado. La cuestión de hasta qué punto tienen sentido esos casos —largos, costosos y marcados por muchas interrupciones por enfermedad, además de alegaciones de sus abogados sosteniendo que no están en condiciones de seguir el juicio— marcan la llamada justicia tardía emprendida por Alemania en los últimos años. Sin embargo, prima el precepto de que el asesinato no prescribe. Se consideran, además, una alerta contra la pretensión de enterrar en el olvido los crímenes del nazismo. Solo en Auschwitz se estima que fueron asesinados tres millones de personas, en su mayoría judíos.
En el caso de la exsecretaria del campo nazi difícilmente se puede alegar incapacidad física para responder ante la justicia: en el 2021 protagonizó un aparatoso intento de fuga in extremis, al tomar un taxi desde la residencia donde estaba hasta el centro de Hamburgo. Ahí se subió a un metro, para poco después acabar detenida. Ocurrió la mañana en la que se la esperaba en la Audiencia de Itzehoe, para proceder a la apertura de la vista contra ella. Su frustrada huida ocupó titulares de la prensa nacional e internacional. Poco después compareció en la audiencia, debidamente custodiada por la Policía, en silla de ruedas y tratando de ocultar su rostro tras unas gafas de sol y una mascarilla.