Una cita electoral en Arizona bajo amenazas: «Te vigilamos»
INTERNACIONAL
Los funcionarios electorales de este estado soportan las intimidaciones de extremistas que se creen las acusaciones de fraude repetidas durante años
24 oct 2024 . Actualizado a las 12:56 h.El vicepresidente Mike Pence no fue el primer funcionario electo en escuchar arengas de linchamiento por certificar los resultados electorales deL 2020. Para cuando las huestes de Donald Trump asaltaron el Capitolio, el entonces registrador del condado de Maricopa, Adrian Fontes, ahora secretario de Estado de Arizona, había sido amenazado ya tantas veces con colgarle, despellejarle vivo y violar a sus hijas, que la familia tenía el hatillo preparado en la entrada, por si había que salir huyendo. «Te estamos vigilando», le decían, mientras él observaba de cerca las papeletas más escrutadas del país.
Existe una identidad de frontera que Arizona no ha logrado sacudirse. Está profundamente ligada al mito del Oeste americano como un lugar donde se celebran la libertad, la rebelión y el individualismo con tu pistola como mejor amiga. Ese trasfondo histórico y cultural nutre la determinación férrea de resistir a las fuerzas externas, siempre al acecho, que se perciben como una amenaza a la democracia y a sus libertades; dispuestos a defenderlas con las armas si es necesario. De ahí el auge de las milicias conservadoras, que han proliferado en la zona fronteriza. Una versión moderna del sheriff y su cuadrilla de voluntarios. Terreno fértil para la narrativa del fraude que lanzó por primera vez un presidente de Estados Unidos desde el púlpito de la Casa Blanca, cuando la noche electoral le dio por perdedor. Trump resquebrajaba así la esencia fundamental de la democracia, basada en que las dos partes acepten los resultados. Y con ello, la fe en el sistema.
«Si contamos los votos legales, gano fácilmente. Pero si cuentan los votos ilegales, pueden tratar de robarnos las elecciones», entonó en la madrugada del 4 de noviembre del 2020. Hasta que tomó el micrófono, nadie sabía lo que iba decir. A la mañana siguiente, hombres armados con rifles automáticos y la cara tapada se presentaron en las oficinas del condado para defender la democracia y asegurarse de que solo se contaban «los votos legales». Fue ahí cuando empezaron a llegar por teléfono y por email los mensajes amenazantes.
En el Oeste americano, lo de colgar a la gente eriza la piel, como si de fondo se escuchase la melodía del wéstern que Ennio Morricone compuso para El bueno, el feo y el malo. Fontes, desde luego, era el bueno. Un exmarine que nunca imaginó que la batalla de su vida le esperase en casa. Original de Nogales, donde su familia ha vivido durante 300 años, mucho antes de que Arizona fuese estado. Perfecto español. Un hombre positivo que se ha propuesto recuperar la fe en el sistema y ve en esta crisis la oportunidad de que la gente aprenda más sobre el proceso electoral. «La verdad prevalecerá», asegura.
A su lado han luchado también algunos hombres buenos, demócratas y republicanos. Su arma es la transparencia. Por eso hablan con este periódico. En las elecciones legislativas dieron 16 conferencias de prensa y para estos comicios preparan otra lluvia mediática que hará temblar de envidia a Trump.
«Podíamos habernos escondido en un rincón, decir que solo estábamos haciendo nuestro trabajo y dejar que el mundo pasara de largo. O arrojar luz sobre lo que hemos hecho, que es exactamente lo que estamos haciendo», argumenta Bill Gates. Los números no engañan, los nombres sí. En la película del fraude electoral, no actúa el fundador de Microsoft, sino un modesto republicano de toda la vida, que se encontró en el centro del huracán como supervisor del condado de Maricopa, que concentra el 60 % del voto de todo el estado.
Trump vio en el 0,3% de margen que le sacó Joe Biden la oportunidad de darle la vuelta a la partida y acusó a los empleados públicos de haber dejado votar a los muertos y a miles de inmigrantes ilegales -«dos millones», llegó a decir el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, imputado en Arizona y Georgia por intentar alterar los resultados-.
Después de un recuento manual de los 2,1 millones de papeletas de Maricopa -el segundo mayor condado del país, después de Los Ángeles- y una larga y costosa auditoría, encargada por la mayoría republicana a CyberNinja, una compañía afín a las conspiraciones del magnate, solo se encontraron 19 votos erróneos en todo el Estado. «¡Ja! ¿Y por qué iban a querer votar los emigrantes indocumentados y arriesgar todo por lo que han luchado? ¡Si nos cuesta convencer a los legales para que voten!», ironiza Stephanie Small, presidenta de la consultoría política para oenegés Synergy Partners Consulting.
Estrés postraumático
El expresidente les presionó lo indecible para que le siguieran en sus acusaciones de fraude y enviasen al Congreso a sus electores, en lugar de los de Biden, pero este puñado de hombres buenos aguantó el asedio. Gates incluso ha tenido que buscar ayuda psicológica para superar el estrés postraumático, que está a punto de revivir. Stephen Richer, un republicano que en esas elecciones arrebató a Fontes el cargo de registrador, tomó la oficina convencido de que los negacionistas de su partido solo necesitaban respuestas, y en cuanto se las diera se quedarían tranquilos, pero no fue así.
Hasta el día de hoy, Trump sigue agitando el fantasma del fraude, que se ha instalado como un acto de fe entre sus seguidores, dispuestos más que nunca a que no vuelva a pasar. El activista político y asesor medioambiental Len Necefer, fundador de Native Outdoors, sabe muy bien quiénes son los neonazis de Proud Boys y otras milicias que participaron en el asalto al Capitolio. Se los encuentra en las protestas que organiza por su tribu navaja. Al final, los racistas son igual de racistas con negros, hispanos o indios. Llevan la cara tapada y el rifle colgado para intimidar, sacan las cámaras para filmar a manifestantes y votantes, les increpan preguntándoles por sus documentos y cuestionan cuántas papeletas han depositado en el buzón y cómo las han conseguido.
«Suelen ser jóvenes blancos, solitarios, con escaso círculo social, a los que les cuesta mucho atraer a las chicas. Durante la pandemia se aislaron todavía más, fue un punto de inflexión», resume. «Se sienten agraviados porque la sociedad está cambiando de una manera que ven en su contra y resultan fácilmente manipulables por Trump, quien les ofrece soluciones simples a un problema complejo».
El pasado 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional en España, de Colón en Nueva York o de los Pueblos Indígenas en Arizona, en lugar de hablar sobre los abusos históricos sufridos por su pueblo, Necefer organizó en la cervecería The Wilderness de Fénix un panel bajo el título Skd-vote-den ('ve a votar' en navajo). Su tribu pudo haber proporcionado la victoria a Biden, al ganar Arizona por solo 10.457 papeletas, en unas elecciones en las que votaron unos 45.000 navajos.
Con 67.000 registrados para el 5 de noviembre, Kamala Harris tiene en la mayor reserva navaja del país una cantera potencial que no está garantizada, porque no van en bloque ni están comprometidos de antemano con el Partido Demócrata. Desconfían del hombre blanco, como el blanco del sistema, y Fontes recela de quienes filman y se presentan en las urnas con rifles. Estas elecciones habrá perros olfateando a los votantes en busca de explosivos, «lo que requieran los protocolos de seguridad», zanja. Ha desarrollado simulacros, previsto escenarios, reproducido su voz en inteligencia artificial para ver cómo la pueden utilizar para desinformar, y tiene en línea a la Guardia Nacional. Por primera vez, EE. UU. vota con miedo y desconfianza. Nadie sabe lo que va a pasar. Solo que todos vigilan a todos. Y que el bueno no siempre gana. Richer ha sido eliminado en las primarias por un republicano más radical, Justin Heap, como la mayoría de los que no apoyaron las acusaciones de Trump. La venganza también es la ley del Oeste.
Biden ganó por un mínimo margen en este estado que en los últimos 70 años se ha llevado solo otro demócrata, Clinton
El pasado fin de semana, alguien robó el cartel de Harris/Walz que Stephanie Small tenía en su jardín. «Y ya tengo dos más de repuesto, por si se los vuelven a llevar», cuenta desafiante. Las cosas están tensas, pero Small confía en que los republicanos «normales» inclinarán la balanza electoral a favor de la vicepresidenta.
«La gente está harta de tanto loco extremista», asegura. Una de las que votará demócrata porque está horrorizada con Donald Trump y su movimiento Make America Great Again (MAGA) es Donn Huntsinger, de 63 años, que reconoce que el magnate hizo algunas cosas buenas« durante su presidencia, »pero no compensan«. Su marido se resiste, porque está registrado como republicano desde 1960, pero ella es persuasiva.
«Estoy preocupada, ya no reconozco a mi partido. Bajo las garras de Trump se ha convertido en algo retorcido y malvado que nada tiene que ver con nuestros valores tradicionales«, expresa con tristeza. Lo suyo es la campaña silenciosa (quiet campaign), que no se refleja en las encuestas.
Arizona solía ser un estado sólidamente republicano, que se había pintado sistemáticamente de rojo desde 1952, con la única excepción de Bill Clinton en 1996. Hasta que Joe Biden lo ganó por apenas un 0,3 % en las elecciones pasadas y las encuestas lo convirtieron en un punto púrpura, que puede inclinarse hacia cualquiera de los dos candidatos.
Small se mudó a Fénix hace treinta años siguiendo a un amor, y aún valora la sensación íntima que le ofrece una gran ciudad de 1,6 millones de habitantes, cuya área metropolitana se ha extendido a casi cinco, el doble que en 1990. Desparramada por el desierto y bañada en las sombras de su pasado, la asombrosa transformación económica que ha convertido a este lugar en el Desert Valley del país, ha atraído fuertes inversiones de empresas como Amazon, Google, Walmart o Target, además de las industrias aeroespacial, sanitaria y biocientífica.
La preocupación por esos veranos «que nunca se acaban» se refleja en un interés electoral por el cambio climático y el manejo de los recursos naturales, especialmente el agua, que no se oyen mucho en esta campaña. Pero Huntsinger tiene un motivo ulterior para querer convencer a sus familiares y amigos cercanos de que voten por Kamala Harris: el remordimiento. En el 2016 apoyó a Trump, confiesa bajando la voz. «Pensé que al país le vendría bien la gestión de un hombre de negocios. Me equivoqué», lamenta. «Haré todo lo que esté en mi mano para que no vuelva a la Casa Blanca. Es nuestro Hitler», sentencia.