La gestión del fronterizo embalse de Alqueva ha generado desencuentros entre España y Portugal, no resueltos hasta la última cumbre bilateral
25 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Es fácil escribir que el lago artificial de Alqueva se extiende por 250 km cuadrados y es el mayor de Europa, pero no es tan fácil imaginarlo. Ni siquiera verlo, porque, desde el alto que ocupa la histórica villa de Monsaraz, la vista no consigue abarcar todas las ramificaciones del agua formando islotes, cabos, playas y embarcaderos sobre lo que antes, hace 20 años, era un secarral del interior alentejano, apenas regado por el río Guadiana. Tan intrincado es el perfil de sus orillas, que su perímetro, de 1.160 km, es superior a toda la costa atlántica portuguesa. La presa, una enorme fuente de energía, acoge 4.150 millones de metros cúbicos de agua para abastecer a 200.000 habitantes y regar 130.000 hectáreas. Las cifras abruman, pero las consecuencias, más.
Junto al chiringo de una de las seis playas con bandera azul, Filipe Ferro prepara su barco para zarpar con un grupo de turistas. «Nos ha cambiado por completo la vida —dice—. Hasta la gastronomía es diferente, el clima es más húmedo, con noches y veranos agradables que atraen a muchos turistas… Esto no tiene nada que ver con cómo era antes del embalse». Y reflexiona, con ironía: «Hubo que esperar a la democracia para recuperar uno de los mayores proyectos de la dictadura».
El origen de la monumental presa se remite al primer convenio luso-español para el uso de las aguas comunes, en 1968, que permitía a Portugal gestionar este tramo del Guadiana conforme a un plan para irrigar la región. No obstante, no fue hasta después de la Revolución de los Claveles, en 1974, cuando se aprobó un proyecto que no se consumaría hasta el 2002, tras parones, enrevesada burocracia y el traslado del pueblo de Luz, hoy bajo el agua.
Hace 20 años, se convirtió en una enorme fuente de energía y de agua para la agricultura alentejana. Pero también para los productores del otro lado de la raia, que captaron agua por un valor estimado de 40 millones de euros, sin ninguna contraprestación. Un malestar entre ambos países que no se resolvió hasta este octubre, cuando, en la última cumbre ibérica, Lisboa aceptó condonar la deuda a Madrid a cambio de regular la situación: en un acuerdo complementario al Convenio de Albufeira —firmado hace 25 años para definir la gestión de las cuencas hidrográficas comunes— se limitan las captaciones y se establece que España pague dos millones de euros al año. Además, se redefinen los caudales mínimos para los ríos Tajo y Guadiana.
La solución es amarga para muchos agricultores lusos, que critican la condonación de la deuda a sus competidores españoles y alertan de que las futuras sequías y el aumento de la demanda hidrológica evidenciarán el cortoplacismo del reparto. Críticas que se unen a las de otros grupos que, históricamente, denuncian que el lago ha incentivado los cultivos intensivos y acabado con los pequeños agricultores. Según ellos, solo han ganado las grandes empresas y esto no ha detenido el gran problema de la emigración juvenil.
La sensación de que el acuerdo es insuficiente se extiende a la materia fluvial: la técnica de la ONG Zero, Sara Carreira, explica que esta cumbre «fue una buena oportunidad desperdiciada» para establecer caudales ecológicos en dichos ríos. «Las autoridades los confunden con los caudales diarios, pero no son lo mismo, ya que no responden a las dinámicas complejas de los ecosistemas fluviales», como exige la normativa europea.
Sí hay consenso acerca del disfrute del lago: «Alqueva es una pasada, venimos mucho a pasar el día», dice Miguel, turista extremeño. Han proliferado las instalaciones recreativas y la gastronomía, que ya naturaliza el uso de pescados. A los tradicionales alcornoques y grandes llanuras de cereales ?que hacen del pan alentejano uno de los más reconocidos del mundo— se suman olivos, viñas… Y, por las noches, es una referencia para el turismo starlight.
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