Yarmuk, el campo de refugiados palestinos de la capital víctima de la represión del régimen de Al Asad, reproduce de forma simétrica el paisaje de destrucción de la Franja
17 dic 2024 . Actualizado a las 11:00 h.Mohamed Huseín ha vuelto a Siria tras la caída de Bachar al Asad, pero no puede encontrar su casa. Salió del campo de refugiados de Yarmuk con 12 años y regresa con 26 y un hijo, Adam, nacido en el exilio libanés, en brazos. Ambos superan como pueden el mar de escombros en que se ha convertido la calle en la que creció. Trece años de guerra y de duros bombardeos de aviación y artillería han convertido este campo de refugiados palestinos en una especie de pequeña Gaza en el corazón de Damasco.
«Crecí aquí. Jugaba en estas calles, pero llegó la guerra y tuve que escapar al Líbano. Añoro mucho este lugar, pero lo hemos perdido todo, no puedo quedarme. Somos doblemente refugiados, primero nos echaron de Palestina y luego de Siria», lamenta Mohamed sin poder creer lo que ven sus ojos. La comparación con Gaza no le gusta porque «aquí al menos han dejado de caer bombas. En su momento también pudimos escapar. Allí están encerrados. No podemos desviar la mirada de lo que sufren en la Franja».
Abu Moutaz, de 69 años, también acude a ver si su casa sigue en pie y se encuentra con Mohamed, a quien no veía desde que era un niño. Se ponen al día sobre el estado de las familias. Tratan de situarse en el barrio, pero les cuesta reconocer dónde estaban la cafetería, el supermercado o la tienda de fotocopias. Abu Moutaz también ha esperado al cambio para regresar. «Necesitaba ver si la casa es habitable o no porque tengo a mis seis hijos en el extranjero. Ahora ya les puedo confirmar que me voy de Siria, que no tenemos nada parecido a una casa», comenta con rabia. Mohamed y Abu Moutaz residían en Kafr Qasim, muy cerca del cementerio de la calle 30, artería comercial de un campo donde vivían más de 150.000 personas. Este lugar fue el epicentro de los combates entre el Frente al Nusra, brazo sirio de Al Qaida que luego pasó a llamarse Hayat Tahrir al Sham (HTS), y el grupo yihadista Estado Islámico (EI) y, en el 2018, fue también el punto más castigado por la artillería y aviación del régimen.
Un silencio aturdidor
A medida que uno se aleja de la calle 30 y del cementerio y se aproxima a la entrada principal del campo, los edificios, aunque vacíos, recuperan su forma original y se puede incluso caminar sin tener que mirar al suelo para no tropezarse. Las pisadas dejan de sonar a otoño. Las botas ya no crujen entre los cascotes y cristales. Aturde el silencio después de tanto crepitar. Aquí se encuentran las primeras muestras de vida. Hasán Shafa, de 53 años, se ha atrevido a reabrir su puesto de falafel, un negocio con cincuenta años de historia que todos conocen porque prepara esta croqueta de garbanzos con forma de corazones. «Es la comida más barata, la única que puede comprar la gente y somos de Yarmuk, teníamos que volver», afirma Hasán, que desde hace cuatro meses da esperanza a los pocos palestinos que han vuelto con el aroma de su aceitera. A las nuevas autoridades lo único que les pide es que trabajen para devolver los servicios al campo, «que nos den agua y electricidad. El resto lo pondremos nosotros».
Con la caída del régimen, las facciones palestinas han desaparecido. Este campo era territorio del Frente Popular para la Liberación de Palestina -Comando General (FPLP-GC), facción palestina leal al presidente Bachar al Asad. Mohamed al Jolani quiere que las armas las controlen las fuerzas de seguridad y ha pedido a los palestinos que las entreguen. «En el Estado del futuro, no hay lugar para llevar las armas fuera del Ministerio de Defensa o las instituciones de seguridad y policiales», fueron las palabras del hombre fuerte de país en una entrevista a la cadena Al Hadath. Las palabras de Golani se han convertido en órdenes.
Hafez al Asad, padre del presidente derrocado, fue quien levantó Yarmuk, considerado el mejor campo entre los que se construyeron para acoger a refugiados palestinos, que en Siria gozan de los mismos derechos que los sirios, nada que ver con su situación en el Líbano. Antes de la caída del régimen y después, «aquí necesitamos agua, electricidad y puertas. Solo pedimos servicios. Las nuevas autoridades llegaron un día para repartir pan y nunca más los hemos visto. Creo que estamos peor incluso que en Gaza porque todo el mundo se ha olvidado de nosotros, piensa Nidal Hamed, funcionario de 50 años y padre de siete hijos.
Los recuerdos de cada uno de los vecinos ausentes en las fantasmagóricas calles de Yarmuk, son los recuerdos de la historia reciente de un campo, que es la historia de todo un país, una historia de destrucción masiva y sangre que no será fácil dejar atrás.