Unha das noticias que nos atopamos hoxe en día en numerosos xornais e informativos é a suposta infidelidade cometida polo presidente galo durante os últimos meses. Noticias que non informan da situación do país ou do que está a acontecer no mundo, son noticias dedicadas á prensa rosa. De verdade inflúen estes acontecementos na forma de gobernar de François Hollande? Ou é puro beneficio e recheo informativo?
Non creo que este sexa o prototipo que Francia ten para dirixir o seu país, para controlar o benestar dos seus cidadáns ou para dar unha imaxe no estranxeiro. Pero que se debe facer ao respecto? Estamos a xulgar unha persoa pola súa vida privada e non pola súa actitude ante os problemas xurdidos no país, ou polas súas decisións ante os posibles conflitos. Nestes casos en España temos unha ampla experiencia, xa que é unha situación á cal estamos afeitos cos numerosos casos xurdidos sobre asasinatos ou imputacións, que se prolongan con debates ou estudos que non fan máis que ocupar unha franxa horaria sumada á xa existente con programas do corazón como os moitos emitidos polas tardes, dos cales, lles aseguro que non pode saír nada bo. Que non vos enganen as miñas palabras, porque hai datos que recollen que estes programas de «entretemento» son os que teñen máis audiencia. Así que quizais debamos de apartar os problemas sobre como dirixir un país ou como sacalo dunha crise, e comezar a sentarnos fronte ao televisor para ver como os nosos presidentes volven aos seus postos de traballo despois dun esgotador día esquivando fotógrafos para ocultar as súas relación amorosas secretas.
Iso está nas vosas mans xulgalo, pero o que si deberiamos formularnos hoxe en día é de que cor tinguir o noso mundo. Porque actualmente témolo dividido en varias cores; a rosa por situacións como a xa citada anteriormente ou a negra que consome o noso país pouco a pouco. Unha cor escura que mancha os folios en branco dos habitantes españois coa economía, a política ou diversas situación que nos deixan un mal sabor de boca cando pechamos os nosos xornais e vemos o que está a acontecer no mundo.
Tras estas palabras só queda esperar que algunha persoa colla una brocha e se dispoña a pintar de novo estas cores, porque a mestura do rosa e o negro non é una boa pintura para ningún país, e non creo que sexa do agrado de todos vivir nun mundo pintado desta maneira e con estas cores.
PRIMER PREMIO
Clara Rivas Costa. 2.º de bachillerato del CPR La Salle (Santiago, A Coruña).
Premio: un fin de semana en Londres para cuatro personas.
Premio al profesor: Xoán Luís Rilo Toubes.
SEGUNDO PREMIO
Carlos Corrochano Pérez. 2.º de bachillerato del CPR Compañía de María (A Coruña).
Premio: un libro electrónico.
Premio a la profesora: M.ª Pilar López Iglesias.
TERCER PREMIO
Ricardo Araújo Gil. 2.º de bachillerato del CPR Divina Pastora (Ourense)
Premio: un «smartphone».
Premio al profesor: Gonzalo Sánchez Busóns.
Premio para los profesores: una estancia de dos noches para dos personas en hotel Oca Nova Manzaneda (Ourense).
Generación extraviada
El pesimismo conlleva, de manera inexorable, la reacción. Tenemos el vacilante honor de ser los primeros hijos que va a vivir peor que sus padres. Pero deben conjugarse ciertas dosis de esperanza, cualidad que entiende que la claridad es la que comprende que todo está oscuro.
Este, y no la resignación crónica y consciente, debe ser el pilar del nuevo camino que mi generación ha de pretender.
Suavizando la acritud del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, cuando dijo aquello de «el que no sabe es un ignorante, el que sabe y calla es un imbécil», se debe apreciar el contenido de su nítido mensaje.
Mi generación es aquella que se ve condenada al exilio, eufemísticamente denominado «movilidad exterior», la misma horda de jóvenes sobradamente capacitados para el desarrollo de su actividad profesional, que se toparon con una coyuntura desdichada que se lo está impidiendo.
Surge así una cuestión clara, de respuesta más difusa: ¿Deben cambiar las circunstancias, o debemos cambiar nosotros? Pues bien, mientras la inoperancia y la escasez de oportunidades consumen a muchos, el triste matiz de mansedumbre que se adhiere al destierro de otros tantos culmina la contestación a esa pregunta: La resignación se ha erigido como el auto-convencimiento colectivo de culpabilidad.
Ante esto, y citando un extracto de aquel discurso del mesiánico Julio Anguita quince años atrás, los jóvenes debemos hacer un llamamiento a la rebeldía.
Pero no como gesto altisonante, si no como «grito de la inteligencia y de la voluntad», como una actitud intrínsecamente intelectual.
La menor experiencia social, e incluso política, de la juventud nos hace vulnerables al sometimiento de una impotencia generalizada, pero es nuestra vitalidad, como poseedores del porvenir, la que debe conducirnos a una revolución del «yo» cultural.
No hablo de movimientos como el de los «indignados», a los que la intelectual Naomi Klein destacó como procesos destructivos.
Hablo de un proceso constituyente, de la elaboración de una nueva vía hacia el futuro, de la transformación gradual de nuestra ductilidad e inoperante docilidad a una actitud emancipadora.
Si «la juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu» actuemos, pues se nos está escabullendo la vida por nuestro déficit de espíritu.
«Underdog»
Hace unos cuantos días, navegando por internet, me llamó mucho la atención todo lo que encierra un concepto que nunca había escuchado y que se puede aplicar a muchas cosas en nuestro entorno. Este es el de underdog, y se dice del término anglosajón que denomina al participante que no ostenta todas las posibilidades de ganar. De este modo, si el ganador de la liga y el colista se enfrentaran en un partido, el último sería el underdog.
Este concepto conlleva un montón de cosas, ya que se dice que el primero lo tiene más difícil porque tiene que demostrar que es el mejor dentro de un campo, además, tiene la presión de perderlo todo si se arriesga. Sin embargo, el underdog puede arriesgarse sin perder nada. Por lo tanto, es más fácil llegar a la primera posición que el hecho de mantenerla. Pero no mucha gente, ni muchas marcas, saben ser el mejor en algo, ya sea por miedo a arriesgarse o por no tener referencias de alguien que está por encima de ellos.
Hay casos de marcas que son el underdog y en el momento que llegan a la primera posición parece que todo lo que habían hecho por el branding de la marca se les viene abajo, parece que pierden su identidad. Es el caso de Apple. Hace unos años Microsoft era el primero en el ámbito de la informática y mucha gente tenía un ordenador con Windows. Poco a poco, Apple fue haciendo sus deberes desarrollando buenos programas, mejorando el márketing de la marca, preocupándose mucho por el diseño... al mismo tiempo que Microsoft se acomodaba en la primera posición y no hacía nada nuevo. De este modo Apple dejó de ser el underdog. Pero como Microsoft, no está sabiendo mantener la primera posición haciendo cosas que perjudican a la marca, como dejar de innovar en el diseño y el desarrollo de sus dispositivos, o mandar actualizaciones que hacen que todos tus programas dejen de funcionar.
Lo mismo pasó con Facebook, ya que al principio todo estaba dirigido a la gente, y poco a poco han intentado lucrarse de todos nuestros datos hasta llegar al punto de buscar palabras clave en los mensajes con el fin de ponernos publicidad.
Y esto se puede llevar a la vida diaria, ya que cuántos de nosotros, una vez seamos los mejores en algo, seríamos capaces de continuar arriesgándonos a perder todo lo que hemos ganado. No todo el mundo sabe ser el primero.