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Lo mejor de la poesía hispanoamericana

LA VOZ DE LA ESCUELA

«Ya cae la lluvia minuciosa» (Borges)
«Ya cae la lluvia minuciosa» (Borges) ESTHER TABOADA

La serie de poesía hispanoamericana llega a su fin este curso con tres de los grandes, Neruda, Borges y Octavio Paz

22 abr 2015 . Actualizado a las 08:52 h.

Esta es la última entrega de poesía hispanoamericana de este curso. Por ello he querido reunir tres grandes poetas del nuevo continente, posiblemente los más grandes que hayan dado los países americanos de habla española. Traemos, pues, aquí a poetas de una dimensión extraordinaria, y de cada uno de ellos ofrecemos varios poemas. Poemas que no solo debemos conocer, sino que de ellos deberíamos recordar versos y estrofas. Para que este recorrido sea más fructífero, os propongo un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y literatura Castellana:

1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.

2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma o por ambas cosas a la vez.

3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.

4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).

5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que reconozcamos.

6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema. 

7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.

8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.

9. Algunos de estos poemas han sido musicados por cantautores. Los buscamos en YouTube y los escuchamos.

10. Comprobamos las variaciones que se han   producido y, sobre todo, disfrutamos de ellos.

Pablo Neruda 

Neruda (Chile, 1904?1973)
Neruda (Chile, 1904?1973) MARULL
Seguramente el poeta del mundo occidental que más ha influido en las posteriores generaciones de jóvenes a la hora de entender y ritualizar las relaciones amorosas. Su libro, escrito siendo casi un adolescente, «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», marcó un hito dentro de la poesía amorosa y erótica de la literatura occidental. Con reconocimiento unánime, fue galardonado con el Premio Nobel en 1971.

Sube a nacer conmigo hermano

Dame la mano desde la profunda zona

De tu dolor diseminado.

No volverás... del fondo de las rocas.

No volverás... del tiempo subterráneo.

No volverá... tu voz endurecida.

No volverán... tus ojos taladrados.

Sube a nacer conmigo hermano...

Mírame desde el fondo de la tierra,

labrador, tejedor, pastor callado

domador de guanacos tutelares,

albañil del andamio desafiado.

Aguador de las lágrimas andinas,

joyero de los dedos machacados,

agricultor temblando en la semilla,

alfarero en tu greda derramado.

Traed a la copa de esta nueva vida

vuestros viejos dolores enterrados.

Sube a nacer conmigo hermano...

Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,

decidme: aquí fui castigado.

Porque la joya no brilló o la tierra

no entregó a tiempo la piedra o el grano:

señaladme la piedra en que caísteis

y la madera en que os crucificaron.

Encendedme los viejos pedernales,

las viejas lámparas, los látigos pegados,

a través de los siglos en las llagas,

y las hachas de brillo ensangrentado.

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.

A través de la tierra juntad todos

Los silenciosos labios derramados

Y desde el fondo habladme toda esta larga noche

Como si yo estuviera con vosotros anclado,

contadme todo, cadena a cadena,

eslabón a eslabón, y paso a paso,

afilad los cuchillos que guardasteis,

ponedlos en mi pecho y en mi mano,

como un río de rayos amarillos,

como un río de tigres enterrados,

y dejadme llorar, horas, días, años,

edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre.

Déjame sueltas las manos

Déjame sueltas las manos

y el corazón, déjame libre!

Deja que mis dedos corran

por los caminos de tu cuerpo.

La pasión ?sangre, fuego, besos?

me incendia a llamaradas trémulas.

Ay, tú no sabes lo que es esto!

Es la tempestad de mis sentidos

doblegando la selva sensible de mis nervios.

¡Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!

¡Es el incendio!

Y estás aquí, mujer, como un madero intacto

ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas

hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros!

¡Déjame libre las manos

y el corazón, ¡déjame libre!

¡Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo!

No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,

es precipitación de furias,

acercamiento de lo imposible,

pero estás tú,

estás para dármelo todo,

y a darme lo que tienes a la tierra viniste,

como yo para contenerte,

¡y desearte,

y recibirte!

Octavio Paz 

Octavio Paz (México, 1914-1998)
Octavio Paz (México, 1914-1998)
El poeta y ensayista mexicano es autor de una poesía difícil de clasificar porque no echó raíces en ningún movimiento literario. Sus poemas alcanzan un gran lirismo, con imágenes de gran belleza. Fue premio Nobel y también premio Cervantes, entre otros galardones importantes.

Niña

Nombras el árbol, niña.

Y el árbol crece, lento y pleno,

anegando los aires,

verde deslumbramiento,

hasta volvernos verde la mirada.

Nombras el cielo, niña.

Y el cielo azul, la nube blanca,

la luz de la mañana,

se meten en el pecho

hasta volverlo cielo y transparencia.

Nombras el agua, niña.

Y el agua brota, no sé dónde,

baña la tierra negra,

reverdece la flor, brilla en las hojas

y en húmedos vapores nos convierte.

No dices nada, niña.

Y nace del silencio

la vida en una ola

de música amarilla;

su dorada marea

nos alza a plenitudes,

nos vuelve a ser nosotros, extraviados.

¡Niña que me levanta y resucita!

¡Ola sin fin, sin límites, eterna!

Vida sencilla

Llamar al pan y que aparezca

sobre el mantel el pan de cada día;

darle al sudor lo suyo y darle al sueño

y al breve paraíso y al infierno

y al cuerpo y al minuto lo que piden;

reír como el mar ríe, el viento ríe,

sin que la risa suene a vidrios rotos;

beber y en la embriaguez asir la vida,

bailar el baile sin perder el paso,

tocar la mano de un desconocido

en un día de piedra y agonía

y que esa mano tenga la firmeza

que no tuvo la mano del amigo;

probar la soledad sin que el vinagre

haga torcer mi boca, ni repita

mis muecas el espejo, ni el silencio

se erice con los dientes que rechinan:

¿estas cuatro paredes? ¿papel, yeso,

alfombra rala y foco amarillento?

no son aún el prometido infierno;

que no me duela más aquel deseo,

helado por el miedo, llaga fría,

quemadura de labios no besados:

el agua clara nunca se detiene

y hay frutas que se caen de maduras;

saber partir el pan y repartirlo,

el pan de una verdad común a todos,

verdad de pan que a todos nos sustenta,

por cuya levadura soy un hombre,

un semejante entre mis semejantes;

pelear por la vida de los vivos,

dar la vida a los vivos, a la vida,

y enterrar a los muertos y olvidarlos

como la tierra los olvida: en frutos...

Y que a la hora de mi muerte logre

morir como los hombres y me alcance

el perdón y la vida perdurable

del polvo, de los frutos y del polvo.

Más allá del amor

Todo nos amenaza:

el tiempo, que en vivientes fragmentos divide

al que fui

del que seré,

como el machete a la culebra;

la conciencia, la transparencia traspasada,

la mirada ciega de mirarse mirar;

las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,

el agua, la piel;

nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,

murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,

ni el delirio y su espuma profética,

ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.

Más allá de nosotros,

en las fronteras del ser y el estar,

una vida más vida nos reclama.

Afuera la noche respira, se extiende,

llena de grandes hojas calientes,

de espejos que combaten:

frutos, garras, ojos, follajes,

espaldas que relucen,

cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,

de tanta vida que se ignora y se entrega:

tú también perteneces a la noche.

Extiéndete, blancura que respira,

late, oh estrella repartida,

copa,

pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,

pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

Jorge Luis Borges 

Borges (Buenos Aires, 1899?Ginebra, 1986)
Borges (Buenos Aires, 1899?Ginebra, 1986) GERI SMITH
El escritor erudito e intelectual de mayor prestigio del siglo XX, Ciego desde los 55 años, hoy es considerado uno de los  más importantes de su siglo. Maestro en la narración de relatos cortos y poeta dueño de una perfección en el lenguaje inalcanzable para el resto de sus coetáneos y con el que logra una poesía sorprendente por su rara belleza. Igual de sorprendente, por incomprensible, es que no le haya sido concedido el premio Nobel. Y casi patético que se le otorgase en España el premio Cervantes compartido con Gerardo Diego.

La lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado

porque ya cae la lluvia minuciosa.

Cae o cayó. La lluvia es una cosa

que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado

el tiempo en que la suerte venturosa

le reveló una flor llamada rosa

y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales

alegrará en perdidos arrabales

las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada

tarde me trae la voz, la voz deseada,

de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua 

y recordar que el tiempo es otro río, 

saber que nos perdemos como el río 

y que los rostros pasan como el agua. 

Sentir que la vigilia es otro sueño 

que sueña no soñar y que la muerte 

que teme nuestra carne es esa muerte 

de cada noche, que se llama sueño. 

Ver en el día o en el año un símbolo 

de los días del hombre y de sus años, 

convertir el ultraje de los años 

en una música, un rumor y un símbolo, 

ver en la muerte el sueño, en el ocaso 

un triste oro, tal es la poesía 

que es inmortal y pobre. La poesía 

vuelve como la aurora y el ocaso. 

A veces en las tardes una cara 

nos mira desde el fondo de un espejo; 

el arte debe ser como ese espejo 

que nos revela nuestra propia cara. 

Cuentan que Ulises, harto de prodigios, 

lloró de amor al divisar su Itaca 

verde y humilde. El arte es esa Itaca 

de verde eternidad, no de prodigios. 

También es como el río interminable 

que pasa y queda y es cristal de un mismo 

Heráclito inconstante, que es el mismo 

y es otro, como el río interminable.