
La serie de poesía hispanoamericana llega a su fin este curso con tres de los grandes, Neruda, Borges y Octavio Paz
22 abr 2015 . Actualizado a las 08:52 h.Esta es la última entrega de poesía hispanoamericana de este curso. Por ello he querido reunir tres grandes poetas del nuevo continente, posiblemente los más grandes que hayan dado los países americanos de habla española. Traemos, pues, aquí a poetas de una dimensión extraordinaria, y de cada uno de ellos ofrecemos varios poemas. Poemas que no solo debemos conocer, sino que de ellos deberíamos recordar versos y estrofas. Para que este recorrido sea más fructífero, os propongo un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y literatura Castellana:
1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.
2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma o por ambas cosas a la vez.
3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.
4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).
5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que reconozcamos.
6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema.
7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.
8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.
9. Algunos de estos poemas han sido musicados por cantautores. Los buscamos en YouTube y los escuchamos.
10. Comprobamos las variaciones que se han producido y, sobre todo, disfrutamos de ellos.
Pablo Neruda

Sube a nacer conmigo hermano
Dame la mano desde la profunda zona
De tu dolor diseminado.
No volverás... del fondo de las rocas.
No volverás... del tiempo subterráneo.
No volverá... tu voz endurecida.
No volverán... tus ojos taladrados.
Sube a nacer conmigo hermano...
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado
domador de guanacos tutelares,
albañil del andamio desafiado.
Aguador de las lágrimas andinas,
joyero de los dedos machacados,
agricultor temblando en la semilla,
alfarero en tu greda derramado.
Traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Sube a nacer conmigo hermano...
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado.
Porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron.
Encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados,
a través de los siglos en las llagas,
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
Los silenciosos labios derramados
Y desde el fondo habladme toda esta larga noche
Como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
Déjame sueltas las manos
Déjame sueltas las manos
y el corazón, déjame libre!
Deja que mis dedos corran
por los caminos de tu cuerpo.
La pasión ?sangre, fuego, besos?
me incendia a llamaradas trémulas.
Ay, tú no sabes lo que es esto!
Es la tempestad de mis sentidos
doblegando la selva sensible de mis nervios.
¡Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!
¡Es el incendio!
Y estás aquí, mujer, como un madero intacto
ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas
hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros!
¡Déjame libre las manos
y el corazón, ¡déjame libre!
¡Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo!
No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,
es precipitación de furias,
acercamiento de lo imposible,
pero estás tú,
estás para dármelo todo,
y a darme lo que tienes a la tierra viniste,
como yo para contenerte,
¡y desearte,
y recibirte!
Octavio Paz

Niña
Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento y pleno,
anegando los aires,
verde deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y el cielo azul, la nube blanca,
la luz de la mañana,
se meten en el pecho
hasta volverlo cielo y transparencia.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
baña la tierra negra,
reverdece la flor, brilla en las hojas
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y nace del silencio
la vida en una ola
de música amarilla;
su dorada marea
nos alza a plenitudes,
nos vuelve a ser nosotros, extraviados.
¡Niña que me levanta y resucita!
¡Ola sin fin, sin límites, eterna!
Vida sencilla
Llamar al pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida,
bailar el baile sin perder el paso,
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
¿estas cuatro paredes? ¿papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillento?
no son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común a todos,
verdad de pan que a todos nos sustenta,
por cuya levadura soy un hombre,
un semejante entre mis semejantes;
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos...
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos y del polvo.
Más allá del amor
Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.
Jorge Luis Borges

La lluvia
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.