Nos seguimos ocupando, también en el 2018, de escritores europeos y americanos que llevaron la literatura a niveles de gran calidad. Ni la poesía ni, sobre todo, la novela actual serían las mismas sin la aportación literaria de cada uno de ellos. De este modo, queremos rendir un modesto homenaje a su memoria y ayudar a que sean un poco mejor conocidos. El protagonista hoy es Truman CapoteTruman capote es un observador agudo, crítico y divertido, pero a veces pérfido
24 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.«Capote llegó alto por su literatura, pero, también por su literatura, fue considerado un traidor y terminó como un paria», dice del escritor la investigadora francesa Liliane Kerjan, autora de un excelente ensayo biográfico, publicado en 2017 y titulado Truman Capote. Habría que añadir que su gran aportación a la escritura fue la de acercar el lenguaje literario al periodismo y, simultáneamente, llevar la precisión léxica y la claridad lingüística del periodismo a la literatura. Tarea difícil. No se puede decir que Capote haya inventado el periodismo narrativo ni que sus técnicas fueran exclusivas, pero el esfuerzo, y finalmente el acierto, por encontrar fórmulas nuevas es innegable. Y esas nuevas fórmulas han mejorado y ampliado los márgenes del periodismo de hoy.
Pero ¿quién es Truman Capote? ¿Quién es ese escritor de aire infantil y mirada desafiante bajo un rubio flequillo, con una expresión a medio camino entre la inocencia, la insolencia y la ruindad? Nació en Nueva Orleans en 1924 y la madre, recién divorciada y ya un poco alcoholizada, de conducta poco edificante, dejó al niño al cuidado de los abuelos, después de unos primos, mientras vaciaba botellas y coleccionaba amantes: «Mi madre me encerraba horas y horas, y salía de juerga. Desde entonces no soporto los cuartos pequeños y cerrados, asfixiantes y con olor a muerte». Su niñez se parecía a un infierno. Y para sobrevivir aflora el niño prodigio que aprende a escribir y a leer solo y, ya desde los 9 o 10 años, cambia el llanto por una escritura infantil y en secreto sobre los laberintos de la soledad, la marginalidad, la temporalidad y los sentimientos impregnados de orfandad y desconsuelo. Esos escritos infantiles y adolescentes estuvieron 70 u 80 años extraviados en unas cajas que el autor había legado a su muerte a la Biblioteca Pública de Nueva York, hasta que en el 2014 fueron publicados bajo el título Relatos tempranos. Son una veintena de relatos y una docena de poemas escritos desde 1935 a 1943, entre los 9 y los 19 años, con los que el autor intentaba conjurar las heridas de la infancia y ensayaba las maneras como habría de enfrentarse a la vida, ya con un estilo que apuntaba a escritor de talento.
Lo que late en esas narraciones precoces son los estragos del abandono y la lucha por encontrar a quién amar y por ser correspondido. Es la oscuridad de aquel cuarto de hotel que no lo abandona. Pero aprendió a ver en la oscuridad desarrollando una mirada distinta sobre el mundo. Se siente en la orilla de la vida. Se vuelve un observador agudo, acerado, crítico y hasta divertido y, a veces, pérfido. Esa será el arma con la que se defenderá, por la que será admirado por unos y rechazado por otros. Estos textos revelan la búsqueda de un paraíso materno y familiar nunca tenido, el constante anhelo de amor, de sentirse querido. Pero, desde el punto de vista literario, como dice Haag, el estudioso que los encontró, estos relatos tienen un valor en sí mismos, pues no son solo los escritos de un niño y un adolescente, sino el anuncio de un gran escritor en ciernes.
Dentro de tanto infortunio, tuvo la suerte de que el segundo marido de su madre, un cubano llamado Joe Capote, lo adoptara, le diera su apellido y se llevara a ambos a Nueva York. La madre se suicidará en 1953, cuando su marido se arruinó y fue encarcelado por desfalco. Pero, en este nuevo ambiente de la gran urbe, y gracias a la todavía buena situación económica del padrastro, el adolescente va a descubrir que es un chico raro, guapo y divertido, lo que utilizará como eficaces armas. Estuvo en varios colegios y acabó consiguiendo graduarse en un instituto privado de Manhattan.
Comienza su carrera literaria
Sus buenas aptitudes para escribir se muestran ya desde el último curso, cuando se hace ayudante del corrector de pruebas en The New Yorker, al mismo tiempo que empieza a mandar relatos cortos a revistas femeninas en las que ya antes habían escrito muchas figuras de la literatura americana. Tenía estilo y apuntaba alto, tanto que una editorial importante le adelanta dinero para que escriba su primera novela. Un cuento, Miriam, publicado a los 21 años, lo impulsó a la fama literaria, plenamente corroborada dos años después con la aparición de la deslumbrante Otras voces, otros ámbitos, su primera novela. Había nacido una estrella, una estrella diferente a todas las que brillaban entonces (finales de los años cuarenta) en la narrativa norteamericana. Esta primera novela la escribió en unas vacaciones de verano, con la incontinencia propia de sus pocos años, y en ella relata, especialmente, el mundo cenagoso en el que transcurrió su infancia, con sus miserias y sus tristezas. Fue, también, una de las primeras novelas de la época en que se afrontó claramente el tema de la homosexualidad. Una autoflagelación que, sin embargo, le abrió las puertas del éxito. A esta le suceden El arpa de hierba (1951) y Se oyen las musas (1956), además de la famosa Desayuno en Tiffany’s (1958), que sería adaptada y llevada al cine por Blake Edwars, con Audrey Hepburn de protagonista, bajo el título Desayuno con diamantes.
DEL ÉXITO…
Empieza una vida fácil y suntuosa, que siempre le atrajo, pero que al mismo tiempo no le satisfacía. Viaja a Europa, aunque no se pierde una de las grandes fiestas que la aristocracia neoyorquina celebra en sus ricos salones. En esos años cincuenta se produce la explosión de fama y dinero que Capote siempre había deseado. Tiene un novio formal, que de alguna manera lo estabiliza, pero el alcohol, las fiestas y los barbitúricos se incorporan con normalidad a su vida. Es ahora cuando se siente atraído por el mundo del cine, para el que escribe algunos guiones, entre los cuales destaca Stazione Termini, que dirigió Vittorio de Sica. Escribía sin descanso (reportajes, crónicas, entrevistas a personajes de la alta sociedad) y nunca decepcionaba a quien esperaba de él una maldad y una salida ingeniosa. Son los cincuenta los que marcan el ascenso a los cielos de Capote: fue subiendo peldaños en la vida social y ganando mucho dinero, que lo llevaría a coleccionar celebridades ?los Onassis, los Kennedy, los Vanderbilt, los Niarchos, los Radziwill, todas las estrellas del cine de su tiempo?, a los colosales escándalos, a las memorables peleas con Norman Mailer y Gore Vidal, a los tribunales y a la promiscuidad sexual a la que se lanzó tras romper, después de tres décadas, con el escritor Jack Dunphy.
Es el tiempo de la publicación de su novela más conocida A sangre fría.
AL DECLIVE
Algo se precipitó en la turbulenta psicología del escritor, pues cuando parecía haber conquistado ese paraíso con el que siempre había soñado empezó a escribir Plegarias atendidas, una novela de la que solo llegó a completar tres largos capítulos, pero que fueron suficientes para dinamitar su credibilidad entre la gente de la alta sociedad americana, entre la que se desenvolvía como pez en el agua. En sus páginas desmenuza las miserias de aquella adorada aristocracia y cuenta con pelos y señales sus miserias, adulterios y falsedades. Y no se lo perdonaron. El niño mimado por todos ellos que había sido Truman Capote pasó a ser un apestado y expulsado de su círculo. Él se defendió: «¿Qué creían, que estaban con un bufón contratado para divertirlos? No, estaban con un escritor y pagaron el precio».
Arreciaron sus críticas y su declive empezó inexorablemente. A partir de entonces, los siete años de vida que le restaban se convirtieron en una pesadilla de aridez literaria. Se agudizó su dependencia del alcohol y las drogas, y empezó el calvario de la cirrosis. En agosto de 1984 murió en Los Ángeles, en casa de Joanne Carson, la única persona que permaneció a su lado hasta el final.
Sobre el escritor se filmó la película Capote (2005), dirigida por Bennett Miller y protagonizada por el malogrado Philip Seymour Hoffman, cuya interpretación le valió el Óscar de ese año al mejor actor. Se estrenó el 30 de septiembre del 2005, para coincidir con el que habría sido el 81.º cumpleaños del escritor. «Nunca hubo nadie como yo, y no habrá nadie como yo cuando yo me vaya», escribió un poco antes de morir. Demasiados yos en una frase tan corta. Demasiado ego para ser una persona equilibrada.
«A sangre fría»
En 1966 publica su novela más celebrada. Con ella creó un nuevo género, la llamada novela de no ficción, que será un referente para el nuevo periodismo estadounidense. Su origen es una noticia que Capote lee en el periódico: en Kansas, una familia de granjeros, los Clutter, había sido asesinada con un extraño y metódico satanismo. Algo se le iluminó por dentro al leerlo porque le propuso a la revista The New Yorker escribir una historia por entregas con los pormenores de aquel asesinato. Viajó como corresponsal a Kansas, acompañado por Harper Lee (la autora de Matar un ruiseñor, interesada también en el suceso), conoció todos los detalles del crimen, el ambiente, los policías, los vecinos, los testigos… Y cuando los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith, fueron detenidos, centró todo su interés en estudiar a fondo su psicología, sus motivaciones, sus frustraciones.
La publicación de A sangre fría se inició por capítulos en la citada revista, pero llegó un momento en que en el autor chocaron frontalmente la compasión que iba sintiendo por los asesinos (después de tantas entrevistas, se había enamorado de uno de los reos) con la necesidad del éxito de la novela, lo que aumentó el ya débil equilibrio emocional de Capote, que se fue deslizando hacia el falso paraíso del alcohol y las drogas. Necesitaba que los asesinos fueran llevados al patíbulo para que la novela se pudiera salvar.
Cuando fueron ahorcados, Capote estaba allí. Y aunque la novela fue un éxito mundial ?quizá porque logró hacer de la realidad una novela?, de alguna manera su autor empezó a morir también el día de la ejecución de aquellos dos malhechores. Para celebrar el éxito, organizó una fiesta fastuosa en el hotel Plaza y obligó a todos los famosos de Nueva York que asistieron a vestirse de blanco y negro. Aquel niño desamparado de Nueva Orleans había llegado a la cima.
Pero Truman Capote acabó culpando al libro de su ruina, de sus adicciones, de sus miserias, de no haberle permitido emprender el camino de una nueva publicación de largo aliento, de haber secado su imaginación y su talento. La novela fue llevada al cine en 1967 por Richard Brooks. Del libro se venderían más de 300.000 ejemplares, y permaneció en la lista de los más vendidos de The New York Times durante 37 semanas.