Reportaje | Recuperación de un importante documento histórico La asociación Amigos do Patrimonio de Lemos rescata una antigua biografía de Catalina de la Cerda, de notable interés para la historia de Monforte
20 dic 2005 . Actualizado a las 06:00 h.?n los últimos días del año empezará a distribuirse el primer libro publicado por la asociación Amigos do Patrimonio de Lemos, con el que se rescata una obra de singular interés para la historia local: la Memoria sobre la vida de doña Catalina de la Cerda y Sandoval , escrita hace 110 años por sor María de la Concepción de San Francisco, monja del convento monfortino de Santa Clara. Para componer esta biografía de la séptima condesa de Lemos y fundadora del convento, la autora utilizó diversos documentos guardados en los archivos de la comunidad religiosa, que aun hoy resultan en general poco accesibles a los investigadores. La Memoria no es en realidad una obra de investigación histórica, sino una sencilla biografía de un tono fuertemente hagiográfico, pero en ella se encuentran numerosos detalles de interés para la historia local. Catalina de la Cerda y Sandoval, hija del duque de Lerma, nació en 1580 en la localidad vallisoletana de Cigales. En 1598 se casó con el séptimo conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro, su primo hermano. El matrimonio, que no tuvo descendencia, se distinguió por un extremado fervor religioso, al igual que otros miembros de la casa de Lemos, algo que por otra parte era bastante frecuente en aquellos tiempos de apogeo de la Contrarreforma. Entre los años 1610 y 1616, los condes residieron en Nápoles, donde Pedro Fernández de Castro ocupó el cargo de virrey. Durante su estancia en Italia se valieron de su influencia para atesorar un gran número de relicarios y otros objetos de arte sacro. Tanto los condes de Lemos como los de Lerma, según dice la Memoria, «estaban en aquel tiempo poseídos de una santa avaricia por esa inapreciable riqueza, hasta tal extremo que un Sumo Pontífice llegó a llamar festivamente a Sor Catalina (la séptima condesa) ladrona de relicarios ». Muchos de aquellos objetos formarían la colección artística del convento monfortino, que fue fundado en 1622, cuatro meses antes de la muerte del conde. Pero la comunidad estuvo alojada primeramente en unas casas de la calle Falagueira. Allí se encontraba todavía cuando en 1633 la condesa ingresó en ella como novicia. Un año después profesó como monja y. según precisa su biógrafa, por este motivo «no solo recibió cartas afectuosísimas de personajes distinguidos sino también de obispos y cardenales y aun del mismo Romano Pontífice que entonces gobernaba la Iglesia (Urbano VIII), quien además de felicitarla, le regaló una elegante y magnífica urna». Este objeto puede verse hoy en el museo del convento. Catalina de la Cerda, por otra parte, no sólo se convirtió en monja sino que también consiguió que hiciesen lo mismo cinco sobrinas de su marido, hijas del el octavo conde de Lemos Francisco Ruiz de Castro, quien, por cierto, se hizo monje benedictino después de haber enviudado. También hizo que se convirtiesen en monjas dos hijas del noveno conde, Francisco Fernández de Castro, que por entonces contaban solamente cinco y cuatro años de edad. Estas niñas «tomaron en religión los nombres de Sor Francisca de las Llagas la primera y Sor Catalina de la Concepción la segunda», señala el libro. Traslado del convento En agosto de 1646, el convento fue trasladado a su actual ubicación en medio de unas grandes ceremonias que duraron varios días y en las que participaron numerosos nobles y eclesiástico. La Memoria describe los actos con cierto detalle. Una parte importante de ellos consistió en el solemne traslado de veintiún ataúdes con los restos del conde, de otros miembros de su familia y de varias religiosas que habían sido sepultados en el convento provisional. Allí permaneció la condesa hasta su muerte, que se produjo dos años más tarde.