«O tren que me leva pola beira do Miño / me leva, me leva polo meu camiño / e vai andando pasiño a pasiño / e vaime levando cara ao meu destiño». ¿Quién no conoce la famosa canción de Andrés do Barro , O tren ? Fue el primer tema en gallego en ser número uno en las listas de ventas de toda España. Algo que no está nada mal si tenemos en cuenta la época, finales de los sesenta. Noviembre de 1969, para ser exactos. Posteriormente -en 1983-, otros gallegos, Julian Hernández y Javier Costas , líderes por entonces de Siniestro Total, se encargaron de rescatar el tema con una versión que formaba parte del disco Siniestro Total II (El Regreso) . Hoy los protagonistas son precisamente los que llevan el tren. Los que lo llevarán, más bien. Ayer visitaron el Museo do Ferrocarril de Galicia -en Monforte- los alumnos del programa de formación para la obtención del título de conducción de vehículos ferroviarios que estudian en la Escuela Técnica Profesional de Renfe en Santiago. La visita formaba parte de las 620 horas de clases prácticas que recibirán antes de que, allá por noviembre, les den el título que los acredita para conducir trenes. Todo el material del museo les llamó la atención, pero como no podía ser de otra manera, las estrellas fueron la Marilyn, Mazinger, la inglesa y la Mikado, que es como se conoce popularmente a las cuatro locomotoras que atesora el centro.
Y de un museo pasamos a otro, al Centro do Viño. Además de la exposición permanente, la vinoteca, la tapería y la sede el consejo regulador de Ribeira Sacra también alberga una nueva y moderna sala de catas inaugurada hace poco menos de un año. Antes de ocuparla los catadores tuvieron que pasar por la escuela de capacitación agraria, el centro comarcal Expolemos o el restaurante O Grelo. Recibieron la nueva sala como agua de mayo. Como cuando uno se compra una casa, los problemas van apareciendo a medida que se vive en ella. La sala es nueva y moderna pero le falta algo que, aunque a priori no parece importante, sí que lo es: un almacén. Ayer, sin ir más lejos, durante una cata rutinaria para la concesión de contraetiquetas a las bodegas quedó patente la falta de espacio. Al no haber almacén, las cajas de vino tienen que apilarse detrás de los catadores, lo que no deja mucha libertad de movimientos que se diga.