Lo primero que dijo Charles Ferguson al recoger su Oscar fue que, tres años después de una grave crisis financiera causada por un fraude masivo, ningún ejecutivo estaba en la cárcel. Ferguson recibió el premio por el documental Inside Job, un viaje a las entrañas del colapso económico. Por mostrar cómo los políticos aflojaron las normas a mayor gloria de los mercados. Cómo profesores de Columbia santificaron la locura de Islandia, primer Estado en caer, pagados por la Cámara de Comercio del país nórdico. Cómo ignoraron a los que anticiparon el desastre. Y cómo, en este terreno desregulado, fértil y putrefacto, creció fauna adicta al riesgo ajeno y al beneficio propio. Hay que bailar hasta que suene la música, repetían los tiburones. Aviones privados y prostitutas de lujo para los machos alfa. El secreto de su audacia, saber que no pagarían la factura. Ventajas de sentarse a la derecha del padre y ser juez y parte. De asesorar a Reagan, Clinton y los dos Bush. Y de seguir junto a Obama. Goldman Sachs y compañía custodiando la Casa Blanca.
LLos responsables de las agencias de calificación, que habían bendecido la basura poco antes del derrumbamiento, repitieron ante el Senado que lo suyo eran «solo opiniones». Ellos, que hacen tambalear naciones. El súmmum del arrepentimiento fue descrito por un congresista. «Nos dicen: ??Lo sentimos, no volveremos a hacerlo??. Pues yo cuento entre mis electores a gente que atracó alguno de sus bancos. Y dicen exactamente lo mismo». Cuando se quedan sin respuestas, se agarraran al último recurso. Este asunto es demasiado complejo para los mortales. Pero Ferguson lo deja todo claro.