Huellas de hierro y plomo en Ferreira

carlos rueda / francisco albo MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

Una aldea de Quiroga conserva singulares recuerdos de antiguas explotaciones mineras

21 sep 2019 . Actualizado a las 21:04 h.

La aldea quiroguesa de Ferreira, en la parroquia de Montefurado, tuvo una estrecha relación con la minería del hierro y del plomo. Para transportar el hierro se construyó una peculiar infraestructura, consistente en una línea férrea de unos tres kilómetros de longitud que iba desde la explotación minera a la estación de tren de Montefurado. De allí se llevaba el mineral al País Vasco para abastecer los altos hornos de Vizcaya.

De esta industria minera existe cierta documentación de finales del siglo XIX y principios del XX. En la obra de Jesús Río Ramilo Tierras de Quiroga: sus gentes, productos y producciones se mencionan varias solicitudes de explotación dirigidas al gobierno civil lucense. Entre ellas hay una de Rodrigo de Rodrigo y Escobar, vecino de Madrid, para aprovechar el mineral en una concesión llamada Coto Abundante. Las minas estaban en el lugar de A Pala, a unos 250 metros en línea recta de Ferreira y en la orilla opuesta del arroyo de Ricovo. Acceder hoy a ellas desde la aldea es imposible, ya que la maleza cerró el camino. Solo se puede llegar por otro camino que sale de la aldea de Os Albaredos. Pedro Marcos Fernández, vecino de Ferreira, no las vio nunca en funcionamiento. Cuando era un chaval, hace más de 75 años, ya estaban abandonadas.

Vagonetas y caballos

El mineral de hierro era transportado en vagonetas tiradas por caballerías a lo largo de la línea férrea hasta las proximidades del lugar de O Muíño, donde tenía que salvar una fuerte pendiente hasta el arroyo de Ricovo. En este punto había tres construcciones dedicadas a caballerizas, además de un almacén para el mineral y un soporte de hormigón para un teleférico que permitía salvar la pendiente hasta el arroyo. Estaba formado por una línea aérea para subir las vagonetas vacías y una rampa de raíles por la que bajaban las vagonetas cargadas. Luego la línea férrea cruzaba el arroyo por un puente de piedra -que se conserva íntegro- y seguía hasta Montefurado, a unos quinientos metros.

De esta infraestructura quedan pocos restos, como las ruinas de las caballerizas, el soporte del teleférico y algunos raíles que sirven de vigas y soportes en cierres de fincas. Su trazado apenas se distingue, ya que la vegetación ocultó los vestigios visibles. Casimiro, único vecino de O Muíño, recuerda que su padre Baltasar trabajó de caballista para la explotación. Poseía una decena de caballos que servían para tirar de las vagonetas.

Las minas de plomo estaban en un lugar llamado Os Colmeares, en los montes de Bizcovio, a un kilómetro de Ferreira. En ellas trabajó el padre de Pedro Marcos. «Recordo que cando eu tiña catorce anos sacaban o mineral en carros de bois ata cerca de aldea», dice. Los vecinos desconocían el destino del mineral. Se extraía de una galería subterránea que se derrumbó -recuerda el vecino- y de un gran pozo de unos veinte metros de profundidad. Los mineros subían y bajaban de uno en uno en un gran caldero accionado por una polea. El mineral se lavaba en un lavadero de hormigón y después se metía en sacos que eran transportados en carros de bueyes. Las minas están hoy cubiertas de maleza y de tierra caída en desprendimientos.

La aldea de Ferreira contaba con otro recurso económico: las importantes masas de alcornoques que se encuentran en los lugares de Os Colmeares, Valcabrón, A Coutada y Muíño de Abaixo, entre otros, y que se siguen aprovechando hoy. Según explica Pedro Marcos Fernández, cada ocho o nueve años visita la aldea una brigada formada por cinco o seis ciudadanos portugueses para extraer y comprar la corteza. «A última vez que estiveron na aldea foi no 2017 e virán de novo para o 2025», añade el vecino.

Desde montefurado

Hay que salir de la cabecera de la parroquia por la carretera de Os Albaredos. En el kilómetro 3,3 sale un vial asfaltado a la izquierda para Centeais y Ferreira. Esta última se halla a unos quinientos metros