Manantiales abandonados en el santuario de Augas Santas

CARLOS RUEDA / FRANCISCO ALBO MONFORTE / LA VOZ

CHANTADA

CARLOS RUEDA

Las fuentes situadas junto a la ermita de Pantón gozaron en tiempos de amplia popularidad

20 may 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Los manantiales de aguas sulfurosas de Augas Santas, en Pantón, son conocidos y apreciados desde tiempo inmemorial. En el 2006 fue inaugurado el moderno hotel balneario que reanudó una tradición cuyo apogeo se alcanzó a mediados del siglo XIX. Pero también han tenido fama las pequeñas fuentes situadas junto al santuario de Nosa Señora dos Ollos Grandes -donde se celebra una romería el 8 de septiembre-, de las que solo quedan vestigios y recuerdos.

Manuel López, vecino de Augas Santas, recuerda que hace bastantes años manaba por detras del santuario una fuente que conformaba una especie de pequeño pozo al que se bajaba por unos escalones tallados en la piedra. Fuera de la cavidad había una pila en la que se depositaba el agua sacada de la fuente con jarras o baldes, para que estuviese más al alcance que quienes quisiesen tomarlas. En un momento difícil de determinar el pozo fue tapado con tierra -al parecer después de que se accidentase un niño en él- y la pila desapareció. Ese manantial está oculto pero sigue manando en el subsuelo, a juzgar por el robusto aspecto de un chopo que crece ahora en el mismo lugar -plantado por Manuel López- y que se nutre seguramente de sus aguas.

No ocurre lo mismo con el llamado Pozo da Virxe, otro manantial situado a pocos metros que proporcionó agua hasta tiempos recientes. Los vecinos de la localidad dicen que esta fuente quedó seca después de que se construyese el actual balneario. Se encuentra junto a un cruceiro levantado sobre una roca en la que estaba tallados unos petroglifos del tipo conocido como cazoleta.

Visitantes de Chantada

Las fuentes del santario eran especialmente apreciadas por los vecinos de la comarca de Chantada. Además de beber las aguas, se daban baños en un cobertizo levantado en las cercanías. Para ello se utilizaban unas tinas de madera en las que se echaba el agua previamente calentada en un caldero. «Viñan andando cunhas velas moi grandes, case sempre en vésperas da romaxe, e quedaban por aquí ata o día seguinte», explica Manuel López. Muchos volvían después a sus casas cargando con cacharros que los alfareros de Gundivós venían a vender a la romería. Las aguas del Pozo da Virxe también eran apreciadas por los vecinos de los alrededores para lavar la ropa.