Marta lleva día a día una casa de seis habitaciones en plena naturaleza
26 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.La carretera a Paderne, en Folgoso do Courel, no figura en el catálogo de las mejores de Galicia. Para nada. Ya llegar a Seoane desde o Cebreiro y Hospital da Condesa no resulta cómodo fuera de los dos primeros impecables kilómetros, pero cuando se toma el desvío a Samos la cosa empeora, tanto en anchura como en firme. Cierto, fue peor, mucho peor, cuando, por ejemplo, hace una veintena de años Alexandre —al parecer, el único niño de Paderne— ganó un premio en el que tenía mucho que decir este periódico y acudió a recogerlo. Toda una aventura. Son, en fin, algo más que siete kilómetros que se hacen largos, con tanta inevitable curva. Pero es lo que hay.
Un cartel a la salida de Paderne anima a bajar hasta Casa Rodrigo. Se trata de un veterano establecimiento que se alquila entero, y es vecino de la Casa das Triegas, uno y otro de los mismos propietarios. Lo mejor es olvidar el coche en los aledaños de la carretera, que ahí no estorba, como no estorba en el pequeño aparcamiento para cinco vehículos (suele estar lleno). Sí es posible bajar por la estrecha callejuela de cemento, si bien aparcar luego sobre una histórica aira constituye una lamentable agresión estética (hay al menos otra más abajo digna de foto).
De manera que procede descender andando ese centenar de metros, sin hacer caso al pastor alemán que, en silencio, sigue con la mirada el paso de los recién llegados por si se les ocurre poner un pie donde no deben. Un chucho grande que rezuma tranquilidad.
Y si hasta ahí, por todo O Courel, incluso con día soleado hay una cierta sensación de tristeza por el abandono de la población, todo cambia al encontrarse en el medio de Paderne. «Quere botar as patacas?», ironiza, amable, un hombre joven al ver un innegable aspecto de turista que tiene el recién llegado. El grupo humano recibe con afectuosidad al visitante, a quien ni esperan ni saben a qué se dedica. Solo falta que alguien saque un café o unas cervezas para que aquello parezca una reunión de amigos de toda la vida.
Y esa atmósfera hoy en día vale un mundo. Si la naturaleza, generosísima, invita per se al descanso y a relajarse, el ser recibido con los brazos abiertos es ya la guinda del pastel. El edificio es pura tradición rehabilitada, y si se mira desde la aira antes mencionada muestra un cierto aspecto de fortaleza, de lugar de vigilancia del muy estrecho valle y de las imponentes montañas que están al frente, tan cerca que parece que estirando mucho el brazo se tocan. Los balcones le imprimen un aire elegante. Marta, la mujer agradable y joven que está en el día a día del negocio, aclara que en la zona les llaman corredores.
Casa de dos puertas mala es de guardar, y quizás por eso una, la del comedor, la tienen generalmente cerrada. La otra da acceso a un salón amplio en el que dos sofás, una chimenea y dos mesas (más otra baja) invitan a la charla. Por un lado, piedra vista, y por los otros tres, paredes pintadas, con dos vanos bien aprovechados, uno para un televisor y el otro, sorpresa, para un botijo. «Un regalo», dice Marta.
Pero hay más. El edificio está dividido en dos. De manera que las puertas son dos más dos. En el pequeño, que es el que da al frente, esperan dos habitaciones. En el otro, las otras cuatro. El comedor es común, amplio y guarda una similitud estética con el salón, abundando la madera maciza, vigas incluidas. Ese mismo color se va a repetir en las seis habitaciones. Eso quiere decir, por cierto, que no queda otra que subir y bajar escaleras, no muy anchas, quizás fatigosas para algunos, pero esto no es un hotel de diseño sino una muestra de arquitectura tradicional. Y así eran las cosas. Se ha buscado que una casa, de por sí oscura, tuviera luz. Los dos grandes vanos fijos en el tejado, justo sobre el cañón de la escalera, así lo demuestran, al igual que alguna ventana alargada.
Lo de la madera tiene su explicación, porque encontrarse en el salón con este material cubriendo un enchufe, una mesa de cerezo maciza, otra de castaño y otros toques por toda la casa no resulta habitual. Marta lo explica: su hermano es carpintero y, junto con el arquitecto, es el responsable de cómo ha quedado todo aquello.
Las habitaciones se incluyen en las de tamaño medio tirando a grande, con cuarto de baño muy completo y buscando una originalidad en algunas piezas, como los lavabos, pero siempre dentro de la sobriedad (en absoluto cicatería) que manda en toda la casa. Armarios suficientes y cuidando el detalle en cosas que parecen menores pero no lo son, como los enchufes. «E qué significa As Triegas?». «Non se sabe —responde Marta—, é o nome dun camiño».