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«Pero, ¿por qué no anda nuestro burro?»

Miriam Salgado / Eva Fernández MONFORTE / LA VOZ

O SAVIÑAO

ROI FERNÁNDEZ

Dos redactoras de La Voz participaron en el original derbi que cierra las fiestas de Escairón

09 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi compañera y yo llegamos a Escairón sin saber muy bien qué íbamos a encontrar. Era nuestra primera vez. No se veían los burros con tanta gente. Pero podíamos oír los rebuznos de las distintas razas de pollinos que se agolpaban cerca del terreno preparado para la carrera. Somalíes, africanos, autóctonos... No importaba, todos tenían cabida en la competición. «Iste ano batemos récord de animais inscritos, son cincuenta», advertían desde megafonía. El ambiente en el campo municipal de A Lama resultaba tentador. Sin ningún tipo de experiencia como amazonas, decidimos apuntarnos. Hay días en los que una se levanta sin miedo a parecer un zopenca delante de casi 2.000 personas.

Hay seis rondas. Eva Fernández, mi compañera, corre en la cuarta con el número veintiuno. Yo en la tercera con el veinte. Ambas compartimos burro, uno dócil. Tanto que está cansado antes de empezar. No pasa lo mismo con todos. Algunos parecen caballos. ¡Llegan a los sesenta kilómetros por hora! Son la envidia del resto de los participantes, que a base de azotes intentan que sus animales corran y lleguen a la anhelada meta.

Mientras me adapto a los movimientos torpes de mi burro y asimilo la idea de ser la penúltima, un niño de nueve años cae de su cabalgadura al llegar a la primera curva del trazado. Un médico acude a socorrerle en pocos minutos. El joven jinete sale airoso, apenas con unas magulladuras. Para nosotras, todo era nerviosismo. No por el temor a salir despedidas, sino porque ajeno a las múltiples cámaras y a los cientos de gritos provenientes de las gradas nuestro burro seguía empecinado en no moverse.

Corre por simpatía

Eva tiene más suerte en su turno. Tras poner a prueba mi paciencia, el animal comienza a dejarse llevar. Por fin sabemos el tipo de conducción que precisa. Mi compañera sujeta las riendas mientras yo corro entre los demás concursantes delante de nuestro burro, que por una cuestión de empatía también se echa a correr. La quinta ronda es la que más sorpresas depara. Ahí está Gael, con sus escasos cuatro años y un casco que cubría su melena rubia. Su padre tira del burro para que no se detenga y el niño ni siquiera pestañea. Su madre nos explica luego que es la primera vez que participaba, pero que lo lleva en la sangre. «Su padre antes corría todos los años», detalla.

Mientras el público aplaude al benjamín de la carrera, el chico ?que monta con el número cuarenta? va a parar al suelo. Apenas tarda unos segundos en levantarse para ir detrás de su cabalgadura, que avanza tan emocionada por verse ganadora que ni repara en que perdió su carga. No solo abandona al chico sino que también propina una coz a una de las espectadoras que se encuentra entre el público.

Manolo Losada, vecino de O Saviñao y asiduo a la carrera, nos da su opinión mientras nos recuperábamos del trance. «Antes eran burros do lugar. Agora veñen de moito máis lonxe e o nivel e maior, así que hai menos caídas», nos cuenta. Poco después avisaban por megafonía del comienzo de las pruebas finales. El público está en vilo hasta el último momento. El burro que se mantiene como líder toda la carrera pierde en la curva final su puesto. Comienza a dar vueltas pasando por alto lo próxima que estaba la meta. Mientras gira, la burra Narcisa, menos desorientada, toma la delantera y se proclama finalista con su jinete, Santiago Losada, un niño de doce años.

Los animales corren una vez más por A Lama para, entre todos los finalistas, designar a un ganador. El nombre de la triunfadora es Dinamita, una burra de raza somalí con patas acebradas y una velocidad envidiable. Antonio Arana, su dueño, nos aclara que los tres animales ganadores eran suyos. Natural de Abegondo, en A Coruña, se presentó a la carrera con nueve burros entrenados. «Salen a trotar y a galopar tres o cuatro veces por semana», explica.

Antonio Arana, Sergio Freire y Andrés Pérez son, por este orden, los jinetes ganadores. Dinamita, Abelardo y Genaro, sus respectivas monturas. No solo no se pararon durante toda la carrera, sino que tampoco trataron en ningún momento de dar media vuelta. Ni si quiera bajaron el ritmo. Mientras los burros campeones reciben sus premios y rebuznan satisfechos, Eva y yo pensábamos como se llamaría nuestro anónimo asno.

Hasta el próximo año

Solo sabemos que es de Merlán, en Chantada. Mientras esperamos por la próxima edición de este derbi, tal vez nos decidamos a acercarnos algún día a su parroquia para pedirle disculpas por haber pretendido que corriese en un campeonato en el que, desde luego, no le apetecía demasiado participar. Así sabremos cómo llamarle el siguiente año.