Sin «acougo» en unos asientos que apenas se reclinan

L.R.I.

LUGO

01 abr 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Pasan diez minutos de las once de la noche cuando el Trenhotel parte de Lugo. Por delante quedan casi nueve horas de viaje hasta Madrid en una plaza de la clase turista. Creyendo que los asientos serán reclinables y tan cómodos como los del Alvia que desde hace unos meses enlaza la urbe amurallada con Barcelona, la viajera ha comprado billete para ir sentada. A simple vista, la diferencia de precio con la plaza de litera, que cuesta 119,70 euros, lo compensa. Supone un ahorro de casi 42 euros, ya que la ida y vuelta en asiento vale 77,90.

El convoy arranca suave y lentamente, pero antes de llegar a Monforte, menos de una hora después, ya ha superado decenas de curvas en un traqueteo continuo que hace temblar cada rincón del vagón. Alrededor de la una de la madrugada llega al apeadero de A Rúa, en Petín. A esa hora el Trenhotel ya se ha ganado con creces el apelativo de «tren chuchú». En los pocos tramos rectos que hay da la sensación de que, en velocidad, apenas ganaría a una bicicleta.

El asiento solo se reclina unos 20 grados. No más. Apenas permite estirar las piernas o relajar la espalda. Tampoco hay apoyapiés. Al llegar a León, pasadas las tres de la mañana, el cuerpo sigue sin encontrar acougo . Los párpados se cierran una y mil veces, pero se abren otras tantas. En este tren, descansar la mente puede ser posible, pero el cuerpo no. Cerca de las cinco de la mañana llegamos a Valladolid. Los raíles del AVE convierten el viaje en un paseo. Lento, eso sí, pero paseo al fin y al cabo.

Son las ocho. Llegada a Chamartín: fin de trayecto. La pasajera sube a taquilla y cambia el billete. Vuelve en litera. Paga casi 20 euros más, pero no los llora: merece la pena.