A Lugo se la conoce por su Muralla romana. Es uno de sus principales valores. Algo de lo que sentirse orgulloso. «Muralla» es el también el nombre que alguien le puso a una operación judicial que hace cinco años impactó a esta ciudad porque se ponía en tela de juicio la gestión de la Diputación Provincial en materia de adjudicaciones. Un gran nombre para bautizar un proceso que tiene, en principio, poco de bueno y mucho de bochornoso.
Estamos acostumbrados a los asuntos judiciales que alcanzan a todos los sectores de nuestra sociedad. Ya casi no nos perturban los registros y pesquisas que se llevan a cabo para intentar esclarecer qué ocurre en las alcantarillas y dónde se esconden los que en ellas habitan. Pese a las voces que se alzan en contra de tanto despropósito porque da una imagen pésima de la ciudad, son muchos los que defienden que las cosas se lleven hasta el final para limpiar definitivamente todo lo que está sucio. Ante tanto escándalo es necesario creer en la justicia.
Ha pasado casi un lustro desde que se recopiló el material de la operación Muralla. Ahora nos enteramos de que una fuga de agua ha dado al traste con gran parte de las pruebas recopiladas y, por ello, se corre el riesgo de un probable archivo del asunto.
La dejadez, la falta de seriedad o el pasarse la pelota, unido a la probable falta de medios, está menoscabando la confianza en el estado de derecho.
Pero no pasa nada, nuestra Muralla seguirá impasible, viendo como llueve sobre mojado.