Portomarín recordó su pasado bailando en el viejo asentamiento

Sergio López LUGO / LA VOZ

LUGO

Por segunda vez se celebra la fiesta tras la inundación

04 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Non teñades morriña polo pasado que quedou aquí, temos máis cousas arriba hoxe». Así empezó ayer la liturgia el padre Xesús Mato, nacido en el viejo Portomarín y encargado de oficiar la última boda en el pueblo antes de que las aguas del Miño la inundaran. Él, como sus antiguos vecinos, recuerda con cariño el pueblo que les vio nacer y que tuvieron que abandonar para buscar su futuro en el monte de viñas (actual Portomarín) en el que hoy residen. Para recuperar los viejos recuerdos, pasaron la tarde de ayer bailando y cenando a los pies del antiguo palco de la fiesta, uno de los pocos edificios que todavía se mantienen en pie.

La encargada de rejuvenecer los espíritus de los vecinos que se congregaron en la vieja aldea fue la orquesta Samil. Venida de Vigo, se subió al antiguo escenario para interpretar pasodobles y rememorar a la primera orquesta que tocó sobre esos pilares, la Brigantina de Betanzos. Aunque hoy en día este tipo de agrupaciones musicales recorren buena parte de los pueblos gallegos, Ricardo Costa, trompeta del grupo, reconoció que en 53 años como músico nunca había actuado en un lugar así. «Esto es increible, después de toda una carrera aún no había experimentado algo así», afirmó sorprendido.

Los vecinos, por su parte, fueron los que pusieron el ambiente en una pista de baile asfaltada con tierra para disfrutar como cuando eran jóvenes. «Moito temos disfrutado neste lugar. Os días 9 de cada mes había feira e aproveitábamos para bailar e mocear un pouco», señalaba Balbino Soengas, vecino de la localidad.

La historia cambió a mejor

Pero aunque muchos recorrían ayer los restos de la antigua aldea para recordar el tiempo que pasaron en ella, la mayoría indicaban que el cambio al nuevo pueblo fue para mejor. «Aquí había mucha pobreza; los que tenían ganado contaban como mucho con tres vacas, y de pocos se podía decir que tuviesen dinero», señalaba Francisco Lama.

Él y su mujer emigraron a Argentina poco antes de que el pueblo quedase bajo las aguas. Según dice, en Portomarín el futuro se veía muy complicado y solo quedaba emigrar o esperar a ver qué pasaba cuando los llevasen al nuevo asentamiento.

Los que no llevaron tan bien el cambio fueron los mayores de la localidad. Según indicó Balbino, a muchos hubo que convencerles de que el nuevo pueblo era el futuro y de que allí había posibilidades mejores y mayor bienestar para todos. La morriña de los que se fueron, en cambio, es algo que sigue presente en sus corazones.

Los que llevaban tiempo sin bajar a lo que fue su aldea se sorprendían por el buen estado de los terrenos después de tantos años bajo el agua. Los que en su vida no lo habían pisado miraban con cariño la ilusión de esas gentes que dejaron sus raíces sumergidas en el Miño.

Así lo demostraban ayer Julio Andrés y Elena Pliego. Estos dos peregrinos de Ciudad Real, que el viernes empezaron el Camino en Sarria, bajaron ayer al viejo asentamiento para ver cómo era la fiesta. La alegría del numeroso grupo de vecinos que se congregó les animó a querer apuntarse a una cena en la que, sin embargo, ya no había sitio. «Pagaríamos lo que hiciese falta para estar con esta gente y vivir la fiesta», apuntaba Pliego. Pero las 250 invitaciones para la cena hace tiempo que se habían vendido. Las ganas de volver a los orígenes fueron superiores a la capacidad del recinto.